Pensamiento

Una teoría sobre el contagio nacionalista

13 diciembre, 2014 12:24

Ignacio Gómez de Liaño hablaba recientemente en El País del "veneno del nacionalismo catalán y vasco". Josep M. Vallès, en el mismo periódico, discurre sobre la "metástasis patológica del nacionalismo", aunque va por otros derroteros. Albert Boadella insiste en otra patología para entender el fenómeno del nacionalismo tribal: "Paranoia colectiva". Antonio Muñoz Molina, en su excelente libro 'Todo lo que era sólido', interpreta la influencia del modelo nacionalista como un "fenómeno de mímesis". El virus del ébola ha proporcionado también una metáfora recurrente para describir cómo el independentismo se está propagando en Cataluña. Todos estos símiles coinciden en calificar el nacionalismo independentista como una enfermedad colectiva. ¿Lo es?

El nacionalismo funciona como una secta: lo que importa es la identificación y el sentimiento de pertenencia que exige adhesión inquebrantable

Antes de calificarlo así deberíamos definirlo. El nacionalismo es un fenómeno mental de identificación colectiva: un conjunto de individuos se identifica con el nombre de un territorio, ese nombre se sobrecarga de imágenes, símbolos, ideas y sentimientos hasta el punto de formar un conjunto semántico-emocional cerrado, autosuficiente. Las ideas se convierten en creencias, las creencias en dogmas, los dogmas son intocables. A escala más amplia, el nacionalismo funciona como una secta: lo que importa es la identificación y el sentimiento de pertenencia que exige adhesión inquebrantable. Una vez lograda esa identificación, el individuo encuentra la seguridad y protección que otorga el grupo. Cuanto más amplio sea, cuanto más cohesionado, poderoso y visible se haga ese grupo, mayor capacidad de atracción provoca, mayor número de individuos buscará formar parte de él.

No sabemos hasta qué punto se trata de un proceso psicológico o de algo más. No sabemos si ese conglomerado mental es una fuerza psíquica real, supraindividual, que, a partir de la existencia de una masa crítica, acaba transformándose en una entidad autónoma. No sabemos si existe una mente colectiva. Jung habló del "inconsciente colectivo", algo muy difícil de confirmar, pero que explicaría algunas evidencias inquietantes.

La existencia de una entidad colectiva que actúa como un todo no es sólo un fenómeno humano. Cuando observamos un hormiguero, un banco de peces o una bandada de estorninos actuando como un todo sincronizado, nos resulta difícil creer que se trata de una simple agregación de individuos.

Reflexiono sobre estos enigmas para entender el fenómeno del nacionalismo. Salvando las distancias, no hay duda de que, al modo de los estorninos, los independentistas tienden a formar un todo, una masa cada día más compacta y uniforme. El nacionalismo trata de establecer unos vínculos que permitan una acción conjunta y sincronizada. Este proceso exige la anulación progresiva de la individualidad a favor de la cohesión y los movimientos del grupo.

Seguramente este proceso tiene su origen en el miedo, un miedo individual que acaba convirtiéndose en miedo colectivo

Seguramente este proceso tiene su origen en el miedo, un miedo individual que acaba convirtiéndose en miedo colectivo. El miedo es algo natural: somos seres individualmente frágiles y muy indefensos: sin la protección del grupo estamos perdidos, no tenemos ninguna posibilidad de supervivencia. Los grupos también son frágiles, pueden ser destruidos internamente o por otro grupo más poderoso.

En cuanto se percibe el miedo, individual o colectivamente, se produce una reacción automática de defensa y ataque. Si se tiene éxito, el miedo se puede transformar en poder y autoconfianza, reforzando la imagen del individuo o del grupo. Un grupo consolidado genera seguridad, conciencia de poder y, por lo mismo, expectativas de futuro.

Pero este proceso de pasar del miedo a la confianza, de la defensa al ataque, no es nada simple. En primer lugar, ¿cómo un conjunto de individuos puede percibir una amenaza, definirla y sentirla como un peligro colectivo? ¿Es posible, en la sociedad actual, la aparición de un miedo colectivo espontáneo, no inducido o alimentado por los medios de comunicación o por la acción de una minoría influyente?

Tratamos de comprender un fenómeno que hunde sus raíces en reacciones emocionales primarias. Llegamos a la conclusión de que el nacionalismo es algo natural, pero no espontáneo: requiere la acción sostenida de una minoría que defina una amenaza, que construya una entidad mental con la que defenderse y que genere una identificación de grupo que ofrezca protección y confianza en los individuos que se integran en él.

Tendremos que hablar, en el caso catalán, de una minoría de origen rural, noble o aristocrático que, desde finales de la Edad Media, y en sucesivas adaptaciones, llegó al siglo XIX y se transformó en una poderosa burguesía empresarial y mercantil. De su origen feudal mantiene la defensa primitiva del territorio como fuente de poder y legitimidad; de su experiencia burguesa, la ambición del dinero y la necesidad de controlar y utilizar al Estado en beneficio propio. Es esta minoría, mezcla de feudalismo y burguesía aprovechada y favorecida, la que inventó el nacionalismo a finales del XIX, primero catalanista, ahora independentista.

Hablamos de una minoría poderosa e influyente que ha llegado a la conclusión, no sin superar del todo sus dudas, de que puede irle mejor en un Estado independiente que interdependiendo de España. Esta minoría lo primero que ha hecho es controlar el poder político, mediático, cultural, intelectual y económico para poner en marcha su proyecto independentista. Ha actuado con determinación, sin pausa y sin escrúpulos hasta encontrar el momento oportuno y convertir el nacionalismo en una fuerza capaz de arrastrar a la mayoría. Es aquí donde interviene mi teoría sobre la contagio emocional del nacionalismo.

