Las sanciones son la respuesta de los dirigentes de los países desarrollados a la invasión rusa de Ucrania. Tienen como objetivo la destitución de Putin y el instrumento para lograrla es la economía. Creen que una gran caída del PIB propiciará masivas y continuadas manifestaciones y la elevada reducción de la riqueza de las élites que lo apoyan. Para ellas, su continuidad como presidente ya no será una ventaja, sino un problema.

No obstante, la historia reciente demuestra que la anterior teoría difícilmente se convierte en realidad. Las sanciones casi nunca consiguen su propósito político, pero sí el económico, si son duras y se prolongan en el tiempo. A Irán y Venezuela les generaron una gran crisis. En cambio, después de la anexión de Crimea (2014), a Rusia solo un período de bajo crecimiento. Entre 2015 y 2019, el PIB únicamente aumentó una media del 1%.

Las represalias contra la nación eslava fueron livianas, pues no repercutieron sobre la parte principal de su economía. Ni afectaron significativamente a sus exportaciones de materias primas ni a su sistema bancario. Los principales hombres de negocios del país continuaron invirtiendo en el extranjero y captando capital en los mercados financieros internacionales. Las empresas multinacionales siguieron haciendo muchos y buenos negocios con las rusas.

Una decisión adoptada por la Unión Europea (UE) y EEUU para eludir el efecto bumerán. Querían perjudicar a Rusia, pero sin dañarse a si mismas. La prioridad era impedir una gran subida del precio del petróleo y el gas natural y evitar el desabastecimiento de la segunda materia prima en el norte y este de Europa. Por tanto, optaron por mirar hacia otro lado y permitir que la anexión de Crimea le saliera prácticamente gratis a Putin.

Los dirigentes de los países occidentales pensaron únicamente en el corto plazo y en sus naciones. Después de la invasión de Ucrania, pueden hacer lo mismo o aplicar a Rusia sanciones duras y prolongadas. En relación a ocho años atrás, la intervención de Putin es muy diferente en la forma y en el fondo. A los políticos de Crimea, les ayudó a separarse de Ucrania y unirse a su país. Ahora ha invadido militarmente al primero.

La actual invasión constituye un precedente que compromete la integridad territorial de las naciones que comparten frontera con Rusia. Debido a ello, la mayoría de sus dirigentes son partidarios de la línea dura y están presionando a los del resto de naciones de la UE para que las medidas adoptadas tengan una gran repercusión sobre el agresor.

Si así sucediera, la mayoría de los países sancionadores sufrirían un efecto bumerán. Desde mi perspectiva, los principales perjuicios que éste causaría serían los siguientes:

1) Un aumento del precio de las materias primas. La economía rusa está sustentada en la producción de materias primas, pues es la segunda productora de gas natural, la tercera de petróleo y ocupa un lugar muy destacado en la fabricación de aluminio, níquel, cobalto y hierro. También es el mayor exportador de cereales y fertilizantes del mundo.

Si las sanciones impidieran su compra a Rusia, habría escasez de oferta y una elevada subida del precio de los anteriores productos básicos. En el corto plazo, ningún país tendría la capacidad suficiente para sustituir por completo el suministro actual del país eslavo.

2) Una elevada inflación temporal se convierte en duradera. En la zona euro estaba previsto que la inflación anual tocará techo en el primer trimestre y se desplomará en el último. La subida del precio de las materias primas y su impacto sobre el importe de la electricidad, la gasolina, los alimentos y un número cada vez mayor de productos manufacturados probablemente provocaría que el IPC superara el 4% en cada uno de los meses del actual año.

3) Un incremento del tipo de interés. La persistencia de la elevada inflación obligaría al BCE a dejar de comprar deuda en el primer semestre de 2022 y, como muy tarde, subir los tipos de interés de referencia al principio del segundo.

No obstante, la anterior percepción no es compartida por la mayoría de los inversores. Para estos, el conflicto bélico retardará el movimiento al alza de los tipos. Así lo demuestra la evolución a la baja en los últimos días de la rentabilidad de los bonos a 10 años del Estado español y del precio de las acciones de los principales bancos del país.

Si el BCE no subiera los tipos de interés de referencia, su prestigio quedaría muy dañado, pues mostraría una clara sumisión al poder político. Ningún banco central independiente mantendría su principal tipo de interés en el 0%, si la inflación tiene un carácter persistente y supera con holgura el 4%.

4) Menor crecimiento del PIB. El efecto bumerán no generaría una recesión en nuestro país, pero si provocaría una ralentización económica. Aunque el PIB español crecería algo más del 3,5%, se situaría muy lejos del 7% previsto por el Gobierno. Todas las variables, excepto el gasto público, se comportarían peor de lo esperado.

El consumo privado por la reducción del poder adquisitivo de los salarios y la menor creación de empleo. La inversión de las empresas debido a una mayor incertidumbre y la disminución del margen unitario del beneficio, al no poder repercutir por completo la subida de los costes de producción en el precio de los bienes.

Finalmente, las exportaciones por la desaceleración económica mundial y las importaciones por unos precios de las materias primas superiores a los previstos. Las primeras suman en el PIB y las segundas restan.

En definitiva, si las sanciones fueran duras y prolongadas en el tiempo, EE.UU y especialmente la UE sufrirían el efecto bumerán. Un perjuicio que probablemente la mayoría de sus dirigentes consideraría un peaje excesivo. Por tanto, a pesar de las presiones de los gobiernos de los países de Europa del Este, dudo mucho que aquellas posean ambas características, pero sí creo que tendrán alguna de las dos. En concreto, ser blandas y largas, como lo fueron en el caso de la anexión de Crimea, o rigurosas y cortas.

En la actualidad, una muestra de ello es la continuación de la compra de materias primas a Rusia por parte de los países desarrollados y el uso por numerosos bancos del país del sistema de transmisión electrónica de datos conocido como SWIFT. Por tanto, no creo que la nación eslava quedé económicamente aislada.

Si sigue conectada al comercio y las finanzas internacionales, constituirá una buena noticia económica. No obstante, si esta favorece la continuidad de Putin como presidente de Rusia, probablemente suponga un gran error político. Por el bien de todos, espero y deseo que a ninguno de los actuales líderes de los países occidentales la historia les reserve un lugar al lado de Chamberlain y Daladier.