De un tiempo a esta parte, cada vez que escucho el concepto “memoria histórica” se apodera de mí cierto aburrimiento moral. Debe ser por mi manía de vivir en el presente y preocuparme por el futuro, pero --llámenme egoísta-- la única memoria que me interesa es la personal, con la cual me basta y me sobra. Los intentos de reescribir la memoria colectiva y de fabricar una versión definitiva e inamovible me causan una gran pereza, aunque no participe en ellos. Por eso observo la última tangana en torno al tema con cierta pesadumbre y notable desinterés, mientras veo que nuestros políticos se portan exactamente como se espera de ellos.

Ante la enmienda de Podemos y el PSOE a la ley de amnistía de finales de los 70 (cuando la tenebrosa Transición, ¿recuerdan?), veo que todos interpretan el papel habitual. La derecha no quiere ni oír hablar del asunto, no vaya a pringar el abuelito franquista de alguno de sus dirigentes. La izquierda se divide entre los que quieren juzgar a los responsables de los crímenes del franquismo (si es que queda alguno vivo), o sea, Podemos, y los que no se toman muy en serio ni su propia enmienda, o sea, el PSOE, que se apunta a la fiesta, pero duda mucho que se pueda celebrar en condiciones a causa de la famosa ley de amnistía de antaño. Mientras Podemos exige justicia y reparaciones económicas para las víctimas del franquismo, el PSOE, en una de esas jugadas típicas del cinismo de la era Sánchez, viene a decir que no hay mucho que hacer al respecto, que no hay más cera que la que arde y que Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita. O sea, que el PSOE se apunta a las buenas palabras y al propósito de enmienda, pero no cree que, con la ley en la mano, pueda procederse a revisar el pasado desde un punto de vista judicial. Personalmente, creo que nos vendría bien a todos un poco de olvido. Y centrarnos más en el presente y el futuro. Ya sé que los españoles no sabemos qué hacer con el presente y no pensamos en el futuro porque lo que nos gusta es arrojarnos mutuamente a la cara los cadáveres de nuestros ancestros, pero esta obsesión de cierta izquierda (más los separatistas, por la cuenta que les trae) por vivir permanentemente en el pasado empieza a resultar un tanto pesada en la era del coronavirus y las estrecheces económicas.

Ya sé que el franquismo fue un asco: viví su última etapa, más soportable que las anteriores, y nunca le vi la gracia. También sé que la Transición incluyó desde el inicio una ingesta colectiva de sapos a cargo de todos los representantes políticos, pero siempre he pensado que el atracón de batracios fue necesario para intentar tener la fiesta en paz por una vez en nuestra desdichada historia reciente como nación. Con la ley de amnistía salieron ganando las víctimas del franquismo y también algunos de sus principales representantes. Era una oferta modelo “lo tomas o lo dejas”. Y la tomamos con la loable intención de hacer tabla rasa y volver a empezar con mejor pie nuestra convivencia. Evidentemente, se salieron de rositas muchos partidarios del Régimen que deberían haber dado algunas explicaciones, pero en esa época todavía hacíamos como que queríamos ir hacia delante: hubo que esperar hasta la aparición de Podemos y Vox para volver a las trincheras e internarse en el túnel del tiempo hasta aparecer de nuevo en los años 30 del siglo pasado.

Creo que no soy el único que está ya un poco harto de esa memoria que ya no sé muy bien si debe calificarse de histórica o de histérica. La magra taquilla de la última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas, donde el tema se ha metido un poco con calzador, permite intuir que hay más gente que huye como de la peste de la memoria histórica tal como nos la quieren vender. Franco ganó la guerra, impuso un Régimen infame que duró demasiado y luego se hizo lo que se pudo, no hay más. La amnistía benefició a víctimas y verdugos y a estas alturas, la mayoría de unos y de otros están muertos. Creo que mi Gobierno debería preocuparse un poco más por los vivos (son los que votan, a fin de cuentas) y que el olvido, a veces, puede ser una injusticia, pero también una liberación. Igual soy tan solo un penoso representante del régimen del 78, pero mis prioridades están en el presente y en el poco futuro que me queda.