La renuencia de nuestros políticos a jubilarse, sobre todo aquellos que no se han lucido especialmente en su labor, podría hasta resultar entrañable si no fuese tan cansina y redundante.

Fijémonos en Artur Mas. Después de montar el inútil sindiós del prusés (y de haber hundido dos empresas en su etapa prepolítica, una de ellas, por cierto, del inefable Prenafeta), otro mantendría un perfil bajo y practicaría un silencio casi absoluto.

El Astut no, el Astut sigue dando su opinión, aunque no se la pida nadie, y ahora se ha descolgado con la propuesta de que los partidos independentistas, o lo que queda de ellos, mantengan relaciones civilizadas con Sílvia Orriols y su partido de extrema derecha, Aliança Catalana.

Y para demostrar la pertinencia de tal iniciativa, se pone a sí mismo de ejemplo y recuerda el momento en que se fundió en un fraternal y patriótico abrazo con el líder de la CUP Sandalio Samarreta (también conocido como David Fernández).

La propuesta ha indignado a un amplio sector del procesismo, ese sector al que le conviene estar a malas con la señora Orriols para sentirse mejores personas y más progresistas de lo que realmente son.

El racismo y el supremacismo, reconozcámoslo, están presentes, en mayor o menor medida, en todos los partidos independentistas.

La diferencia de Aliança Catalana con el resto de la desarbolada tropa indepe estriba en que los primeros no disimulan ni engañan a nadie, mientras que los segundos confunden voluntariamente el nacionalismo con el progresismo.

A Junts, ERC y la CUP les va de perlas la existencia de Aliança Catalana, en su condición de chivo expiatorio, de indepe malo (frente a ellos, los indepes buenos), pero los radicales de Orriols solo son la versión hardcore de la misma visión mezquina y miserable de la vida.

A veces, Sílvia Orriols tiene una idea razonable, pero los indepes buenos la satanizan igual. Ejemplo: la Marine Le Pen de Ripoll ha propuesto chapar un montón de mezquitas salafistas de las que no puede salir nada bueno, pero le han tumbado la iniciativa Junts, ERC, la CUP y hasta el PSC.

Un cerebro privilegiado del club de fans de Puchi, incluso, ha encontrado la solución para ahorrarnos sorpresas desagradables con las 100 mezquitas radicales que tenemos en Cataluña y que representan una tercera parte del total. Se trata de Agustí Colomines, cuya idea de bombero les cuento a continuación:

Lo que hay que hacer, según el ínclito Colomines, es “evitar el islamismo radical y la islamofobia”. ¿Y eso cómo se hace? Muy sencillo: con una evaluación de los 300 imanes que tenemos en Cataluña, a los que hay que obligar a aprender catalán y a recibir “cursos sobre los derechos humanos y las leyes y los valores de las sociedades avanzadas”.

¿A que es fácil? Una vez sepan catalán y se enteren de qué son los derechos humanos, dejarán de alentar a sus feligreses a la guerra santa.

Vamos a ver, lo de aprender catalán, aunque sea a desgana, lo veo factible: ¿no hablaban un perfecto catalán los asesinos de los atentados de la Rambla de Barcelona del 2017?

Pero lo de adoptar las leyes y los valores de las sociedades avanzadas ya lo veo más complicado, por no decir imposible.

Esos clérigos han venido a Cataluña a jodernos la vida y a extender su mensaje de odio a occidente. Lo mejor que se puede hacer con ellos es encerrarlos o deportarlos, no llevarlos a la Academia de Urbanidad de la señorita Pepis Colomines.

La verdad es la verdad, dígala Sílvia Orriols o su porquero. Aquí nadie está hablando de deportaciones masivas al estilo Trump, sino de desactivar a un personal siniestro cuya principal misión religiosa es fabricar terroristas islámicos.

Lograr que hablen catalán mientras fabrican sus bombas no me parece un objetivo especialmente ambicioso.

Expulsar a imanes radicales no es un acto de islamofobia, aunque la que ha tenido la idea sea, ciertamente, una islamófoba.

Es tan sólo una medida de seguridad, pero aquí siempre sale alguien dispuesto a ver la sombra del fascismo en cualquier discrepancia con los musulmanes.

Aún recuerdo cómo se defendió desde el soberanismo a un clérigo árabe que fue detenido por la Policía Nacional y deportado a continuación: ¡otra clara muestra de la represión española! O cómo, cuando el atentado de La Rambla, se habló de la urgencia de combatir la islamofobia casi antes de lamentar la suerte de los asesinados.

Lo de Colomines es una genuina idea de bombero. Esos imanes a los que quiere adoctrinar (de buen rollo) no tienen ningún interés en escucharle, con lo que su acto de buenismo resulta inútil y claramente estúpido.

Supongo que obedece a la necesidad de distinguirse de la señora Orriols, pero la verdad es que yo no veo muchas diferencias entre el uno y la otra.