Según el teorema de Chebycheb, “en probabilidad, la desigualdad es un resultado que ofrece una cota inferior a la probabilidad de que el valor de una variable aleatoria con varianza finita esté a una cierta distancia de su esperanza matemática”. ¿A que es difícil de entender? Servidor desde luego no lo pilla y, por puro pragmatismo intelectual, ha renunciado a hacerlo. Pues bien: me lo recordaba recientemente un buen amigo ingeniero que sostiene que es un juego de niños comparado con el guirigay que supone, puede suponer o supondrá, más exactamente, la situación del Ayuntamiento de Barcelona tras el 28M.
Faltan cuatro meses para las elecciones municipales y parecemos condenados a vivir esperando constantemente, como instalados en una eterna y angustiosa tarde de domingo. En este tiempo de alerta, cuando ya todo es debate preelectoral, aún puede pasar de todo. Puede ocurrir hasta que Pere Aragonès y Salvador Illa se pongan hoy de acuerdo para acabar con el culebrón de los Presupuestos de la Generalitat que debían estar en vigor desde principios de año. Sobre todo después del aquelarre republicano del sábado que Oriol Junqueras remató con la impagable mística frase de “bienvenidos a la felicidad”. A lo mejor tenemos la suerte de que, más allá de agudizar las contradicciones internas del independentismo, se obre el milagro y veamos que empieza a hablarse de las cosas del comer.
De momento, lo único que tenemos claro es la salida de Jaume Collboni del consistorio. Lo anunció el día 3 del mes pluvioso del calendario republicano emanado de la Revolución Francesa, aunque vivamos en tiempos de pertinaz sequía que diría el extinto Francisco Franco que a muchos les sonará al pleistoceno. Cierto es que su abandono no parece haber alterado nada: su equipo sigue en el ayuntamiento mientras que él tratará de poner a parir, para distanciarse de ella, una obra local de la que es corresponsable. Tanto da que la idea haya sido suya, de Salvador Illa, de Pedro Sánchez o de los tres al alimón. No faltan mal pensados y gentes generalmente bien informadas que a ambos lados del Ebro sostienen que la decisión la tomó Madrid, más exactamente el dúo Moncloa&Ferraz.
Desconozco si Ada Colau tiene por costumbre eso de cantar en la ducha; mucho más difícil es saber qué tiene en la cabeza ante esta espantada, puesto que habla de forma un tanto críptica, hueca y atropellada, más cercana al modelo Cantinflas, que hace bastante ardua su comprensión. Pero puestos a especular, podemos imaginar que canta aquello del corrido mexicano de “No me amenaces” que incluía lo de “…y te vas, y te vas, y te vas y no te has ido”, por eso de que sus concejales en pleno aguantan como un solo hombre en la corporación. De momento, y sin que todavía fuese oficial la renuncia del candidato socialista, los socios de la coalición gobernante ya se las tuvieron con reproches cruzados a propósito del Plan de usos del Eixample que los comunes tuvieron que retirar del plenario en el último momento porque se quedaron solos. La coexistencia no será fácil si el PSC quiere ahora distanciarse de lo hecho.
Es posible que la Emperatriz del Paralelo acaricie incluso la idea de poner de patitas en la calle a los ediles socialistas, incluida la caterva de cargos que podrían verse afectados. Pasarían a engrosar las listas del desempleo, a la espera de que alguien les recoloque, algo así como en situación de fijos discontinuos. La decisión no es fácil, puesto que si opta por esa salida otra vez, será ella la responsable. Sin embargo, mantener las cosas como están y aguantarles, puede interpretarse como una legitimación implícita pese a las refriegas previsibles y la murga que parece querer darle el aspirante socialista desde fuera marcando paquete crítico con una obra municipal para la que, al decir de un jurista, ha sido colaborador necesario.
El problema de Jaume Collboni es que parece no convencer a los propios, al menos a todos, cosa que hace más difícil hacerlo con los ajenos. En estas elecciones se da una circunstancia curiosa desde una perspectiva demoscópica: la marca PSC vale mucho más que la de su candidato. Sin embargo, al menos en las otras tres formaciones principales, sus aspirantes pesan más que las siglas. Los comunes no serían nada sin Ada Colau; Xavier Trias no mentará a Junts ni en sus desayunos familiares y el juicio de Laura Borrás le facilitará las cosas; lo de Ernest Maragall puede ser más discutible, aunque le queda un apellido de raigambre cuyo valor han dilapidado en gran medida durante estos cuatro años.
Quien le apetezca puede estar expectante al desarrollo de la campaña. Se hablará más de candidatos y siglas que de definir una alternativa para Barcelona y de todos contra Colau, aunque solo sea por disfrazarse de Colón para asistir a la gala de los Premios Gaudí. Puede reaccionar cual tigresa frente a los poderes ocultos, las empresas del mal y el capitalismo despiadado. ERC, PSC y Junts pueden considerar que será una campaña a tres, puesto que dan por agotado el proyecto de Ada Colau. No es fácil aventurar si ello beneficiará o perjudicará a los comunes: la pelea será por movilizar a los indecisos y captar el voto útil para desplazarlos. Lo que ocurra después es la gran incógnita por despejar, sin descartar un posible tripartito: la sociovergencia parece una ilusión vana y a Moncloa no le interesa incomodar a sus socios, sean de gobierno o de legislatura.