El máster que le falta cursar a Isidro Fainé
Felipe II fue rey de Portugal a la vez que de España. Pero desde entonces hay pocos personajes en la historia que como él hayan tenido desde este lado de la Península un control sobre el otro extremo. Isidro Fainé, el banquero catalán, lo está intentando en el mercado bancario con más dificultades de las previstas. La operación que se le resiste es una vía para que Caixabank, del grupo La Caixa, se convierta en poco tiempo en dueño y señor del mercado financiero luso.
Fainé quiere dejar resuelto el tema portugués antes de anunciar cuál será su futuro personal (antes de final de junio debe optar por continuar en la Fundación Bancaria o en el banco como presidente). Como es lógico, desea dejar una historia, un relato exitoso escrito para cuando decida quedarse en la cúpula de la fundación y salir del banco. Pero tomar el control de BPI es un auténtico guijarro en el zapato del presidente del grupo y, por extensión, de los equipos que La Caixa ha desplazado hasta Lisboa para zanjar el asunto.
En octubre de 1995, La Caixa entró en el capital del Banco Portugués do Investimento (BPI). Era director general Josep Vilarasau y la presidía Juan Antonio Samaranch. Ambos hicieron muy buenas inversiones, pero los 25 millones de euros que invirtieron entonces por el 6,5% del capital jamás fueron el preludio de una gran operación de inversión. De hecho, La Caixa no tiene mucha suerte cuando invierte en bancos. Le pasó con el Banc Sabadell, los portugueses y el austriaco Erste Bank. Ninguno de ellos han aportado de forma equivalente lo que otras inversiones de carácter industrial en términos de dividendo o de plusvalías.
Hace 21 años, pues, que La Caixa está por tomar el control del banco portugués, donde ha mejorado posiciones accionariales, desarrollado acuerdos comerciales y otras sinergias, pero donde jamás ha podido mandar. Y ahora le interesa, porque incluso el gobierno del país quiere que controle la entidad para, de paso, tomar el timón de Novobanco, los restos de aquel banco que invocaba en su nomenclátor al espíritu santo y que acabó como Jesucristo en la cruz.
Fainé no se enfrenta, sin embargo, a unos interlocutores convencionales. Acostumbrado como está a los franceses de Suez, a los americanos del entorno Slim y a los tiburoneos españoles alrededor de Repsol y Telefónica, la novedad radica en que negocia con una mujer rica y africana (la más rica de África para ser exactos), con usos y costumbres poco occidentales en lo que se refiere al ejercicio de determinados valores empresariales. Primero dice que sí, luego no firma.
Isabel do Santos es la hija del presidente angoleño instalado en el cargo desde tiempos inmemoriales. Como el país tiene petróleo, pues la familia del primer gobernante está forrada hasta las cejas. El cómo pueden imaginárselo, no hace falta mucha fantasía para dar con el chiste. Y se da la circunstancia de que quien debe vender su capital en BPI a Fainé es la propia Dos Santos, a través de una sociedad que controla.
Los portugueses han pasado años jugando al despiste, no tomaban partido por ninguno de los socios. Ahora, tanto el gobierno del país como los propios gestores de BPI ya tienen claro que lo mejor que puede pasarles es que Fainé aterrice allí con intención, ganas e interés en construir un gran banco. Y para ello, por supuesto, necesita el control y la gestión. El comunicado de BPI al regulador de la bolsa portuguesa divulgado ayer no deja lugar a la duda: Dos Santos ha incumplido los acuerdos verbales que contrajo con los negociadores españoles. Las declaraciones posteriores del primer ministro, António Costa, abundan en el mismo sentido.
Es seguro que La Caixa acabará tomando en breve las riendas de la situación, pero lo cierto es que la angoleña está enseñando algunas cosas a los ejecutivos catalanes: está muy bien hacer cursos específicos y másteres en IESE, pero de vez en cuando conviene darse un paseo por la Rambla, aunque sea con gafas de sol, y ver cómo actúan los trileros. Tiene una utilidad enorme aplicable a cualquier cosa de la vida cotidiana, incluso para sacarse una piedrecilla en el zapato que impide caminar con normalidad.