De nada le sirvió a Carles Puigdemont colgar en su cuenta de Instagram (279.000 seguidores: realmente, hay gente para todo) una foto del rey cabeza abajo para indicar que desaprobaba severamente su célebre discurso del 3 de octubre del 2017, en el que el monarca calificaba de desleales a Cocomocho y sus muchachos (yo creo que se quedó corto y que, además, siempre es mejor que te tilden de desleal que de mamarracho). Ante tan gallarda (a la par que inoportuna, en plenas negociaciones con Pedro Sánchez) muestra de rebeldía independentista, puede que la mayoría del lazismo aplaudiera con las orejas, pero a la lucecita de la Casa de la República, Clara Ponsatí, la hazaña del Hombre del Maletero no le causó ni frío ni calor, pues no se había quedado nada satisfecha con el último discurso de Puchi, en el que no habló ni de amnistía ni de autodeterminación: aunque está integrada en el supuesto exilio belga, Ponsatí no les deja pasar ni una a sus compañeros de partido, y el primero en comprobarlo ha sido su propio jefe, llamado al orden por su supuesta tibieza y sus posibles aspiraciones, no confesadas, a acogerse a una amnistía que le permitiría volver a Cataluña y, tal vez, presentarse a unas elecciones autonómicas en las que machacar definitivamente al beato Junqueras, su genuina bestia negra, y a su partido de carlistas meapilas y acomodaticios que no da un palo al agua por la independencia del terruño (tampoco es que él se esté matando al respecto, pero desde que Sánchez se ve obligado a hacerle casito, el hombre se ha venido arriba). Sostiene Ponsatí que ella no se ha chupado seis años de exilio (sic) para volver al autonomismo y que con España no hay nada que hablar porque siempre te la acaban dando con queso. Cualquier muestra de posibilismo (o de contacto con la realidad), la señora Ponsatí se la toma como una afrenta personal. Y de esta manera, su colección de adversarios va creciendo exponencialmente (yo creo que, en estos momentos, su lista de enemigos y traidores ya supera la de Truman Capote, quien aseguraba tener una con 3.000 personas despreciables).
Decía W. C. Fields que él no tenía prejuicios porque odiaba a todo el mundo. Clara Ponsatí lleva camino de convertir esa broma en una realidad. Empezó odiando a España (que le retiró una beca chollo de la que disfrutaba en Estados Unidos por hacerse la indepe a destiempo: ¡quien paga manda, señora!); luego le cogió manía a nuestro querido continente, que no le daba mucho la razón y parecía considerarla una especie de grano en el culo del Parlamento Europeo; después la tomó con ERC por su tibieza, sus mesas de diálogo (la verdad es que en eso no iba muy desencaminada, ¡menuda manera de perder el tiempo a dos bandas!) y su ambición nunca reconocida de convertirse en la Convergencia del siglo XXI; y ahora, como ya no le queda gente a la que odiar, la ha emprendido contra su propio partido y su propio jefe (y si quiere hablar con alguien, para eso está su ayudante, Jordi Graupera, quien, tras su catástrofe electoral, se ha tenido que conformar con hacer de minion de la permanentemente malhumorada señora Ponsatí, siempre negatifa, nunca positifa, que diría Van Gaal).
Cabrearse con todo el mundo y ejercer permanentemente de Pepito Grillo del soberanismo puede acabar conduciendo a nuestra heroína a la soledad, el ostracismo y la irrelevancia. A no ser que confíe su futuro político a su radicalidad y acabe fundando un partidillo para irreductibles secundada por el primario Graupera (no es un insulto: su partido, del que ya no se acuerda nadie, se llamaba Primàries). Si habláramos de otra persona, podríamos pensar que la Dulce Abuelita (o Esa arpía, según el punto de vista) aspira a unir sus fuerzas con las de Dolors Feliu, actual presidenta de la ANC, que también parece querer meter la nariz en política. Ambas son mandonas e intransigentes y ven enemigos de la patria y traidores al mandato popular por todas partes, con lo que podrían llegar a un acuerdo para alumbrar ese partido que se intuye bajo la famosa lista cívica de la señora Feliu (o Quítate tú pa´ ponerme yo, que cantaban los de la Fania All-Stars). Pero es muy posible que cada una de ellas odie a la otra y la considere una botiflera de marca mayor (algo me dice que Ponsatí, en su línea sociópata y de misantropía patriótica, ya ha incluido a Feliu en su larga lista de objetivos a destruir).
No sé cuánto tardará Clara Ponsatí en descubrir que el primario Graupera, que es lo único que le queda, es un traidor infame, pero no creo que falte mucho tiempo: Jordi, calienta, que sales.