Ramón de España opina sobre los 'caganers' más vendidos del año
El oráculo en cuclillas
"¡Date por acabado, Puigdemont! El 'caganer' ha hablado, y lo ha hecho con contundencia; de las 170.000 figuritas incontinentes que se venden al año, las más populares en Cataluña son las de Sílvia Orriols"
En Cataluña disfrutamos de un sistema único para calibrar la popularidad (e impopularidad) de los políticos propios y ajenos. Se trata, evidentemente, del conocido como microcosmos del caganer, que permite saber de inmediato quién está in y quién está out. Ya en las elecciones norteamericanas de 2016, el caganer de Donald Trump se vendió mucho más que el de Hillary Clinton, y luego pasó lo que pasó. En el terreno doméstico, nubes negras se ciernen sobre Carles Puigdemont, cuyo caganer en esta época navideña, que había sido el más vendido la temporada anterior, se ha visto superado en ventas por el de Sílvia Orriols, la matamoros de Ripoll.
Esta nueva humillación pública viene a continuación de la experimentada por nuestro querido Puchi con la última encuesta del CEO (Centre d´Estudis d´Opinió), que situaba a Aliança Catalana al mismo nivel de voto que Junts. Y yo no digo que una encuesta del CEO no haya que tenerla en cuenta, pero lo del caganer, que es como lo de la marmota americana que predice el tiempo, es, sin duda, mucho más preocupante: el CEO apunta, pero el caganer dispara. Así de telúricos somos los catalanes…Y la verdad es que no sé cómo se lo hacen en Madrid para saber quién está in y quién está out sin compartir con nosotros la tradición del caganer.
No descarto que lo consideren vulgar, algo para lo que no faltan los motivos. Lo de poner a un tipo con barretina defecando tan tranquilo mientras nace el hijo de Dios no sé muy bien si es una muestra de seny, de rauxa o de una mezcla de ambas cosas. Mi difunto padre, que se crió en la capital del reino, siempre se negó a colocar la figurita del caganer en el belén familiar. Una vez que se lo comenté, arrugó la nariz como si estuviese oliendo a algo desagradable y sentenció: “Estos catalanes…Qué obsesión tienen con la mierda”. Y la verdad es que no le faltaba razón: si le añadimos al caganer el grotesco tió, ya tenemos dos personajes navideños dedicados a hacer de vientre para diversión de mayores y pequeños.
¿Cómo interpretar lo de ponerse a jiñar mientras nace el Salvador? ¿Una muestra de seny?: “Tú serás el hijo de Dios, pero, sintiéndolo mucho, me estoy ciscando encima y esto no puede ser”. ¿Una muestra de rauxa?: “Me la sopla que seas el fundador de una religión milenaria. Yo me estoy cagando y lo primero es lo primero”.
De ahí que yo lleve toda la vida dudando entre abrazar tan catalana tradición o despreciarla como hacía mi progenitor. Ahora, afortunadamente, en su condición de oráculo en cuclillas, el caganer adquiere una función nueva, que es predecir el futuro inmediato de la política, sea esta internacional, como en el caso Trump, o de vuelo gallináceo, como la pelea de caganers entre el líder de Junts y Sílvia Matamoros.
A todo esto, nada sé de cómo le va al caganer de Salvador Illa, si es que existe. Al original me lo están zurrando desde Junts y ERC por hablar en México con escritores barceloneses de esos que escriben en castellano mientras aquí pechamos como podemos con la gripe porcina. Y aún les queda tiempo y energía para atacar a Jaume Collboni por esa beca que piensa conceder a escritores hispanoamericanos para que pasen una temporadita en Barcelona y luego aporten en un libro su visión de la ciudad. En fin, con algo se han de entretener, en su condición de caganers perdedores de la policía catalana.
Pero al grano: ¡Date por muerto, Puchi! El caganer ha hablado, y lo ha hecho con contundencia; de las 170.000 figuritas incontinentes que se venden al año, las más populares en Cataluña son las de Sílvia Orriols. Y si lo del CEO ya era inquietante, lo del caganer lo es mucho más. Más vale que nuestros partidos se pongan las pilas si no quieren que la matamoros de Ripoll se convierta en la caganera en cap de la Generalitat. El que avisa no es traidor.