El madrileño Ramón Cotarelo se ha convertido en faro de procesistas e ídolo de todos los oprimidos catalanes. Digamos que ha entrado a formar parte de esa especie de legión extranjera que nos había dado hasta ahora nombres tan señeros como los de Matthew Tree, Liz Castro o la difunta Patricia Gabancho, convirtiéndose a su vez en catalán por convicción y en independentista para plantar cara a España, que a él se le antoja un Estado fascista en el que el espíritu de Franco no solo sigue vivo, sino que lo impregna todo, incluyendo a esos partidos supuestamente de izquierdas que, según Cotarelo, no lo son porque se oponen a la separación de Cataluña del resto del país.

Desgraciadamente, viene siendo común últimamente que algunos marxistas, al llegar a una edad provecta, se apunten al nacionalismo. Le pasó hasta al gran Josep Fontana. Lo que hace especial el caso Cotarelo es que el susodicho no solo no es catalán, sino que manifiesta hacia su país de origen un odio exagerado, habiendo llegado a tuitear que España le parecía una ñorda (mierda) y sus habitantes también (excepto él, supongo). También resulta un curioso caso de miopía política que un rojo de sus dimensiones haya podido confundir la revuelta de unos burgueses malcriados con una revolución equiparable a la soviética. Por no hablar de sus comentarios sobre el fugado Puigdemont, al que considera un estadista como la copa de un pino, un líder sin parangón en todo el ibérico solar. ¡Dios le conserve la vista!

Cotarelo podría haber optado por amar a Cataluña, pero ha preferido odiar a España

¿Qué puede haber llevado a alguien teóricamente inteligente a este delirio? ¿La necesidad de una causa? Hay gente que no sabe vivir sin ellas, como Pío Moa, que pasó del GRAPO a hacerse franquista, o aquel exmiembro de la banda Baader-Meinhof que acabó militando en un partido de la extrema derecha alemana. También el dramaturgo Alfonso Sastre, del que ya nadie se acuerda, mutó en vasco abertzale a una edad avanzada.

Cotarelo podría haber optado por amar a Cataluña, pero ha preferido odiar a España. Sus columnas en el diario digital El Món dejan patente ese autoodio semanalmente. No sé cuánto dinero le reportarán esas colaboraciones, pero no creo que sea tanto como para marcarle la línea de lo que escribe. Me temo que Cotarelo cree en lo que dice y que, por primera vez en la vida, ha conseguido que alguien le escuche y le aplauda. No como los ingratos de Podemos, a los que dio clase y luego fueron incapaces de premiar su magisterio con alguna sinecura en el partido. Eso lo ha tenido que hacer ERC, en cuyas listas figura el inefable profesor de la UNED sin necesidad de sacarse el nivel C de catalán. Lo que no entiendo es qué hace viviendo en Madrid, capital de ese país de mierda que tanto le atormenta, pudiendo instalarse en Berga. Igual es porque su país de mierda le paga el sueldo y aforará su pensión, pero no quiero ser malpensado.