Las encuestas resultaron ser ajustadas a la realidad y las elecciones al ayuntamiento de Barcelona fueron lo anunciado: una pugna entre la Evita Perón de los comunes (y corrientes) y un tránsfuga de la tercera edad a quien el soberanismo ha aportado un nuevo hálito vital (como a todos esos jubilados con lazo amarillo en la solapa con los que nos cruzamos a diario y que nos miran tan mal a los que no llevamos el emblema de su secta destructiva). Me gustaría calificar dicha pugna de estimulante, pero para mí ha sido como si me dieran a elegir la manera de suicidarme: ¿el señor prefiere arrojarse por el balcón o meter la cabeza en el horno?
Colau ofrece a Maragall un gobierno de izquierdas
De todos modos, para evitar tomar uno de esos dos caminos de salida, me veo obligado a encontrar algo a lo que agarrarme para no deprimirme del todo ni incrementar de manera exponencial el asco que ya me inspiran mis conciudadanos. Lamentablemente, solo puedo buscar la alegría en la desgracia ajena. En ese sentido, reconozco que me hace ilusión que Vox no haya entrado en el ayuntamiento y que las chicas de la CUP hayan sido desalojadas de él (Anna Saliente: un nombre premonitorio). También encuentro solaz en que a Jordi Graupera no le haya votado ni su tía, aunque algo me dice que no nos vamos a librar de él tan fácilmente, pues su autoestima es de hierro: lo acaban de zurrar en el ayuntamiento y ya dice que igual debería concentrar sus esfuerzos en acceder al Parlament. Asimismo, me entretiene el maquiavélico plan de Miquel Iceta para pactar con quien haga falta en vistas a montarle al Tete una alternativa de gobierno. No será fácil, pues requeriría un difícil acuerdo entre los comunes, los sociatas y los de Barcelona pel Canvi, pero pondría a Ada Colau en una tesitura de ésas que ella se pasa la vida intentando esquivar: elegir entre los indepes y la izquierda. El Tete Maragall podría reaccionar liándose con los de Junts x Puchi, pero los escaños de estos son escasos y tal vez insuficientes. Tumbar al Tete tendría el encanto añadido de darle la razón a Chis Torra cuando dijo aquello tan sentido de que Barcelona ha abdicado de ser la capital de Cataluña y que Gerona ha debido asumir tan noble misión soberanista.
Quiero creer que tenemos por delante unos días estupendos de conspiraciones, pactos, puñaladas traperas y confirmaciones de que si te he visto no me acuerdo. Aunque la idea de Iceta no condujese a nada, yo creo que vale la pena ponerla en práctica para amargarle la vida al Tete --que bastante ha hecho llegando vivo a la jornada electoral, con la dieta deportiva a la que le estaban sometiendo sus asesores: un día fútbol, otro ping pong… ¡solo nos ha faltado verle haciendo cola en el Everest para emprender la ascensión!-- y demostrarle a Torra que, efectivamente, la capital de la Cataluña catalana es Gerona y aquí tenemos otras prioridades más razonables y estimulantes a nivel español y europeo.
De momento, ya me apaño con no volver a ver a Carles Riera soltando sus ideas de bombero independentista en el Parlament, un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad.