La cosa podría haber pasado inadvertida de no ser por el conseller Buch (exacto, el que rima con ruc). Al antiguo portero de discoteca no se la dan con queso y se ha dado cuenta de la maniobra de humillación que oculta el envío a Cataluña del gobierno español de 1.714.000 mascarillas. Quitando los ceros, puede leerse perfectamente la ominosa fecha de 1714, y hasta ahí podíamos llegar. Puede que alguien más tibio y/o acomodaticio hubiese dejado pasar el sarcasmo español, pero Buch (que para algo rima con ruc) está tan al quite ahora como cuando se le intentaba colar algún indeseable en el local cuya puerta defendía con uñas y dientes.

Nuestro hombre no cree en las casualidades: es evidente que lo que él siempre llama --en castellano, durante sus alocuciones por televisión-- “el Gobierno del Estado Español” (la expresión correcta es Gobierno de España, pero para eso debería pronunciar ese vocablo terrible que, a la manera de las películas de Candyman, si lo repites tres veces te convierte en murciano o, ¡aún peor!, en madrileño), pretende reírse de los catalanes con la excusa de echarnos una mano, de la misma manera que el ejército hace como que nos desinfecta el aeropuerto y las residencias donde caen como moscas nuestros ancianos cuando, en realidad, distribuye, como descubrió Petri, antiguo miembro del prestigioso Club Súper 3, un compuesto asesino que forma parte de ese 155 encubierto que ya denunció en su momento la clarividente Pilar Rahola.

Supongo que algo hay que decir para disimular la última metedura de pata del jefe, que nos prometió 14 millones de mascarillas para hoy, convertidas luego en un millón y pico (y después en 100.000) para el día 20, si hay suerte y el tiempo no lo impide. Ah, y las mascarillas que no llegan son de un solo uso, por cierto. Ya entiendo que había que tapar semejante chapuza como fuese, pero lo de las mascarillas españolas humillantes es delirante. Al parecer, mientras la gente enferma y en algunos casos la diña, el gobierno español no tiene nada mejor que hacer que reírse de los catalanes enviándonos un número de mascarillas calculado exclusivamente en la medida del pitorreo resultante.

Quim Torra se quejaba hace unos pocos días de que las mascarillas venían sin instrucciones, como si hubiera que ser un científico espacial para saber donde repartirlas (y, encima, la queja venía de alguien cuya diversión favorita es pasarse por el forro las instrucciones, sean del orden que sean, del opresor, como demuestra la cadena de desobediencias que le ha llevado a la inhabilitación). Ahora ha puesto a ladrar al portero de su discoteca particular, Cataluña, porque las mascarillas españolas vienen envueltas en un intolerable sarcasmo conceptual que solo existe en su mente enferma.

Yo diría que el sufrido trabajador agradecería cualquier mascarilla que se le ofrezca, aunque la suma total fuese 666.000 (¡sin los ceros, el número de la bestia, el signo de Belcebú!), pero nuestro líder no lo ve así (y aún no se ha pronunciado el Emérito, que seguro que lanza a su fiel Comín para confirmar las preclaras intuiciones de Buch). España nos roba. España nos mata. España se nos toma a cachondeo. Nuevo concepto éste que añadir al memorial de agravios de cada mediodía en TV3, donde las apariciones de nuestros Cuatro Jinetes del Apocalipsis (Torra, Budó, Buch y Vergès, también conocidos por su optimismo y alegría de vivir como Comando Niño Becerra) apuntan siempre a lo mal que lo está haciendo España con el virus y lo bien que lo haríamos nosotros si fuésemos independientes. El episodio de las mascarillas incrementa la miseria moral exhibida hasta la fecha, de ahí que no se pudiera dejar pasar. Moraleja del asunto: nos roban, nos matan y se nos pitorrean, así que la independencia es más urgente que nunca. Y si cuela, cuela.