A Josep Borrell le ha caracterizado siempre su capacidad para las frases de síntesis; o sea, para dar buenos titulares a los periodistas. Lo hacía cuando era secretario de Estado de Hacienda, después como titular de Obras Públicas y ahora también al frente de Asuntos Exteriores. “Serrín y estiércol” fue genial. Recordaba la frase con que el general Máximo Décimo Meridio, el héroe de Gladiator, animaba a sus tropas antes de entrar en combate, y el ministro lo hacía en una mofa vitriólica de un diputado de magín tuitera.

Su definición de la política del ibuprofeno para referirse al tratamiento desinflamatorio que persigue el Gobierno socialista ante el conflicto del nacionalismo catalán también es muy buena. Pero quizá fue un poco pesimista cuando a la vez que bautizaba la operación en términos farmacológicos dudaba de sus resultados.

La visita del Gobierno español a Barcelona para celebrar hoy un Consejo de Ministros es un buen ejemplo de que la manera con que Pedro Sánchez, asesorado por Miquel Iceta, afronta el desafío no solo es coherente, sino eficaz. Primero, porque --a la vista de los resultados obtenidos por Mariano Rajoy-- es la única que puede hacer. Y, segundo, porque responde a un análisis realista de la situación: en esta legislatura catalana es imposible hacer nada de provecho.

Se trata de una legislatura perdida, dure lo que dure, con Carles Puigdemont en Bélgica y el juicio del 1-O pendiente. Hay que ganar tiempo y mantener la esperanza de que en otro escenario el diálogo y la sensatez puedan abrirse camino. Y lo que pasó ayer en el Congreso va en esa línea: las mismas fuerzas que apoyaron la moción de censura, incluidas ERC y PDeCAT, aprobaron el techo de déficit propuesto por el Gobierno.

La reunión de Pedralbes, con la concesión del encuentro de los dos ministros y los dos consellers, es una demostración de inteligencia política, al margen de que la oposición trate de erosionar al PSOE presentando el formato como una rendición ante los independentistas.

La asistencia de una buena parte del Gobierno a la entrega de premios de la gran patronal catalana es otro acierto, sobre todo teniendo en cuenta esa especie de aversión de Quim Torra frente a las grandes empresas. Un tic que está a medio camino entre una posición ideológica anarquizante y su mala experiencia personal de cuando trabajó en la suiza Winterthur.

Veremos qué ocurre hoy con el orden público en Barcelona, hasta dónde están dispuestos a llegar quienes no ven otra violencia que la policial. Pero, pase lo que pase, la operación Barcelona habrá sido un paso difícil, pero obligado y necesario del Gobierno central para ocuparse de los intereses de la mayoría de los catalanes. Ya lo hemos dicho desde estas páginas: Cataluña necesita más presencia del Estado precisamente porque es Estado.

Torra y Carles Puigdemont están aislados. Se han quedado solos con sus proclamas incendiarias mientras que desde Lledoners se hace un llamamiento a la razón y se acaba con la huelga de hambre sin contar con la opinión del president. Lo mismo que ocurre en el Congreso, donde Miriam Nogueras, la diputada de Puigdemont, pone el grito en el cielo, impotente, cuando sus compañeros votan con el Gobierno. Parece que algo se mueve.