Tengo la impresión de que en la Unión Europea empiezan a estar un poco hartos de nuestras chorradas. De aguantar, por ejemplo, al ministro Albares dando la chapa para que se pueda utilizar el catalán en los foros políticos europeos, algo por lo que no habría movido ni un dedo si no fuese porque su señorito depende de los votos nacionalistas en el Congreso para mantenerse en el poder y seguir protegiéndonos del fascismo.
O de leer nuestra ley de amnistía para los participantes en la charlotada independentista de hace ocho años y constatar que nunca habían visto una ley tan desfachatada que se aprueba en colaboración (o por exigencia) de los que se van a beneficiar de ella. Como en Europa no ven daño alguno a la economía del continente en la ley de marras, nos han venido a decir que hagamos lo que nos dé la gana y que les dejemos en paz, que están muy ocupados con asuntos más serios y cruciales.
Con lo que había costado que nos tomaran mínimamente en serio en Europa, las exigencias de nuestros nacionalistas y la sumisión del presidente del Gobierno por la cuenta que le trae, nos hemos convertido en un país cuya principal ocupación es hacer perder el tiempo a la UE con peticiones absurdas que solo benefician al presidente del Gobierno y a una pandilla de amotinados ridículos.
Cuarenta de los cuales, por cierto, acaban de ser amnistiados. Se trata de empresarios y altos cargos que tal vez se excedieron un poco en su apoyo a la inexistente república catalana. Entre ellos, los directores de TV3 y Catalunya Ràdio cuando los hechos de octubre, Vicent Sanchis (me alegro por él; aunque políticamente estamos en trincheras enfrentadas, le tengo un aprecio personal) y Saül Gordillo (éste tiene problemas más graves a la vista, y de carácter rijoso).
Destaca en la lista de beneficiarios de la amnistía exprés la figura, alta y calva, de Raül Romeva, flamante conseller de Exteriores de la Generalitat cuando la revuelta (y fulminado por la aplicación del 155). No es que nos hubiésemos olvidado de él, pero casi. Y mira que nos deparó grandes momentos en sus años de gloria, cuando iba por las instituciones europeas afirmando que era el minister of foreign affairs of the catalan republic. Como lleva tiempo callado y manteniendo un perfil bajo, yo casi había conseguido olvidar a ese comunista pequeñoburgués reciclado en independentista. Y conmigo, intuyo, una buena parte de los catalanes.
Si quieres estar presente, hay que dar la tabarra con cierta frecuencia, que es lo que hace el Astut Mas, enviado al basurero de la historia por la CUP (cuya más reciente manera de destacar ha consistido en cambiar el logotipo de su colla pessigolla), pero empeñado en convencernos de que hay que seguir contando con él: supongo que ahora hará una pausa estival para bogar en el yate alquilado por su amigo Vilajoana (su único amigo, según se dice) y que en la rentrée volverá a la carga con alguna de sus ideas de bombero.
La actual situación del independentismo ya solo permite la práctica del chantaje político por parte de quienes se supone que soportan el Gobierno español y actividades patrióticas de los ciudadanos de a pie, como esa pandilla de héroes que, según leo en un digital del ancien regime, se han tirado la friolera de 21 días sin hablar en castellano con nadie (Mantinc el català es el lema), aunque tuvieran delante a un chino acabado de llegar de su país.
Veo sus caras de ilusión y sus sonrisas en una foto y pienso que, si no hablara catalán, todos ellos me quitarían las ganas de aprenderlo. ¡Qué gran contribución a la convivencia! Y nosotros, mientras tanto, cambiando de idioma 20 veces al día y sin darnos cuenta de que eso es mostrar nuestra sumisión al ocupante.
En espera de esa necesaria purga a la que Illa se resiste, en TV3 siguen aportando sus granitos de arena a la causa fracasada. Esta vez desde un folklorismo que, si lo utilizara TVE, sería la rechifla nacional: con un concurso que busca al catalán más catalán de todos los catalanes y que presenta Àngel Llacer, tocado a veces con una barretina espectacular. El ganador se convertirá automáticamente en el mejor de todos nosotros…
Así están los indepes, entre el chantaje (los que pueden permitírselo), el patriotismo folklórico y la gamberrada idiomática. Realmente, quién los ha visto y quien los ve.