Superado el sarampión procesista, cuesta creer que hace no tantos años se vivieran en Barcelona fenómenos (paranormales) como la llamada batalla de Urquinaona, los acosos a la comisaría central de la vía Laietana, la toma del aeropuerto, los cortes de carreteras o los asaltos a la Delegación del Gobierno en la calle Mallorca.

Prácticamente de la noche a la mañana, todo aquel ardor guerrero se ha desvanecido y algo aparentemente tan fundamental como la independencia del terruño se ha convertido en algo muy parecido a una especie de entretenimiento para excéntricos aquejados de monomanía que parecen llamados a convertirse en los herederos naturales de aquellos célebres personajes de la Rambla de antaño como la Monyos o el Sheriff.

Quedan sujetos inasequibles al desaliento, sin duda, y cada día se expresan con mayor virulencia. Es el caso de Lluís Llach, a quien solo le falta clamar por la refundación de Terra Lliure y el regreso a la lucha armada (convenientemente secundado por el payaso Pesarrodona y el Lenin de la CUP, Julià de Jòdar: ya tardan en apuntarse Enric Vila -cada día más irrelevante en su papel de inofensivo orate-, Héctor López Bofill -que insiste en inficionar el aire fresco de la hermosa Altafulla- o Freddy Bentanachs -del que no hemos sabido gran cosa desde que abandonó los cortes de la Meridiana con el megáfono entre las piernas porque no le hacían caso los jubilators que se dedicaban a cortar el tráfico; al autobusero Garganté ni lo esperen, que desde que le cayó un chollo en la junta de TMB está más callado que un muerto).

Hace un par de días, salió del olvido David Fernández para afirmar que se mantiene en el Parlamento catalán la mayoría indepe (verdad alternativa a lo Donald Trump) y que se impone el “desbordamiento democrático”, sea eso lo que sea, aunque intuyo que va en la línea de las Tesis de agosto del Lenin de la CUP: o sea, puro bla, bla, bla sin ninguna posibilidad de puesta en práctica. 

Con Santiago Espot ya ni se puede contar, pues hace tiempo que dejó de patrullar por Barcelona cuaderno en mano para apuntar los comercios que no rotulaban en catalán y poder luego denunciarlos a la autoridad competente, conformándose actualmente con vomitar su bilis una vez a la semana en uno de los digitales del antiguo régimen. Como inasequible al desaliento no tenía precio, pero es posible que la tarea que se había otorgado le superara.

Puestos a practicar el arte de la delación, es mucho mejor una asociación de corte mafioso como la Plataforma per la Llengua, que dirige con mano de hierro un cirujano maxilofacial llamado Óscar Escudé (Barcelona, 1968).

Conocida, según el punto de vista, como la ONG del català o la Gestapo del catalán, la Plataforma per la Llengua es de lo más organizado, proactivo y resiliente que le queda al procesismo. Y al concentrarse en un solo tema (katalanische über alles) puede ejercer su molesta labor de zapa con más eficacia que quienes se consagran a asuntos patrióticos en general (como es el caso de la ANC).

En estos momentos, la Gestapo del catalán tiene dos frentes abiertos que la mantienen muy motivada. Por un lado, la han tomado con el alcalde Collboni porque parece que no hace todo lo que debería para la extensión y promoción de la lengua catalana por la capital del principado (por cierto, ¿quién es nuestro príncipe? Ya estoy aburrido de que me digan que los catalanes no tenemos rey, pero somos un principado a cuyo príncipe nadie conoce: ruego a la Plataforma per la Llengua que me ilumine al respecto).

Y por otro, se han quejado al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de que el perverso Estado español los margine en lo del 25% de castellano en la enseñanza catalana. Evidentemente, al señor Escudé y sus secuaces les parece muy mal que en una zona de España se imparta el 25% de las clases en español, pues dan por sentado que eso invade las competencias del Gobierno autónomo.

Aunque la Gestapo del catalán resulte bastante inofensiva (cada loco con su tema, ya se sabe), causa cierto estupor que se escandalice ante el hecho de que se hable un poco de español en una zona de España. A mí lo que me causa estupor es que solo el 25% de las clases se impartan en la lengua común, pero supongo que el maxilofacial y yo tenemos un punto de vista distinto sobre la situación política y geográfica de Cataluña.

Eso sí, si yo pintara algo en el PSC, le aconsejaría a Collboni que no hiciera ni puñetero caso a los de la Gestapo del catalán y a Illa que les retire la subvención de la que llevan años disfrutando para dedicarse a actividades tan edificantes como colarse en el patio de los colegios a ver en qué idioma juegan los chavales: soy partidario de que cada uno se pague sus vicios, manías y parafilias.

Lo máximo que puedo hacer por la plataforma de marras es incluirla en la lista de inasequibles al desaliento, y aprovecho para desearles a todos ellos una feliz estancia en el mundo irreal en el que habitan: que lo disfruten, pues está dando sus últimas boqueadas.

Por cierto, queridos inasequibles, ¿ya habéis entrado hoy en X? Puede que Puchi haya colgado algo nuevo en el vertedero del señor Musk: leerlo será lo mejor que os pueda pasar a lo largo del día.