Tanto llamar al mal tiempo y al final igual nos libramos de la recesión (ojalá). Vivimos en un momento tan confuso y complejo que nada es como parece y es imposible realizar unas previsiones que sean más o menos certeras. Más que de previsiones hemos de hablar de predicciones.

Desde que somos parte del euro la política monetaria nos queda lejos, el BCE aplica un café para todos con efectos no siempre simultáneamente óptimos a la realidad alemana, española o griega, sobre todo porque los estados de la zona euro no han delegado, ni delegarán, su política fiscal. La economía se ve así estimulada o frenada por el lado monetario y fiscal en ocasiones de manera poco coherente, situación que ahora se evidencia al tratar de frenar la economía el BCE subiendo los tipos mientras los gobiernos no hacen más que ayudar a sus ciudadanos a capear la subida de precios con más dinero, facilitado por el BCE, para poder seguir gastando.

Adicionalmente a la dualidad de políticas, Europa no está sola en el mundo, ni siquiera es ya el centro del mundo. Lo que decide Rusia, invadir un país, o China, cerrar sus fábricas aplicando la política de Covid cero, impacta en el bienestar de sus ciudadanos, sea encareciendo la energía, sea atascando las cadenas de suministro globales.

Finalmente, no hay que olvidar que venimos de un momento realmente excepcional, el parón de la economía mundial para tratar de frenar la pandemia del Covid. Cerrar la economía mundial varias semanas y luego ir cerrando y abriendo países de manera no coordinada tiene un coste del que solo hemos visto la punta del iceberg. Si esto pasa hace un siglo hubiese habido muchos más muertos y después hubiésemos padecido una crisis de caballo, con gente haciendo cola en organismos de caridad para no morir de hambre.

En todo este entorno tan cambiante e interconectado es muy difícil, por no decir imposible, acertar con las previsiones. Es innegable que los precios suben y que el crédito en todo el mundo se está endureciendo, lo cual suele acabar en una recesión porque nunca somos capaces de producir el ansiado aterrizaje suave de la economía. Pero también es innegable que hay ahorro producido por el menos gasto de la pandemia y el cambio de hábitos de consumo, la gente prefiere viajar y disfrutar en un restaurante a, por ejemplo, comprarse ropa. Además, los gobiernos interactúan con la realidad para tratar de suavizar el dolor inherente a toda recesión, interviniendo la lógica de ciertos mercados o generando pequeños estímulos en momentos que la ortodoxia no los recomendaría.

Los gobiernos nos han llenado la cabeza con un invierno pésimo, con la energía por las nubes, con apagones por falta de energía. Y la verdad es que entramos en el temido invierno muchísimo mejor de lo que esperábamos. Los agoreros, que siempre quieren su cuota de pantalla, nos dicen que no habrá gas para el invierno… que viene!!. Las previsiones más sensatas apuntan a algunos meses de caída del PIB en el centro y norte de Europa mientras que en el sur, especialmente en España y Portugal, el crecimiento será menor, pero habrá crecimiento. Parece que tener un modelo económico frágil, como nos ocurre a los dos países ibéricos, ahora no nos va tan mal. Veremos.

Lo que sí es innegable que la brecha del PIB per cápita y salarial se sigue agrandando entre norte y sur. Como sabemos cómo las gasta la inflación de segunda vuelta, y como tenemos un gobierno de izquierdas, la conflictividad social es muy baja y eso hace que los salarios suban menos que la inflación, algo que no ocurre exactamente igual en nuestros vecinos del norte. Cuando salgamos de esta crisis España y Portugal seremos aún más baratos en comparación con Alemania, Francia u Holanda de lo que éramos antes. Eso es bueno para el turismo y la exportación, pero nos estamos condenando a ser los pobres del club de los ricos. Si lo hiciésemos conscientemente no pasaría nada, pero me temo que hace demasiado tiempo que no hacemos nada conscientemente en este país.