En estos momentos, quienes se oponen a la amnistía a los golpistas de octubre del 17 se dividen en dos grupos: por un lado, estamos los que vemos con malos ojos que se libre de culpa, y casi se pida perdón por las molestias, a una pandilla de mostrencos patrióticos que nos hicieron pasar un muy mal rato a los que no estábamos de acuerdo con sus chorradas y a los que quisiéramos ver en el talego o, en su defecto, inhabilitados de por vida; por otro, están los radicales del lazismo a los que el acuerdo de Junts y ERC con el PSOE para que Pedro Sánchez pueda conservar su querido sillón (o contribuir al progreso y la convivencia, si aún creen ustedes en los cuentos de hadas) les parece una actitud entreguista, pusilánime, servil e interesada por parte de los dos principales partidos del procesismo catalán, cuyos representantes solo estarían pensando en sí mismos y en salvar sus precarias carreras políticas.
Juraría que, cada uno desde su punto de vista, ambos sectores de la disidencia tenemos razón (para que luego digan que no existe ningún punto de acuerdo entre el separatismo y el constitucionalismo): estamos ante un cambalache lamentable en el que ambas partes tratan de aparentar que se han salido con la suya por el bien, respectivamente, de España y Cataluña, cuando lo único que han hecho es atender a sus respectivos intereses: si Sánchez conserva el poder, Junqueras igual puede volver a presentarse a unas elecciones y Puigdemont, regresar a España, aunque no sé si en loor de multitudes o si recibido a tomatazos por los lazis más radicales, esos que lo consideran un vendido y un aprovechado que solo piensa en sí mismo.
De momento, el lazismo disidente se prepara para plantar cara al perverso Estado español (inventor del lawfare, como todo el mundo sabe) y a señalar con el dedo a los botiflers locales que se han apuntado a la amnistía, pasándose por el forro, según ellos, el célebre mandato del 1 de octubre, la obligada DUI y otros asuntos no menos sagrados: está prevista para mañana una manifestación de CDR y demás desechos de tienta del inframundo indepe, y como aperitivo, ahí tenemos a ese señor que se planta cada día delante de la Generalitat y se lanza a cantar Els segadors y a exigir la independencia ipso facto del terruño, recordándonos al inefable Xirinacs cuando le dio por apatrullar a diario la plaza de Sant Jaume hasta que Cataluña alcanzara la independencia (como todos sabemos, cuando vio que la cosa no era inminente, optó por quitarse de en medio: ¿seguirá su ejemplo el yayo de la camiseta cuatribarrada antes de que se lo lleven los loqueros?).
Estamos ante un nuevo triunfo de Pedro Sánchez a la hora de incrementar su base de fans: a la derecha, parte de la izquierda, un importante sector de la judicatura, los cuerpos de seguridad del Estado, los ferroviarios y hasta los inspectores de Hacienda, hay que añadir ahora a los disidentes del prusés (me pregunto si la insistencia de Cocomocho en que le pongan guardaespaldas en Flandes no se deberá, aparte de a su natural cobardica y sobrado a la vez –practica tanto la autoimportancia que es capaz de creer que un atentado contra su augusta persona puede considerarse un magnicidio que ríase usted del de JFK-, al temor que le inspiran los que le acusan de haberse vendido al enemigo español).
De momento, la disidencia constitucionalista gana por goleada a la procesista, aunque disponga del enemigo en casa con todos esos fenómenos de feria que se plantan cada noche ante la sede madrileña del PSOE a rezar el rosario o blandir muñecas hinchables, pero hay que tener en cuenta que el sector derechista de la grey antiamnistía cuenta con líderes (aceptamos pulpo como animal de compañía) del calibre de Núñez Feijoo y Abascal, mientras que los rebotados separatistas se tienen que apañar con el viejo chiflado que canta Els segadors y pega berridos ante la sede de la Generalitat. Muchachos, os hace falta un líder y yo os lo acabo de encontrar: Quim Torra.
Si alguien puede encabezar este movimiento para que no llegue a ninguna parte, el agente de seguros que hizo como que dirigía la república catalana durante unos pocos años (los suficientes para pillar una pensión notable y el usufructo de un palacete gerundense en el que nadie sabe muy bien qué hace, más allá de refunfuñar) es el hombre adecuado, como él mismo se ha encargado de insinuar en un artículo de autobombo que, a falta de un destino más lustroso, ha colgado en su propia página web, aprovechando para presentarse como lo que nunca fue: un firme partidario de la confrontación con el Estado español (lo único que hizo fue colgar pancartas que acababa retirando tras resistirse un poquito, pero tampoco mucho, no fuésemos a acabar mal).
Ha llegado la hora de los genuinos guardianes de las esencias, colectivo del que ya no forman parte ni Puchi ni el beato Junqueras ni prácticamente nadie de los que pusieron en marcha la charlotada de hace seis años. La hora de Quim Torra, de Dolors Feliu, de Laura Borràs (si logra esquivar el trullo, aunque confíe para ello en un sujeto al que se va a juzgar próximamente por colaboración con el narcotráfico) y hasta de Clara Ponsatí.
La hora, en fin, de los irreductibles: Fredi Bentanachs, calienta que sales.