La minoría independentista ha logrado transformar el miedo y la incertidumbre en conciencia e identificación de grupo

La minoría independentista ha logrado transformar el miedo y la incertidumbre en conciencia e identificación de grupo. Ha elaborado una imagen concreta del enemigo, le ha puesto nombre (España, español), le ha cargado de prejuicios, imágenes e ideas negativas (el insulto de facha o franquista ha sido muy eficaz) y ha contrapuesto el "constructo" Cataluña como entidad soberana, autosuficiente y cargada de atributos positivos.

Para lograr este objetivo ha sido necesario apropiarse de la legitimidad democrática, la superioridad moral, el prestigio intelectual, el apoyo de analistas, investigadores, historiadores; ha tenido que crear expectativas de ascenso social, distribuir cargos, subvenciones y ayudas de todo tipo; generar recompensas inmediatas, proporcionar a muchos individuos un modus vivendi que jamás hubieran podido alcanzar por sus propios méritos; facilitar la corrupción y el enriquecimiento rápido, otorgar protagonismo social a personajes mediocres, xenófobos y engreídos, etc.

Entre todos han ido construyendo un relato y un discurso dominante. Han creado una opinión pública y un ambiente en el que expresar simplemente el desacuerdo supone arriesgarse al insulto, la marginación, la exclusión social. Poco a poco han ido anulando todos los espacios de crítica. Cualquier denuncia se identifica como un ataque antidemocrático y oscurantista, reaccionario y anticatalán.

Insistamos en que todo ha sido obra de un grupo minoritario dominante que se ha mostrado como el único representante legítimo de un territorio y de una entidad mental llamada Cataluña. Una minoría que ha logrado difundir en la sociedad el miedo al aislamiento, el miedo al rechazo social, el miedo a no ser aceptado por el grupo. Una minoría intimidatoria que se ha aprovechado del desarraigo, la pérdida de referencias de una mayoría de emigrantes que se vieron obligados a abandonar sus lugares de origen y a rehacer su sentido de pertenencia. Una mayoría a la que no se le ha ofrecido, en cambio, otro relato, otra imagen que le permita identificarse con una identidad colectiva, distinta y no excluyente, llamada España. Si un grupo no ofrece seguridad, los ciudadanos la buscan en otro que se muestre capaz de aliviar de la tensión del anonimato y el rechazo, que les ofrezca recompensas emocionales y reconocimiento.

La mayoría acabará inclinándose hacia el lugar en el que se sienta social y emocionalmente más segura

El contagio nacionalista tiene, por tanto, una explicación. Sin comprender sus raíces y sus mecanismos de difusión e imposición no podremos enfrentarnos a él. Todos necesitamos ser aceptados por el entorno, no sentirnos rechazados ni señalados o excluidos del grupo. Sin ofrecer a los ciudadanos otros modelos de identificación, otros formas de agrupación y de protección individual y colectiva, modos de resistencia a la presión social y al miedo; sin empezar a ocupar un espacio social y visible que contrarreste la hegemonía del independentismo en todos los ámbitos sociales, de nada servirá el espejismo de las actuales estadísticas en las que sólo un 30% es abiertamente independentista. La mayoría acabará inclinándose hacia el lugar en el que se sienta social y emocionalmente más segura.

Teniendo en cuenta estos mecanismos psicológicos, nada más equivocado que "blindar" la educación, la cultura y la lengua a los independentistas (un poder, por otra parte, del que ahora ya gozan sin someterse a más ley que la suya). En la educación se generan las imágenes del sentimiento, los tópicos y prejuicios, la identificación de grupo, la ilusión de pertenencia a una nación superior, los relatos míticos, las creencias y dogmas nacionalistas, el rechazo del otro, el odio al enemigo interior y exterior. Viendo el avance y la dominación ideológica, mental y psicológica del independentismo, es inconcebible que ni el Estado ni los partidos hasta ahora mayoritarios se hayan preocupado lo más mínimo por contrarrestarlo con leyes, con la enseñanza, los medios de comunicación y difusión, el apoyo a los no independentistas; que no se hayan preocupado por generar un relato y un discurso con el que puedan identificarse tantos ciudadanos demócratas que todavía hoy se resisten al contagio nacionalista, a la presión de esa minoría hegemónica que hace todo lo posible por inclinar a su favor la voluntad de la mayoría.

Nada de esencias milenarias, por tanto; nada de un pueblo ejemplar y superior que ha pervivido a lo largo de los siglos; nada de una identidad lingüística, cultural, psicológica o biológica que ha resistido a la invasión, la dominación, la opresión de España y la brutalidad de los españoles. Todo esto forma parte del mapa mental con que un grupo minoritario ha construido la imagen de Cataluña con el propósito de arrastrar emocionalmente a la mayoría. Desde Durkeim y su análisis de la relación del individuo con la masa, hasta Noelle-Neumann con su teoría de la espiral del silencio; del estudio de la disonancia cognitiva de Festinger, a Lazarsfeld con su investigación sobre la influencia personal, a Asch y Milgram con sus teorías sobre la conformidad, la obediencia y la influencia social, etc. Existen multitud de investigaciones sociológicas que fundamentan lo que aquí he llamado el contagio independentista. Lo que sorprende es la ignorancia oceánica en la que chapotean nuestros políticos haciendo componendas y fabricando cambalaches legislativos para frenar algo que va mucho más allá del oportunismo o el apaciguamiento suicida.