El posible retorno a España del fugado Carles Puigdemont, para asistir a la investidura del nuevo presidente de la Generalitat (que no parece que vaya a ser él), está haciendo correr mucha tinta en los digitales del régimen, cuyos más agudos columnistas se devanan los sesos para intuir lo que puede pasarle a Puchi si se presenta en su querida Cataluña.

Curiosamente, nadie se pregunta si realmente hará acto de presencia, pues ya ha prometido su retorno una docena de veces y no ha cumplido su promesa jamás, dado que es evidente que el hombre es alérgico al trullo, aunque la excusa que dan él y sus fieles para sus espantadas no es que no aparezca por miedo a su detención como ser (aparentemente) humano, sino para evitar la humillación de la institución a la que aún cree que representa, la Generalitat de Cataluña (el que quiera, que se trague lo de la responsabilidad institucional, pero muchos creemos que es un cagueta al que le da pavor la posibilidad de pasar una noche a la sombra).

En cualquier caso, sus fans de la prensa subvencionada se están estrujando el magín para predecir lo que puede ser de Puchi en cuanto cruce la frontera. Los más optimistas sostienen que la detención sería un visto y no visto, pues a su héroe se le aplicaría la amnistía exprés en el mismo momento del arresto en La Jonquera. Otros le auguran un par de días de talego hasta que llegue la amnistía del generoso Pedro Sánchez, aunque los jueces han dejado fuera de esta la malversación que se le atribuye a Cocomocho por todo lo relacionado con el vodevil de la república que duró ocho segundos (creo que hasta el conejo medio tarda algo más en aliviarse sexualmente, pese a su fama de expeditivo). Los que son no ya optimistas, sino lo siguiente, sueñan con una insurrección popular que se enfrentará a la Policía Nacional, a la autonómica y a la Guardia Civil cuando intenten echarle el guante al hijo prófugo.

Esta teoría, todo lo épica que ustedes puedan considerar, se interna directamente en el delirio, dado que los actos de resistencia masiva del procesismo dejan bastante que desear últimamente y no se distinguen precisamente por una gran afluencia de público: a Marta Rovira la recibieron cuatro gatos del partido entre la indiferencia general y algún que otro insulto lazi por tirarse más de seis años tocándose las narices en Suiza; la airada manifestación de la ANC, encabezada por Lluís Llach, de hace unos días, congregó la friolera de entre 1.000 y 1.500 catalanes de bien; el intento de abochornar a los de ERC por su posible contribución a que Salvador Illa acabe presidiendo la Chene consistió en la entrada de la sede del partido del beato Junqueras de 20 aguerridos jubilators y sus pancartas (no hubo ni que disolverlos, bastó con que los mossos les señalaran amablemente la salida).

Puigdemont ha tenido varias oportunidades de dejarse detener, provocando de esta manera un buen cirio que hubiese puesto en un aprieto al Gobierno español y habría rebasado informativamente nuestras fronteras, pero las ha desperdiciado todas a causa del pánico cerval que le causa la más mínima posibilidad de acabar en el talego. De acuerdo: es una perspectiva que no le hace ilusión a nadie.

El propio Josep Pla, cuando le preguntaron qué era aquello a lo que más esfuerzo había dedicado en su vida, respondió que a evitar acabar en la cárcel. El problema de Puchi es que la condición de Padre de la República y Héroe de la Patria es incompatible con esa prudencia suya rayana en la cobardía y de la que dio muestras desde el minuto uno, cuando citó a sus secuaces a una cita de trabajo a la que no pensaba presentarse, pues ya había decidido darse el piro a Flandes en un coche (fuese en un asiento o hecho un gurruño en el maletero).

Me juego un guisante (si se me permite la catalanada) a que ese cantamañanas no va a volver a Barcelona para la coronación de Illa (no por miedo al trullo, claro, sino por la dignidad de la institución que, en su insania, aún cree que representa). No sé qué le habrá aconsejado su abogado, Gonzalo Boye, quien dentro de poco será llevado a juicio por colaboración con un narcotraficante. En cualquier caso, si ambos acaban entre rejas, espero que se les permita compartir celda, como Rull y Turull en su momento, aunque sin la molesta aerofagia del presidente del parlamentillo en funciones, a ser posible.