Están en su derecho de pensar que el título de este artículo es antiguo. Es legítimo decir, incluso, que la entidad futbolística ha cooperado, más por pasiva que por activa, por una calculada e inocente ambigüedad, en un coqueteo tácito con el nacionalismo durante los últimos años del procés. ¿Qué hay de nuevo por tanto en ese excitado interés independentista por tomar el control de FC Barcelona?
En junio de 2021 están previstas elecciones a la presidencia. Si consigue acabar el mandato sin necesidad de un adelanto, Josep Maria Bartomeu cederá el testigo a otro presidente. Él ha agotado su permanencia estatutaria, no puede seguir. La proximidad temporal ha acelerado los movimientos de aquellos que tienen un interés confesable (o no) por hacerse con la institución deportiva por dos razones: el poderío económico del Barça en algunos ámbitos y la caja de resonancia internacional que supone esa marca deportiva.
En el fútbol es todo tan fútil que desespera. Que el balón cruce o no la línea de cal cambia cualquier planteamiento estratégico por sesudo y brillante que sea. De ahí que todos aquellos que intentan suceder a Bartomeu estén velando armas con sumo cuidado y máxima prudencia. Los casi 16 meses que nos separan desde hoy hasta las elecciones presidenciales pueden ser una tortura para cualquier aspirante. Si algo caracteriza la dirección del Barça es que supone una auténtica trituradora de imagen pública. Jugadores, intermediarios, entorno, medios de comunicación, políticos, empresarios y demás fauna (incluidos los abogados penalistas) que le rodea con intereses de todo signo hacen imposible que una buena gestión luzca como en una empresa privada.
En ese complejo marco, el mismo nacionalismo que ha tomado posiciones en otros ámbitos de la sociedad civil catalana está dispuesto a dar la batalla definitiva por hacerse con el club. Lo intentaron en tiempos de Jordi Pujol, cuando comisionó a Sixte Cambra para levantar de su asiento a Josep Lluís Núñez, el constructor descarado que ganó el pulso a la burguesía autóctona. Fracasó aquel nacionalismo. Más adelante, ya con Artur Mas al frente de la Generalitat, su infiltrado en la entidad fue Carles Vilarrubí, el hombre de negocios casado con la todopoderosa y acaudalada Sol Daurella, conspirador político, empresarial y mediático a partes iguales. Tampoco le fue mejor al señor Coca-Cola, que acabó dimitiendo harto de que su cónyuge le llamara la atención por su elevada exposición en tiempos de convulsión política que llevaron a ciertos grupos de ultraderecha a promover boicots contra la marca de refrescos.
Ni Cambra ni Vilarrubí lograron tomar el Barça, ni tan siquiera se apuntaron un nivel de influencia suficiente para los intereses nacionalistas. Pero no hay dos sin tres. Es lo que viene ahora. La operación, al igual que sucedió con la Cámara de Comercio de Barcelona, se dibuja en los despachos de la ANC y del millonario Jaume Roures, que aunque sigue apelando a su historia trotskista en las entrevistas masaje que le hace el vicepresidente Pablo Iglesias no deja de apoyar al independentismo desde sus tentáculos en la industria de la comunicación.
No será Roures quien dé la cara, no se asusten. Ni tan siquiera su socio Tatxo Benet, ambos forrados gracias a Mediapro, empresa que fundaron y les ha proporcionado no pocos pelotazos. La persona escogida es un ejecutivo, CEO de Delta Partners Group, Víctor Font Manté, que sigue afincado en Dubai, donde reside su principal actividad.
Font se postuló como candidato a presidir el Barça en 2018. Desde entonces encabeza una opción que tiene por objeto la presidencia. Se presentará bajo el eslogan Sí al futuro. Font es fundador y desde 2010 uno de los accionistas principales del diario nacionalista Ara. Para muchos, si la ANC toca el silbato no habrá competición. Encuestas internas del club atestiguan que entre los socios con derecho a voto es mayoritario el independentismo, mientras que la masa social es mucho más transversal y diversa. Ha sido esa demoscopia la que ha llevado a Bartomeu al cortejo del independentismo durante temporadas, pero sin casarse con él, ni tan siquiera practicar sexo esporádico.
Roures y su órbita tienen gran interés en el Barça. Los derechos de fútbol han sido uno de los grandes negocios de Mediapro. El millonario no perdona que los actuales rectores le descabalgaran de los contratos que mantuvo en otros tiempos, además de plantarle cara en los juzgados, un lugar al que el magnate de la comunicación acude con asiduidad para amedrentar a sus adversarios. Roures intentó adquirir El Periódico de Catalunya y el Sport no tanto porque advirtiera un negocio editorial mayúsculo (su fracaso con el diario Público le escaldó), sino por la capacidad de esos medios, sumados a otras capilaridades editoriales, para influir sobre unas eventuales elecciones al Barça o la gobernación de Cataluña.
Mientras los asaltantes se preparan, dentro de la junta empiezan a mover tentáculos para promover un candidato continuista a suceder a Bartu. Quien tiene mayores números para ocupar esa posición es Emilio Rousaud, el empresario que se inventó Factor Energía, empresa de distribución de electricidad que ha ido vendiendo a fondos de inversión en los últimos años con suculentas, millonarias, plusvalías. Rousaud puede ver disputado ese espacio por Jordi Roche, emprendedor inmobiliario próximo al actual presidente y con experiencia en el sector: presidió el Girona y la Federación Catalana de Fútbol. Ninguno de ellos tiene el perfil independentista que la ANC y los partidos que gobiernan la Generalitat desearían para controlar el club. Incluso podrían acabar en la misma candidatura en la recta final del relevo.
Poco o casi nada tienen que decir antiguos aspirantes como Joan Laporta, Agustí Benedito o Toni Freixa, los dos primeros insignes representantes del fútbol-política. En todo caso, en las quinielas previas que ya se elaboran, los votos que pudieran sumar si concurrieran a las elecciones trocean, dividen y fragmentan al nacionalismo deportivo dándole mayores posibilidades a las opciones de Rousaud y Roche.
Si Lionel Messi no da una sorpresa extraña a la afición, que cambiaría todos los cálculos, los 16 meses que restan hasta las elecciones serán un buen termómetro para ver qué capacidad reside aún en la sociedad civil catalana para evitar otro fiasco como el de la Cámara de Comercio de Barcelona, convertida ya en una herramienta de agitación política y no en una institución de apoyo empresarial. Una lección que esa burguesía cobarde que ha guiado y liderado Cataluña en las últimas décadas debería tener presente para conjurar que el Barça de las ligas y el juego bonito acabe convertido en una caricatura de su antiguo esplendor, en un elemento de burda propaganda política. Pero no se confíen, en la Cataluña actual el esperpento siempre puede llenar otro escenario.