El Mediterráneo hoy ya no es un lago. Se ha convertido en una frontera. En sus orillas se han establecido nuevos jugadores: Rusia, China... mientras el proyecto euromediterráneo se tambalea. El efecto corrosivo de la crisis económica obliga a arbitrar y gestionar los temores a corto plazo. Y la crisis de los refugiados ha relegado la construcción económica Mediterránea.

Ahora la Comisión Europea estudia crear "centros o plataformas regionales de desembarco" en los países del sur del Mediterráneo para los refugiados e inmigrantes. Pero la inmigración forzosa es una consecuencia natural de la agitación, y es solo la punta del iceberg. ¿Cómo se puede pensar en retener a millones de personas que están tratando de evitar la guerra, el hambre o la dictadura? ¿Cómo se puede creer que una política orientada a la seguridad o los centros de desembarco son las únicas opciones que Europa puede presentar a sus vecinos del sur?

La crisis económica, la crisis de identidades y la crisis de refugiados han minado la cohesión de los Estados miembros de la UE. La prioridad ha sido la estabilidad de los flujos migratorios y esto se ha traducido en congelar 15.000 millones destinados a la cooperación.

Desde 2010 hasta 2016, la orilla sur de la región ha perdido 650.000 millones de dólares en actividad económica, casi el 7% del PIB. Algunos países de la región están al borde de la ruina económica y financiera, por las guerras y la inestabilidad política. Y surgen riesgos geopolíticos, como el terrorismo, por un horizonte de futuro sin esperanza. Hay más de 40 millones de jóvenes desempleados en la zona, 27 millones sin educación ni formación, la mayor tasa de paro del mundo (un 27,2%) y este problema aumentará por el incremento de población.

El futuro de Europa se jugará en el sur. Los destinos de Europa y África están vinculados por el Mediterráneo. Hay que aunar las voluntades, defender los intereses convergentes, apostar por una mejor cooperación. Hay que romper los miedos para entendernos y dibujar el futuro de las próximas generaciones.

Hoy, más que nunca, los temas económicos y de inversión deben introducirse en un debate que ahora está dominado por cuestiones de seguridad y de inmigración. Es preciso plantear nuevas ideas, propuestas audaces y dar fuerza a la integración económica. Todavía estamos a tiempo de conseguir un nuevo equilibrio para evitar más pesadillas. De adoptar medidas concretas a favor del comercio, los flujos de capital y el movimiento de personas para el beneficio mutuo.

Veintitrés años después del Proceso de Barcelona, muchos de los objetivos siguen siendo válidos. Hay que trabajar para mejorar una prosperidad compartida basada en las relaciones sur-sur y norte-sur. Europa sigue siendo el primer socio comercial de los países del sur la parte oriental del Mediterráneo con 345.000 millones de euros en los volúmenes de comercio. Los acontecimientos desde la Primavera Árabe hasta la crisis de los refugiados han reforzado la necesidad de trabajar juntos para lograr un crecimiento sostenible.

El Mediterráneo y la UE necesitan una relación diferente a todos los niveles. El modelo actual debe ser renovado ante los nuevos problemas económicos, geopolíticos, de seguridad o el cambio climático. Los tiempos han cambiado y hay que hablar sin rodeos. Es esencial saber concretamente lo que el Mediterráneo quiere de Europa y lo que Europa está buscando en el Mediterráneo.

Este nuevo diálogo no debe ser solo una relación entre los donantes que buscan reducir el número de migrantes y los beneficiarios que dependen de la ayuda y los fondos, sino debe ser una relación entre iguales.

Entre 1970 y 2015, la población de los países ribereños ha aumentado de 285 a 490 millones. Y de 2015 a 2025, se estima que se incrementará en 100 millones más, básicamente en la ribera sur. La Europa mediterránea era el 65% de la población de la zona en 1950. Ahora, es el 40% y se reducirá al 35% en 30 años.

La magnitud del desafío deja a las medidas existentes de asistencia financiera claramente insuficientes para el propósito. Por ello, hace falta una nueva política europea para el Mediterráneo, un Plan Marshall sería una solución realista para resolver los problemas económicos endémicos, buscando revitalizar el comercio y la inversión, estimular el espíritu empresarial. Un plan compacto centrado en la ayuda al desarrollo en el momento en que Europa busca nuevas fuentes de crecimiento y la región necesita una transformación económica.

Es imperativo consolidar la economía regional y fortalecer su inclusión en la economía mundial para facilitar la transformación de la región. Las futuras relaciones entre las dos orillas se basan, en un grado nada despreciable, en la capacidad de las empresas del sector privado para incrementar los flujos de inversión, de bienes producidos y comercializados ya que los futuros niveles de empleo, muy especialmente en el sur, dependerán de la voluntad de de los inversores, sean nacionales o internacionales de implicarse en esta apuesta.

Desarrollar infraestructuras, especialmente la digital, es una forma de estimular indirectamente el espíritu empresarial facilitando el proceso de creación de las pymes. Mejorar los modelos de gobernanza luchando contra la corrupción con mayor transparencia y rastreabilidad. Las empresas internacionales tienen que considerar la región no como un mercado de consumo o una fuente de materias primas, sino también como un región que crea valor.

Un Plan Marshall para el Mediterráneo, inspirado por la estrategia de reconstrucción en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, aseguraría la creación de empleo, lo que evitaría que los jóvenes se aventuren en la inmigración ilegal a Europa y aportaría crecimiento y soluciones tanto a Europa como al resto de países de la región.

El Mediterráneo fue durante 60 siglos nuestro mar común, el mar que impulsó grandes civilizaciones y las obras más destacadas del espíritu humano. Es imprescindible una nueva visión.