Nuestros alcaldes independentistas parecen disponer de mucho tiempo libre. En cuanto se les convoca, ya sea en el Parlament o en Bruselas, agarran el bastón de mando y se van a agitarlo donde se les diga. También son muy dados a cantar L'estaca y Els Segadors. Y todo esto estaría muy bien si se pagaran de su bolsillo los desplazamientos a Barcelona o a Bruselas, pero parece que no es ése el caso en la mayoría de los ediles, que tiran del erario público para sufragarse el tren o el avión. Teniendo en cuenta que la mayoría de ellos ya tienen una cita pendiente con la justicia, supongo que no les importa añadir un nuevo cargo de malversación.

De lo que no sé si son conscientes es de que su ruidosa presencia en Bruselas no va a contribuir precisamente a potenciar el afecto del Gobierno belga por Puigdemont y su pandilla de cesantes fugados. Bélgica tiene sus propios problemas, típicos de un país casi imposible que se aguanta con pinzas, y no necesita importarlos de Cataluña. Vale que Bruselas es, se supone, la capital de Europa, y que eso obliga a aguantar a todo tipo de atorrantes venidos de fuera a dar la brasa, pero todo tiene un límite: primero se te cuela un intruso que pide que se le juzgue en neerlandés, idioma que no entienden ni él ni sus compadres, y luego te aparecen doscientos tíos con un bastón a pegar berridos por las calles de tu ciudad, después de colgar en las redes sociales una foto a bordo del avión que los traslada a Bruselas, luciendo todos una cara (y a veces una tripa) de oprimido que tiembla el misterio. Para acabarlo de arreglar, Puchi reprende a Juncker y a Tajani por portarse tan mal con Cataluña. Conclusión: el primer ministro belga debe estar rezando para que el juez le quite de encima a l'emmerdeur catalan cuanto antes. Él mismo lo ha dicho: esto es un problema español, no belga. O sea, a dar la vara, a España.

El primer ministro belga debe estar rezando para que el juez le quite de encima a l'emmerdeur catalan cuanto antes. Él mismo lo ha dicho: esto es un problema español, no belga. O sea, a dar la vara, a España

Es lo que hicieron ayer los de la huelga de país convocada por el célebre criminal patriótico Carles Sastre desde el sindicato de chichinabo que dirige. O los que se volvieron a concentrar, ¡una vez más!, en la plaza de Sant Jaume, que deben estar tan desocupados como los tíos de la vara que se fueron a Bruselas. O los medios de agit prop del régimen, que siguen sin añadir la partícula ex a todos los cesantes y comportándose como si aquí no hubiera pasado nada, lo cual nos lleva a algunos a desear que los hubiesen intervenido (¡menuda campaña electoral nos espera!). O los profes acusados de delitos de odio, hipócritas profesionales que aseguran que solo piensan en dar la mejor educación posible a sus alumnos...

Todas esas cosas le importan un rábano al primer ministro belga. Normal. La gente puede hacer lo que quiera (o lo que le digan) en su país. Pero colarse en casa ajena, insultar al anfitrión y a sus amigos y montar una juerga con doscientos gorrones belicosos armados con bastones ya es pasarse de la raya. Y, además, querido Puchi, ¿para qué sobreactuar cuando tienes de tu parte a Pamela Anderson, que es como Chomsky pero en versión playmate? ¡Qué más quisiera Rajoy!