El Govern ha cesado a Josep Lluís Trapero en el ejercicio de sus funciones. Ni tan solo está obligado a dar explicaciones y de hecho no las ha ofrecido de forma convincente porque las razones de la caída del major de los Mossos son un presunto secreto. Por si acaso no se entendían sin mayor problema, las fuentes habituales del susurro oficial han dejado caer algunas claves para justificar la decisión.

Así, parecería que el héroe nacional forjado el 17 de agosto de 2017, presentado tras la actuación de los Mossos ante los atentados terroristas como modelo profesional durante años se habría convertido de repente en un mal ejemplo para las jóvenes promociones de policías autonómicos, un policía extremadamente jerárquico y solitario, demasiado respetuoso con la legalidad y sobre todo una persona resentida, se supone, que contra los gobernantes independentistas. Los susurradores oficiales no han podido concretar en que decisiones del máximo responsable de los Mossos, restituido en su cargo tras ser declarado inocente per la Audiencia Nacional, se había evidenciado tal resentimiento.

El resentimiento es una aproximación elegante al popular enfado por alguna cosa que no ha salido bien. Visto de esta manera, es un estado de ánimo perfectamente detectable en Cataluña, donde tantas cosas han salido mal últimamente sin que nadie quiera asumir ninguna responsabilidad, optando siempre por cargar las culpas a los otros. Es un boomerang, un estadio previo a la aversión que implica el odio, un infierno que no nos queda tan lejos y con el que algunos flirtean frívolamente. La manifestación institucional del resentimiento es la política de bloques, de ahí que nadie pueda dudar de su presencia en nuestro país.

De todas formas, sorprende la atribución a Trapero de una actitud resentida por parte del gobierno ERC-Junts. ¿Resentido por qué? ¿Por no haberle hecho caso cuando advirtió de las nefastas consecuencias de la celebración de un referéndum prohibido? ¿Por haberle puesto a las puertas de la cárcel en su desafío al Estado? ¿Tal vez por haber soportado estoicamente la confusión de los Mossos con una policía independentista? Motivos tendría Trapero para haber perdido la fe en los gobernantes independentistas, pero no pudiéndose precisar en qué actos profesionales se materializó el desafecto, la acusación es difícil de sustentar y es legítimo desconfiar de los motivos formales de su cese.

Alguna razón tendrá el conseller de Interior para haber firmado dicho decreto. De haberse producido el cese por parte de un gobierno socialista, pongamos por caso, habría provocado una tensa manifestación de denuncia del implacable ánimo de revancha del Estado opresor. Sin embargo nadie ha derramado una lágrima por Trapero tras ser despachado por quienes le encumbraron, porque los patriotas, como Roma, no pagan traidores. Aquí apunta la clave. De ser este un cese por resentimiento, lo más fácil es que sea resultado del enfado de la parte cesante y no precisamente por su gestión al frente de los Mossos.

Trapero fue el testigo de cargo más demoledor para los juzgados en el Tribunal Supremo por sedición. Con su relato sorpresa sobre la reunión con el presidente de la Generalitat para dejarle constancia de sus temores ante el 1-0 y su confesión de estar preparado para detener a Carles Puigdemont de habérselo ordenado el juez situó fuera de la ley a los acusados y a los no presentes en la sala y con su acatamiento implícito del ordenamiento vigente cimentó su posterior inocencia ante la Audiencia Nacional.

La aureola de Trapero como policía ideal y patriota sin par se esfumó, sin embargo fue restituido en el cargo cuando los condenados por el TS todavía permanecían en la cárcel a la espera del indulto. Ahora, sus superiores políticos han detectado oportunamente su resentimiento y se despejan el camino para dar satisfacción a la CUP y su obsesión por enmendar el modelo policial que una noche de agosto de no hace tanto parecía el mejor del mundo.