Aunque no nos guste reconocerlo, el gen de la pesadez lo tenemos todos, aunque unos lo tienen más activado que otros. Curiosamente, esta característica humana carece de un día al año designado para celebrarla, tal vez porque se considera más una tara que algo digno de reivindicar: por eso no se celebra prácticamente en ningún sitio el Día del Pelmazo. ¿En ningún sitio? ¿Realmente? Pues no, hay un lugar en el sur de Europa (y el nordeste de España) donde se celebra anualmente el Día de la Pesadez, aunque se disfraza tan insana conmemoración de fiesta nacional para que la tabarra monomaníaca se diluya entre miles de banderas con cuatro barras y una estrella que enarbola el colectivo de Cansinos Históricos que la comparte. Ese sitio atiende por Cataluña, es una de las regiones más ricas de Europa y cuenta con un notable tanto por ciento de su población (los recién citados Cansinos Históricos) que está convencido de vivir oprimido por España (a la que siempre se refieren como Estado español) y que lleva años sirviéndose del Día de la Pesadez para exigir la independencia del terruño, una aspiración que solo interpela a menos de la mitad de la comunidad, pero los Cansinos Históricos, encabezados por el gobiernillo regional y sus brazos armados disfrazados de entidades socio-patrióticas (Òmnium Cultural y la ANC), hablan siempre en nombre de todo el paisito. Cada año, el 11 de septiembre (coincidiendo con dos tragedias reales como la muerte de Salvador Allende en Chile y el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York por los islamistas), en Cataluña se celebra el Día del Pelmazo, basándose en un hecho histórico de 1714 que se presta a diversas interpretaciones, caiga quien caiga i peti qui peti.

Puede que los indepes no estén pasando por sus mejores momentos, como indica la reciente pérdida de 800.000 votos en las últimas elecciones generales, pero los que quedan se comportan como si aquí no hubiese pasado nada y la independencia estuviera al caer (animados, en esta ocasión, por el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, que ha convertido a su líder natural, un fugitivo de la justicia, en un interlocutor válido a la hora de agarrarse al sillón para que no se lo arrebate la derechona, ¡uy, qué miedo!). Por eso ayer, en Barcelona, disfrutamos de una nueva edición del Día del Cansino Histórico que no se diferenció gran cosa de las anteriores, ya que quien tiene plenamente activado el gen de la pesadez es capaz de repetirse a sí mismo hasta la náusea sin experimentar jamás el aburrimiento que despierta en los demás su peculiar carácter, a medio camino entre el autismo y la estupidez.

Hay que reconocer, eso sí, que la ANC, organizadora de la manifestación de la Gran Tabarra Patriótica, se esfuerza por aportar aires novedosos al asunto (dentro de un orden). Ayer dividieron a los asistentes al aquelarre en cuatro columnas (bautizadas como Libertad, Lengua, País y Soberanía), que, partiendo de diversos rincones de Barcelona, acabaron confluyendo en la plaza 1 de Octubre... Que, en realidad, atiende por plaza de Espanya y está a dos pasos de una antigua plaza de toros, Las Arenas, reciclada en centro comercial. Pegarse una caminata independentista del copón para acabar en una plaza que lleva el nombre del Estado opresor y en la que destaca la inconfundible estructura de un coso taurino es un poco del género tonto, pero los Cansinos Históricos, como el célebre personaje de José Mota, nunca se fijan en esas cosas.

La noche anterior al Día del Pelmazo es también la misma cada año: lo más primario del colectivo se reúne en el Fossar de les Moreres; los hay que sostienen antorchas como si pertenecieran al capítulo barcelonés del KKK; los hay que esperan a que tome la palabra alguien de ERC para gritarle que es un traidor (el beato Junqueras, oportunamente, pilló el Covid, aunque hay malas lenguas que aseguran en las redes que se inventó la enfermedad para ahorrarse los abucheos; en muestra de educado disenso, alguien le preguntaba en Twitter: “¿Covid o diarrea?”); los hay que gritan “Puta España”; y los hay, supongo, que aprovechan el sindiós para birlar carteras y relojes (los únicos que sacan algo de la velada). Antes del show del Fossar, el presidente de la Generalitat suelta un rollo patriótico en TV3 que, en esta ocasión, se centró en los temas de moda: la amnistía (que daba por hecha) y un nuevo referéndum de autodeterminación (que igual tarda un poco más, pero acabará llegando, según él).

Al final del Día del Pelmazo, todo el mundo cuenta la participación popular como Dios le da a entender. Yo diría que este año había menos gente de la prevista por la ANC, pero pillé un momento TV3 y vi que decían que se podía caminar con más espacio alrededor, lo cual es innegable que siempre tiene connotaciones positivas, dado que a nadie le gustan las aglomeraciones. Yo, por si acaso, suelo quedarme en casa el Día del Pelmazo. Conozco a gente que se fuga a cualquier lugar que no sea Barcelona, o que retrasa un par de días su regreso a la ciudad desde el lugar en el que se encuentre. Aunque lo intentemos (que no lo hacemos), nos es imposible considerar como algo propio el Día del Cansino Histórico, así que se lo cedemos en su totalidad a quienes lo celebran, aunque ni nos lo agradezcan ni reconozcan nuestra existencia. Así de generosos somos con los pesados que hablan en nombre nuestro.

Eso sí, los que escribimos en la prensa no podemos dejar de marcarnos artículos como este, pues solo se nos reserva el derecho al pataleo, aunque ya ni pataleamos: solo se apodera de nosotros un aburrimiento sideral y un asco al Pelmazo Patriótico perfectamente compatibles con la alegría de no tener el gen de la tabarra tan activado como el de esos pelmazos que, cada 11 de septiembre, celebran su gran fiesta, única en el mundo y que constituye el genuino hecho diferencial de la Cataluña catalana, ese paisito en el que la pesadez se considera una virtud.