A un nivel exclusivamente catalán, las últimas (o puede que penúltimas) elecciones generales han arrojado un resultado espléndido para el sector constitucionalista (o hispano-catalán) de la población: los socialistas lo han petado prácticamente en todas partes y los lazis han perdido votos y escaños a mansalva. La campaña abstencionista puesta en marcha por un amplio sector del procesismo parece haber logrado sus objetivos de castigar a los partidos independentistas que no se matan a la hora de conseguir la independencia, y muchos lazis han optado por quedarse en casa (más los que, desengañados de quimeras y falsas promesas, han acabado votando al PSC). El asalto a la Generalitat por parte de los sociatas empieza a resultar de lo más verosímil, y el progresivo (y acelerado) hundimiento del lazismo cada día se hace más evidente: el PDECat y la CUP se han quedado sin entrar en el Congreso español, y Junts y ERC han sufrido una sangría de votos (lo cual no quita, curiosamente, para que los siete diputados de Puchi tengan en sus manos la identidad del próximo presidente del Gobierno o, más probablemente, la repetición de las elecciones, dada la tendencia del Hombre del Maletero al cuanto peor, mejor).
Mientras esperamos a ver qué pasa con el voluntarioso, aunque aburrido, Núñez Feijóo y el resiliente, aunque oportunista, Pedro Sánchez, si optamos por una política de kilómetro cero, creo que las cosas pintan muy bien para el constitucionalismo catalán. El PSC, que se supone que es un partido de izquierdas, se ha convertido en un partido de orden. Son cosas que pasan en Cataluña, como ya pudimos comprobar cuando Junts y ERC decidieron intercambiar sus papeles tradicionales y los primeros se hicieron prácticamente cupaires mientras los segundos intentaban convertirse en la nueva CiU (algo que no puede decirse que les esté saliendo demasiado bien: los patriotas del morro fort siguen confiando, no se entiende cómo, en el fugitivo Puigdemont y sus exigencias maximalistas y solo le han soplado un escaño en Madrid, mientras que ERC sufría sus iras y su desprecio con la drástica reducción de sus diputados en el Congreso, aunque Rufi saliera por la tele a decir que todo había salido de maravilla). Puede que el lazismo empiece a ser residual, tras años de engañoso esplendor, pero es indudable que los indepes que quedan de pie prefieren las quiméricas chaladuras de Puchi al nuevo peix al cove de Rufián, Aragonès y el beato Junqueras, más que nada porque no han conseguido ni peix ni cove y de su mesa de diálogo ya no se acuerda nadie. A partir de ahora, en Cataluña, el independentismo será demencial o no será.
Evidentemente, una vez se ha tomado partido por la insania, las alternativas indepes devienen obsoletas, como han podido comprobar los pobres Montañola y Botran. Los intentos de resucitar a la Convergencia de toda la vida han salido mal. Y el procesismo en pleno parece haberse dado cuenta, ¡por fin!, de que la CUP no sirve para nada más que, como dijo Juana Dolores, impartir cursillos de la Gestalt y pasearse en pantalón corto en cuanto el tiempo lo permite.
Estamos ante un fin de ciclo. El lazismo se va evaporando y los sociatas están a punto de volver a ser lo que fueron. Collboni puso la primera piedra y sacó de quicio a los procesistas al jurar su cargo de alcalde de Barcelona incluyendo referencias a su fidelidad a la Constitución y al rey Felipe VI. Illa y Batet se han pasado toda la campaña hablando de Cataluña y España. Está cambiando el signo de los tiempos y cada vez es más probable que la nueva Generalitat esté controlada por el PSC. Evidentemente, no es que el lazismo esté completamente desactivado, pero va en camino de convertirse en algo mucho menos relevante que hasta ahora, de conformarse con ese 20% de irredentos quiméricos que ya existían durante el franquismo: la adhesión masiva e inquebrantable a la causa se ha terminado.
Eso sí: puede que Puchi sea quien decida si Pedro Sánchez es el nuevo presidente del Gobierno o si hay que repetir las elecciones. Cosas que pasan, como decía Gil de Biedma, en este país de todos los demonios.