Las cuentas de 2021 abren en canal la política española. Sánchez se enroca de momento en la mayoría de la moción de censura y Hacienda tiene previsto entronizar los nuevos Presupuestos en la cámara baja, el próximo 11 de noviembre. Ciudadanos los verá pasar; los 10 escaños de Inés Arrimadas no sirven ya para presionar al Ejecutivo. Aquel griterío de Albert Rivera se paga ahora, con el amago de Sánchez. Vendrán dos años de reposo en un Gobierno de coalición en el que solo sobran los gestos antimonárquicos de los socios minoritarios y los republicanos catalanes de ERC, eternos frentistas ante la Constitución del 78. Estos últimos no durarán; las cuentas de Sánchez son, para JxCat y ERC, una amenaza tácita de futuro, aunque salgan aparentemente ganadores del anteproyecto, con la mayor inversión pública de la historia de españa.

Las cuentas refuerzan, con fondos de Bruselas, la estructura federal de España, no su destrucción. Unos 36.000 españoles se verán afectados por la subida de los tipos del IRPF, que se aplicará solo a partir de 300.000 euros anuales de base imponible contando, en ella las rentas del capital; los 16.740 sueldos más altos de España entran en el bombo. Los números de Marichu Montero se entienden por primera vez; acaban con la tradición alambicada de los ex ministros del ramo. Montero ha enchufado ya en el documento los primeros 27.000 millones de euros, a cuenta de los 70.000 de las trasferencias europeas sin devolución; los otros 70.000, en créditos, son secundarios mientras el BCE siga comprando la deuda pública española. Holanda y sus halcones están calladitos; la peor cara de la pandemia ha derrotado a las nefastas banderas de la austeridad, exhibidas en el rescate cicatero de 2008.

No habrá compromiso histórico ni gran coalición; no veremos juntos a Sánchez y a Casado. Y si el soberanismo catalán quiere poner condiciones deberá avanzar en consenso ciudadano en el Congreso, no en el Parlament (donde lo tiene mejor). De momento, la arenga indepe de Pere Aragonés, realizada anteayer en presencia de Van der Leyen, presidenta de la Comisión, asusta en Europa. El nacionalismo expansivo catalán ya es más peligroso que el nacionalismo implosivo de Alemania, la enana blanca de la UE. El amago de Sánchez no es el principio del fin sino el comienzo trabajoso de una hegemonía. La izquierda moderada ofrenda en los altares del constitucionalismo. Pablo Casado busca sitio, pero su reclinatorio estás más lejos del altísimo.  

La política no exige la verdad, sino su discontinuidad. Y su gestualidad va por barrios: la presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, esconde los labios debajo de sus comisuras; Casado sonríe con indisimulada malicia; Aznar arquea las cejas, a distancia republicana; a Felipe se le hinchan los mofletes; Rufián se pinza el tejano con los dedos en la misma raja, como lo hace Rafa Nadal antes del saque, en los partidos de tenis; Torra enrojece de niño tardo; Rajoy expresa su redundante “absolutamente jamás”;  Abascal se atusa la barba; al ministro de Trasportes, Ábalos, se le hace el hoyito en la mejilla; la Fiscal General, Dolores Delgado, dobla el mentón y habla de Rousseau; Lesmes, ex PP, tiene para la ocasión el alzacuellos de las togas; José Luis Escrivà mira por encima de las gafas; Yolanda Díaz levanta sus pómulos; algún caballero se acomoda con disimulo la carga del pantalón y el mismo Pablo Iglesias se retoca el moño.

Todos realizan gestos que denuncian el momento en el que mienten. Podrían formar parte de la larga lista de investigados por Lie to Me (Miénteme), bajo la atenta supervisión del doctor Cal Lightman, en la serie televisiva casi olvidada y protagonizada por el actor Tim Roth. La mentira, el arte más utilizado por el procés catalán, brilla con luz propia en el rostro de Ayuso y de su consejero de Sanidad, Ruíz Escudero, santa sanctorum de esa inveterada práctica. Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo, como sabe bien el atribulado ministro de Sanidad, Salvador Illa, un hombre de porte ignaciano y paciencia agustiniana.

En la cosa pública, la meritocracia crece a base de pantomimas. La política es la única profesión que retribuye la sátira; en este oficio de tinieblas, morir sobre el proscenio es un arte mayor; y no solamente eso, porque morir con elegancia es una de las condiciones para regresar con la altanería del Ave Fénix, como pretenden Jordi Sánchez, Junqueras o Romeva, el núcleo duro de la doctrina indepe, después de una improbable amnistía. Si al final, como parece, llega el indulto se mantendrá la inhabilitación y en el castigo llevarán la penitencia.

Los Presupuestos son el maná del Consejo Interterritorial de Salud, que se ha convertido en el eje del modelo federal español; por fin, un agarradero material; y por fin, claridad en los fondos que se van a destinar a las autonomías, sin distinción de ideas. El Papa Francisco abundó al decirle a Sánchez que las ideologías son nocivas; y lo son, sean esteladas, laclaudianas, peronistas, populistas o garibaldianas. La exaltación de la lucha de clases por parte de Iglesias, el nacionalismo de Junqueras o el liberalismo ultra de Espinosa de los Monteros son la antesala de la mentira. No hay nada peor que la predisposición, porque cuando uno sabe de antemano lo que tiene que decir no escucha; es justamente lo que le ha ocurrido a Ciudadanos y lo que les pasa a los soberanistas o a UP. La admiración por las causas finales es enemiga de la sabiduría.