Estamos en enero, con sol pero mucho frío. Lo normal para esta época invernal. El sol es alegre cuando se ve tras la ventana con calefacción.

La pugna entre ERC y la banda de Puigdemont es total, no es sólo versallesca, y me gusta. Es como el FC Barcelona huérfano de Leo Messi, que es irreconocible.

Pero en la banda contraria no están mejor, están igual, como decía el afrancesado Mariano José de Larra, que con 28 años se suicidó por mal de amores: amaba a una casada y se pegó un tiro en la sien.

Al periodista tampoco le gustaba la deprimente España de principios del siglo XIX, en manos del Deseado, Fernando VII, el peor rey Borbón de España. Lo único bueno que hizo fue la creación hace 200 años del Museo del Prado. Dice el refrán que no hay ningún animal que no tenga un pelo blanco.

Quiero a España pero no me gusta ni Pedro Sánchez --que es el típico relaciones publicas-- ni la oposición de Pablo Casado y Santiago Abascal. Amo a España y a Cataluña pero no soy nacionalista. El ejemplo serbio de fin de semana muestra lo que es el nacionalismo, por eso no lo soy.

Si no cambia la situación, en 2023 no iré a votar porque no me gusta nadie en España. Como decía Larra: hablar de España es llorar.

Pero acabo con el título de este artículo. Hace mucho frío y no es por el Covid-19. Mal año desde todos los puntos de vista.