Hace unos días, Madrid se convertía en punto de encuentro de agricultores y regantes del sureste español --Murcia, Alicante y Almería--, reclamando un Pacto Nacional del Agua que resuelva la dramática situación del Levante español, algo que se acrecienta cuando la sequía aprieta. La manifestación, que paralizó media capital de España, venía a ser la continuación de la solicitud de Ciudadanos de someter a votación, en el Congreso de los Diputados, una moción en la que pide al Gobierno que convoque la Mesa del Agua para comenzar a debatir una nueva reforma del Plan Hidrológico Nacional (PHN).

Seguro que Ciudadanos se ha estudiado la historia imposible del PHN en el último siglo. Y si así ha sido, tiene que haber llegado a la conclusión obligada de que el futuro, en esta materia, sigue siendo un imposible con independencia de que hayan cambiado las condiciones climáticas del mundo o que el calentamiento global sea una realidad más que contrastada. Es la ventaja de ser el último en llegar: que te permite escalar la cumbre de la ingenuidad y desde allí, instalarse en la melancolía.

Solo así se entiende que el partido naranja se haya lanzado a proponer una misión que se ha demostrado quimérica a lo largo de los últimos 120 años, cual es el aprovechamiento racional del agua en España, sin crear tensiones, desencuentros o egoísmos localistas.

Ni con el primer intento durante la regencia de María Cristina de Habsburgo; ni con la segunda tentativa llevada a cabo en 1933 con Indalecio Prieto; ni con la última intentona, sesenta años después, siendo ministro José Borrell, este país ha sido capaz de sacar adelante un Plan Hidrológico Nacional que merezca tal nombre, y que trate de resolver los problemas de la cuenca mediterránea en esta materia. Sin embargo, ello no ha sido óbice para que, tacita a tacita, se hayan hecho multitud de acciones que han tratado de regular el mercado del agua. El Levante o el sureste español, en cualquier caso, sigue siendo la signatura pendiente.

El Levante o el sureste español sigue siendo la signatura pendiente

Todos los intentos de resolver a nivel estatal el problema del agua han terminado en fracaso, más o menos ostensibles, como consecuencia de lo que muchos han calificado de insolidaridad interterritorial, aunque el relato de todos no deja de estar sustentado en razones parciales consistentes, si bien, ninguno de los contendientes suele gozar de un respaldo argumental absoluto. Aquí, como en la lotería, las razones se reparten.

Todos tienen sus argumentos excluyentes en este complejo sudoku. Los aragoneses, los catalanes, los murcianos, los almerienses, los alicantinos; incluso los manchegos, que son, a la postre, los que han pagado el pato de la profunda divergencia que existe en torno al agua y en torno a quienes se consideran propietarios del líquido elemento. Ahí está la cuenca del Tajo, seca como la mojama, para sustentar tal afirmación.

Con todos estos antecedentes, cabría preguntarse qué razones son las que impulsan a un partido como Ciudadanos a recibir una derrota en toda regla, cuando su intento de sacar un PHN sea derrotado y, además, ello suponga recoger el rechazo de las sociedades implicadas y sus respectivos votantes, todos ellos convencidos de que el agua es suya.

Así hasta el disparate, o lo que es lo mismo, hasta el extremo de que el presidente de Cantabria le recuerde al de Cataluña "que no se ponga tonto" porque el pantano del Ebro está en Cantabria. ¡Con dos!