Que una empresa de éxito como Mercadona se convirtiera la noche del domingo en la diana de ataques furibundos sólo responde a una impericia manifiesta: la del autor del programa y la de los responsables de comunicación de Mercadona. Jordi Évole está cómodo en Salvados con su papel de martillo de herejes, aun a costa de abordar muchas veces sus reportajes con exceso de sal gorda y superficialidad a raudales. También Pablo Iglesias fue viento fresco a la política española, pero no por eso dejó de ser demagógico y populista. Évole debe vigilar mucho más el resultado final de sus contenidos, porque cada vez descansan más en la forma que en el fondo.
El periodista, no obstante, hizo su trabajo, con mayor o menor profesionalidad, depende del criterio de cada quien. Quienes no estuvieron a la altura fueron los representantes de la cadena de distribución, que mostraron un desconocimiento manifiesto de su propia estructura, sus silencios les hacían sospechosos y fueron incapaces de armar un relato reputacional que es inapelable: Mercadona es una empresa de éxito, con unas condiciones generales en el ámbito laboral que para sí quisieran algunos competidores y, en un breve espacio de tiempo, se ha convertido en la compañía líder del comercio en España, por delante de El Corte Inglés. (Évole, ahí hubo materia muchos años, pero no se te vio).
Las redes sociales apostaron por la presentación de Salvados: dos trabajadores y un proveedor aparecían afligidos con todo tipo de acusaciones sobre Mercadona que llegaron a incluir el de actuar como una secta sin escrúpulos. Poco importa que los setenta y pico mil restantes no tengan esa misma visión de la compañía, o que los proveedores que no se pronunciaron subsistan en muchos casos gracias a que su principal cliente invirtió en ellos y les guió en un crecimiento y desarrollo que, lógicamente, comparten. El responsable de comunicación y la de relaciones externas flojearon, y no poco. También el responsable de compras. Quizá la verdadera razón de las dificultades que Mercadona tiene para explicarse es el exceso patriarcal y patrimonialista de su primer accionista y alma máter, Juan Roig. En otro tipo de compañías no familiares, la organización respiraría más libre y el relato interno estaría menos encorsetado que el divulgado. ¿Que es potente Mercadona? Claro ¿Que presiona en busca del beneficio? Por supuesto, pero a las plantillas y a los alcaldes de los municipios donde quiere ubicarse o a los propietarios de los locales que compra y alquila. A todos, es obvio. ¿Es menos o más poderosa Mercadona que Atresmedia, el grupo de comunicación dirigido por el grupo editorial Planeta y donde Maurici Casals hace y deshace a su entorno? Pues ahí, en una cadena controlada por Casals, es donde se emitió el programa de marras.
La decisión de Sol Daurella es inocente. Que aconseje a su esposo salir del foco público y ella acompañe a Puigdemont es un error
El castigo recibido por Sol Daurella en las redes sociales, en cambio, guarda otros componentes. La todopoderosa dama de Coca-Cola en España y en Europa conoce a la perfección los riesgos que tiene aproximar una determinada compañía al ámbito de la política. De hecho, entre su círculo íntimo se narra siempre cómo ha intentado que su esposo, el empresario nacionalista Carles Vilarrubí, se apartara de los múltiples focos públicos que conserva: el Barça, Rothschild, Fira de Barcelona... De hecho, ella maniobró contra su antecesor al frente de Coca-Cola en España, el hoy vicepresidente de la multinacional de Atlanta, Marcos de Quinto, por tener opiniones propias en materia política.
Que aconseje eso a su esposo y no vea ningún riesgo en acompañar a Carles Puigdemont en una especie de consejo de notables que airearán la marca Cataluña de forma internacional es en cierto modo una inocente decisión. Quizá alguien la convenció de que todo era por su país, que valdría la pena y hoy Daurella ha sido puesta en la diana de los críticos con el soberanismo.
Daurella no es consciente de que cualquier adhesión pública a una causa en estos momentos supone la inmediata relación con el gigante de los refrescos. Sumarse a una causa de perfil político, controvertida en esencia, es una bisoñez de gestión estratégica. Con todo, los anuncios de boicot a la marca vuelven a ser un mal perder de intolerantes y fanáticos. Un error pequeño no tiene mayor trascendencia, y no debe afectar a trabajadores y partners de la compañía. No suceda como cuando el grupo se vio obligado a cambiar el domicilio de sus envases al conocerse que estaba radicado en la avenida Països Catalans de Esplugues de Llobregat. El nacionalismo, de uno y otro lado, afecta a las neuronas, pero tampoco es necesario volverse majara del todo.