Puede que sea cierto que, como dice el refrán, el mayor desprecio consista en no hacer aprecio, pero hay quien no está de acuerdo con tal aseveración. Sin ir más lejos, los indepes que el domingo intentaron reventar un acto electoral de Vox en Badalona e hicieron perder los estribos a Ignacio Garriga, quien un poco más y se lía a repartir sopapos entre la turba que lo insultaba. Yo creo que, si te cae mal Vox, lo mejor que puedes hacer es quedarte en casa cuando sus representantes se dejan caer por tu pueblo y dejar que se desgañiten en la plaza pública. Sobre todo, si, como es el caso de los lazis, has contribuido a la creación y expansión del partido neofranquista con tus chorradas independentistas, provocando un fenómeno de acción–reacción de manual.
Evidentemente, nuestros inefables indepes no son los únicos responsables del nacimiento de Vox, pero sí han colaborado lo suyo. Como decía hace unos días mi amigo Javier Cercas en un artículo en El País, cuando un merluzo sale a enarbolar su banderita y a metértela en las narices, otro merluzo de signo contrario salta al ruedo con otra banderita para contrarrestar tu tabarra patriótica con la suya propia.
Vox es un producto español, fruto del descontento de la extrema derecha por la actitud de la derecha tradicional, la que representa el PP. También es un producto europeo, pues la derecha ultramontana lleva ya cierto tiempo extendiéndose por los países de nuestro entorno, con especial gravedad en algunos de los últimos en integrarse en la UE, como Hungría o Polonia. Al igual que en Francia, donde muchos votantes del PC se pasaron a las huestes de Marine Le Pen, en España ya hay quien considera a Vox un partido antisistema y casi revolucionario (se han dado casos de trasvase de votos de Podemos a los de Abascal, y abundan en las redes sociales los jóvenes desinformados que alaban a Vox por no ser como los demás partidos políticos, que, según ellos, dan asco, y no se les puede acusar de estar del todo equivocados).
Intentar reventar sus actos solo sirve para incrementar su supuesta fama de gente que dice la verdad y que, por consiguiente, constituye un peligro para el sistema. En cierta manera, esa actitud los eleva y santifica, entre otros motivos porque Vox, hasta el momento, no saca a sus chavales a desfilar en pantalón corto por la Castellana o la Diagonal ni recurre a la violencia (como sí hacen, por cierto, los descerebrados de Arran y demás grupúsculos del frente de juventudes lazi, tan dados a la quema de contenedores o al enfrentamiento con la policía).
Personalmente, preferiría que un partido tan rancio y guerracivilista como Vox no existiera, de la misma manera que nos habríamos podido ahorrar a su equivalente en la extrema izquierda, Podemos, actualmente en franca decadencia. Pero existe. Como existen en Europa otros partidos de extrema derecha convencidos de que la culpa de todo la tienen los emigrantes, los homosexuales, las feministas y demás gentuza a eliminar a la mayor brevedad posible. Y su nacimiento lo pueden compartir a partes iguales la izquierda y la derecha española y los independentistas catalanes, responsables estos de la profusión de banderitas españolas en los balcones de Madrid, que casi nadie colgaba antes de las célebres salidas de pata de banco de Artur Mas, Carles Puigdemont y el beato Junqueras: si te empeñas en despertar el nacionalismo español más tronado, lo acabas consiguiendo, aunque te hagas el sueco y digas que España es así, que no hay nada que hacerle y que votar, aunque sea de manera ilegal, es lo más bonito del mundo.
Lejos de recapacitar, el lazismo persiste en sus tácticas para contribuir al florecimiento de Vox. Ayudó a ponerlo en marcha con sus memeces soberanistas y ahora ayuda a su expansión intentando reventar sus actos electorales, puede que agarrándose a la prohibición de la revista Cavall Fort en un pueblo de Valencia o a cualquier otro motivo igualmente pedestre (lo de cortar la suscripción de la biblioteca local a Cavall Fort, Camacuc y El Tatano es la típica cacicada de derechas, pero aquí le saca jugo hasta el presidente de la Generalitat, que se lo ha tomado como un auténtico casus belli porque necesita y agradece cualquier clase de munición).
Por regla general, los que no le vemos la gracia a Vox, nos abstenemos de ir a boicotear sus actos públicos y nos esperamos a ver qué pasa el próximo día 23, dejando la sobreactuación para los lazis y esos inevitables antifascistas que son, de hecho, unos fascistas que se autoperciben como izquierdistas radicales. Si Vox pilla cacho en las elecciones, nos lo tomaremos con filosofía y confiaremos en que el contrapeso del PP y la vigilancia de la UE impidan al partido de Abascal dar rienda suelta a sus más molestos delirios. Los lazis, por el contrario, es como si desearan que Vox gobernara en España e incrementara la supuesta represión que dicen que sufren. Yo diría que se merecen mutuamente. Y que los demás no necesitamos para nada ni a unos ni a otros.