Tomo prestado para esta columna el título de una novela del argentino Osvaldo Soriano, que en paz descanse, porque no se me ocurre una manera mejor de definir la conclusión de la carrera política de Albert Rivera. Dicha carrera puede resumirse siguiendo la tradición narrativa de dividir una historia en tres partes: exposición, nudo y desenlace. Veamos.

Exposición: en Barcelona, un tipo joven, dinámico y bendecido con un pico de oro, se pone al frente de un nuevo partido político antinacionalista y de centroizquierda. Vigilado y asesorado por un Comité de Sabios, nuestro hombre consigue imponer la presencia de su partido en Cataluña y, luego, en España, aunque el trato recibido por los demás grupos políticos ha sido infame y mezquino a más no poder.

Nudo: todo le va bien a nuestro héroe, hasta que un buen día, sin que entendamos muy bien por qué, decide derechizar su partido, tratarse con gente poco recomendable, abjurar en público de la socialdemocracia y tratar de sustituir al partido español de derechas de toda la vida. Ni corto ni perezoso, abraza el caudillismo, procede a la purga interna de desafectos a la nueva identidad del grupo, se rodea de unos cuantos sicofantes, veta al partido con el que, cuando fundó el suyo, más puntos de contacto tenía, se equivoca incomprensiblemente en su propio diagnóstico y camina, sin darse cuenta, hacia el desastre.

Desenlace: abandonado por el Comité de Sabios, nuestro hombre ya solo se escucha a sí mismo y a sus sicofantes. Renuncia a un Gobierno de coalición con ese partido al que tanto se parecía en un principio y contribuye a unas nuevas elecciones que nadie desea. Su masa de votantes, que ya está un poco mosca desde que encaminó sus pasos hacia donde no debía, le abandona porque ni lo entiende ni lo aguanta. En esas elecciones, cosecha unos resultados lamentables que ponen a su partido al borde de la desaparición. Ha metido la pata hasta el corvejón, cargándose su propio partido, presenta la dimisión y dice que se retira de la política. A partir de ahora --o eso afirma-- se dedicará a ser mejor padre, mejor compañero sentimental, mejor hijo y mejor amigo.

La catástrofe de Ciudadanos deja a España sin un partido liberal de centroizquierda convertido en no se sabe muy bien qué (ni para qué). Los partidos tradicionales siguen a lo suyo, contentos de haberse quitado de encima a esa gente con la que no había manera de pactar nada porque el jefe se creía soñado. ¿Levantará cabeza Ciudadanos sin Rivera? ¿Habrá que refundar el partido a través de otros postulados? No parece que valga la pena: la marca ya no vale nada a causa de las incomprensibles decisiones del líder. Si Ciudadanos se formó, en sus inicios, con rebotados del PSC, alguien debería fundar un partido nacional para quien no se encuentre a gusto en el PSOE ni en lo que se ha convertido Ciudadanos.

Quiero creer que los planes de Manuel Valls van en esa dirección. Los socialdemócratas que creen que el PSOE es claramente mejorable, que el PP debe instalarse en el centro-centro y que no quieren saber nada de Vox, de los Ceaucescu ni de los separatistas se lo agradeceríamos mucho. Aunque se le haya recibido a patadas en Cataluña --y habrá que ver en España--, algo a lo que ya está acostumbrado cualquiera que intente poner un poco de cordura progresista y trufada de valeurs republicains en este país de listos y sobrados y tarugos reticentes a que un franchute les diga lo que tienen que hacer.