En la carta a los Reyes Magos que el lazismo lleva días redactando para ver si apoya o no apoya la investidura de Pedro Sánchez hay un elemento recurrente (ya empieza a parecer eso que los anglosajones definen como running gag) que se aleja de las altas ambiciones procesistas para abordar un tema que, aunque importante, exhibe un tono doméstico y alejado de la épica patriótica en general: el traspaso de los trenes de cercanías (o Rodalies, en lengua vernácula) a la Generalitat.

Comparado con temas tan elevados como la amnistía y el referéndum, el traspaso de competencias para regular los trenes de corta distancia suena a falta de ambición, francamente. Yo creo que hubiese sido más apropiado completar la amnistía y el referéndum con la exigencia de que los catalanes, como preveía el filósofo Francesc Pujols, podamos ir por todo el mundo (o, al menos, por España) con todos los gastos pagados. ¿A qué viene esa obsesión por los trenes de rodalies?

En apariencia, se trata de mejorar el servicio, que, ciertamente, deja bastante que desear en manos de Renfe --aunque, contextualizadas, las cifras no son tan malas como expone el nacionalismo--, como experimentan casi a diario sus sufridos usuarios: cuando no hay retrasos, se estropea la máquina o se cae la catenaria (algo que ya pasaba en mi infancia durante los desplazamientos veraniegos a Canet de Mar, en los que la culpa de todo era siempre de la catenaria, una entelequia que, hoy por hoy, sigo sin saber muy bien qué es).

Nuestro gobiernillo da por hecho que, con el servicio de cercanías en sus manos, la cosa mejoraría notablemente. Y de verdad que me gustaría creerlo, pero no lo acabo de conseguir, dado que esquivar la tendencia española a la chapuza no me parece que sea precisamente un hecho diferencial de los catalanes, quienes, a la hora de meter la pata, no tenemos nada que envidiar a nuestros compatriotas del resto de España.

Quisiera creer que es sincera la preocupación de nuestros gobernantes regionales por las desgracias que sufren los usuarios de Renfe en sus desplazamientos, pero me temo que la reivindicación del traspaso de competencias oculta una de esas manías habituales por estos pagos: fabricar una especie de estructura de Estado (en torno al hecho ferroviario), catalanizar el transporte de cercanías (perdón, rodalies) y seguir arrinconando al Estado hasta su desaparición, a ser posible, o a que por lo menos parezca que ha desaparecido.

Los trabajadores no ven claro el traspaso, pues se huelen lo que les puede caer encima: exigencia del nivel C de catalán, conversión de Cataluña en una zona off limits para los reacios a integrarse (ya sabemos cómo interpretan ese noble concepto nuestros queridos lazis: tragar y pasar por el aro catalanizador) y, en suma, eliminar de la lista de posibles destinos laborales a quienes no cumplan los requisitos patrióticos ansiados por el régimen local.

Yolanda Díaz le concedería ipso facto el traspaso de marras, pues está dispuesta a conceder lo que sea para que ella y su Pedro sigan cortando el bacalao (como ha demostrado con su flamante propuesta de amnistía, en la que los únicos que pringan son los policías que tuvieron que hacer frente a la astracanada del 1 de octubre: cómo se nota la influencia de ese gran izquierdista que es Jaume Asens).

No soy el único sorprendido con la obsesión independentista por el traspaso del servicio de cercanías. He leído a columnistas lazis quejarse de que, al final, lo único que van a sacar los separatistas de toda su porfía va a ser el control de unos trenes. Y teniendo en cuenta cómo se gestionó la pandemia (tan mal como en el resto de España, con el añadido racista de demorar la vacunación de guardias civiles y policías nacionales), cómo se ahorra ahora en pañales para ciudadanos de la tercera edad aparcados en residencias por sus familias y cómo, en general, se pasa de los problemas de la población para priorizar todo lo relacionado con la independencia, no tengo ningún motivo para creer que el traspaso de los trenes de cercanías vaya a significar una mejora evidente en el servicio. En todo caso, me gustaría que me explicaran qué pasos se van a dar para que ocurra tal cosa.

De momento, parafraseando a Pujol, tengo la impresión de que tras el posible traspaso nos podemos encontrar con unos trenes ni mejores ni peores que los españoles, solo diferentes.