Por mucho que el independentismo trate de darle la vuelta al asunto, lo ridículo no es que la justicia recoja en una investigación sobre corrupción las fanfarronerías de un iluminado. Lo grotesco es que semejante gañán esté en el círculo más cercano del expresidente de la Generalitat fugado en Waterloo.
No son el magistrado ni la Guardia Civil quienes se inventan la presunta conexión roja de Puigdemont. Fue Víctor Terradellas, uno de sus colaboradores más fieles, el que le ofreció 10.000 soldados rusos dispuestos a defender Cataluña tras declarar la independencia. Así aparece en las conversaciones intervenidas por orden judicial. Grabaciones que, para más inri, realizaba el propio Terradellas.
Y, por mucho que sea increíble, el que sí que parece que se lo tragó fue el propio expresident, al menos, a ojos de su leal secuaz. “Se cagó en las bragas”, dijo Terradellas para justificar el rechazo de Puigdemont a tan suculenta oferta.
Esto es lo que pasa cuando uno se rodea de frikis, que las excentricidades pueden ser consideradas delitos. Hagan ustedes una prueba. La próxima vez que aterricen en una ciudad extranjera, si por casualidad les realizan un control de equipaje, cuando los agentes de seguridad les pregunten si llevan algo que declarar en la maleta, respondan que transportan una bomba. E inmediatamente después sonrían y digan que es una broma. Ya verán qué gracia les hace las consecuencias que tendrá la ocurrencia.
Recuerdo otro momentazo del ínclito Terradellas en el ya lejano 2013. El entonces responsable de relaciones internacionales de CDC asistía a un pleno del Parlament desde la zona reservada al público, y durante una intervención del líder de Cs, Albert Rivera, se puso a increparle a poco más de un metro de distancia, como si estuviera en un estadio de fútbol. Otro diputado naranja, Jordi Cañas, le pidió silencio, a lo que el independentista radical le dijo que “tú a mí no me callas”. Así se las gastan a los constitucionalistas en la cámara autonómica.
Ahora, el resto de promotores del intento de golpe al Estado de otoño de 2017 repudian al desdichado Terradellas. Dicen que no formaba parte del estado mayor del procés. Pero este preside la Fundació Catmón --vinculada al mundo convergente-- y aparece en un buen número de conversaciones tratando de hilvanar complots y conspiraciones, por muy esperpénticas que parezcan.
En realidad, todo el procés ha sido ridículo. Desde la declaración unilateral de independencia de ocho segundos, hasta la otra, la que desembocó en la estampida del “h… de p… de Pelomocho” (en palabras de Sergi Sol, mano derecha de Junqueras). Desde el “esto se ha acabado” --que reconoció el fugado a Toni Comín en aquel mensaje robado--, hasta el “farol” de Ponsatí, pasando por los 18 meses de Rufián en el Congreso (y ahí sigue).
Lo que no es tan ridículo es lo que se esconde detrás de la parte más cómica: los millones de euros en contratos y ayudas otorgados por la Generalitat a empresas vinculadas a Oriol Soler; el intento de David Madí --el conseguidor-- de obtener rédito económico de la crisis del coronavirus; las maniobras de Xavier Vendrell para influir en una recalificación urbanística en Cabrera de Mar con la que lucrarse; las exorbitantes subvenciones concedidas de forma arbitraria a la Plataforma Pro Seleccions Esportives Catalanes --el chiringuito presidido Xavier Viñals que en más de 20 años apenas ha logrado el reconocimiento en una veintena de deportes, como los dardos y los bolos--, que luego se utilizaban para promover el independentismo; y el trato de favor del director de los centros educativos públicos de Cataluña, Josep González Cambray, hacia el propio Vendrell para una recalificación, entre otras muchas maquinaciones. Todo ello según recoge el juez instructor en sus autos.
Que las extravagancias no nos despisten. El procés es un gran negocio para algunos. Y un gran saqueo para todos nosotros.