En su informe de otoño, el FMI prevé en 2020 una caída del PIB español del 12,8%. No constituye una exageración, sino una previsión bastante probable, especialmente después del rebrote del coronavirus. En el cuarto trimestre, la recuperación quedará temporalmente abortada, pues la producción del país probablemente volverá a disminuir.

Desde una perspectiva comparativa, la magnitud del desplome también es espectacular. Supone el mayor descenso desde 1939 y el más elevado en el actual ejercicio entre los países avanzados. Supera con holgura la bajada del PIB mundial (4,4%), el promedio de las naciones desarrolladas (5,8%) y el de la zona euro (8,3%).

Los principales motivos por los que nos va peor son los siguientes:

1) Restricciones más prolongadas a la actividad empresarial y la movilidad de las personas. En la primera oleada de la Covid -19, un porcentaje de población infectada muy superior a la media europea provocó el confinamiento más largo del continente. A finales de julio, se inició la segunda, impidió la llegada de la mayor parte de turistas extranjeros y condujo a un gran caída de los ingresos proporcionados por ellos en temporada alta. Un problema sanitario que hasta octubre no ha afectado considerablemente a la mayor parte de Europa.

2) Una economía basada en mayor medida en el contacto físico entre las personas. A diferencia de lo que indican algunos economistas, la economía española no está excesivamente especializada en el sector servicios. Éste aporta el 74,9% del valor añadido bruto generado en nuestro país y supera al logrado en la Unión Europea (UE) en un solo punto (73,9%).

Los principales responsables de la debacle económica no son todos los servicios, sino principalmente los que su prestación necesita del contacto físico entre las personas. Entre ellos destacan los proporcionados por hoteles, restaurantes, bares, comercios, empresas de transporte y establecimientos de ocio. Indudablemente, su impacto sobre el PIB español es muy superior al que tienen sobre el de la UE.

3) Un mercado de trabajo más precario. España es el país europeo con mayor porcentaje de trabajadores temporales (21,9%). Una característica que, cuando llega una crisis, facilita una gran pérdida de ocupación, ya sea debido a la no renovación de sus contratos o a su despido. Casi todas las empresas prefieren despedir a ellos que a los fijos, pues la indemnización abonada es inferior. En el caso de los primeros se sitúa en 12 días por año trabajado, en el de los segundos 20 o 33, si aquél es objetivo o improcedente, respectivamente.

La anterior constituye una peculiaridad de nuestro mercado laboral y explica en gran media la disminución de la afiliación a la Seguridad Social de 955.169 trabajadores entre el 13 de marzo y el 30 de abril. Una espectacular caída que afectó notablemente a las decisiones de gasto de las familias y al PIB.

4) Una mayor proporción de microempresas. Según las estimaciones de Eurostat, en 2018 un 94,9% del tejido empresarial español estaba formado por microempresas, siendo éstas las que poseen entre cero y nueve empleados. En términos porcentuales, la diferencia con la UE era significativa, pero no relevante, pues dichas compañías suponían el 93,1% del europeo.

En cambio, la disparidad se transforma en destacada cuando analizamos su aportación al respectivo valor añadido bruto. Las españolas generaron un 25,8%, mientras que las de la UE solo un 21%. Una información que ayuda a explicar, cuando llega una crisis, la más rápida destrucción de empleo observada en nuestro país, la desaparición de un mayor número de compañías y una caída más elevada de la inversión privada.

Por regla general, cuanto mayor es el tamaño de una empresa más liquidez posee, más posibilidades tiene de aumentar sus fondos propios y más elevada es su capacidad de endeudamiento. Las grandes y algunas medianas pueden endeudarse con los bancos o a través de emisiones de renta fija. En cambio, las pequeñas solo con los primeros.

En una crisis, las entidades financieras desconfían de las posibilidades de supervivencia de muchas de las segundas. Por tanto, les niegan el crédito solicitado u obligan a sus propietarios a avalarlo con su patrimonio personal. Unas condiciones que conducen al cierre de bastantes de ellas. Aunque algunos empresarios desisten de volver a emprender, la mayoría si lo hará y regresará cuando la economía entre en una nueva fase expansiva.

5) Menos estímulos públicos. En los primeros meses de la pandemia, según el Instituto Bruegel, España fue uno de los países que utilizó menos recursos públicos para combatir la crisis. Entre ayudas fiscales, créditos y avales tenía previsto movilizar solo el 10,1% del PIB.

Un porcentaje muy inferior al de Italia (43%), Bélgica (26,7%), Francia (22%) y Alemania (34,5%), teniendo los tres primeros países en 2019 un mayor ratio de deuda pública / PIB que España. A la mayoría de los que comprometieron una inferior proporción, como es el caso de Hungría (8,3%) y Grecia (2,5%), el Covid–19 había afectado mucho menos a sus ciudadanos y las restricciones a la movilidad y actividad empresarial eran menos drásticas.

En definitiva, múltiples motivos explican la peor evolución de España en 2020. La mayoría son intrínsecos a sus características económicas, suponen un gran lastre en las crisis y una ventaja en las recuperaciones. Unos rasgos que reconoce el FMI, cuando indica que España será el que más crecerá (7,2%) entre los principales países desarrollados. Un aumento del PIB que, tal y como ha sucedido en otras ocasiones, será mucho más que un simple efecto rebote.