Decir que el independentismo catalán no pasa por sus mejores momentos no es precisamente descubrir la pólvora. Como tampoco lo es observar que los dos principales representantes políticos del separatismo, JxCat y ERC, se detestan mutuamente y están permanentemente a la greña. O que muchos de quienes les votaban aseguran que dejarán de hacerlo en las elecciones generales del 23 de julio porque los consideran una pandilla de pusilánimes apoltronados que no han dado un palo al agua por la independencia del terruño y solo piensan en sus cargos y sus sueldos como lacayos, relativamente involuntarios, del reino de España.
Vistos desde fuera esos dos partidos, da la impresión de que Junts x Puchi está dirigido por una cuadrilla de iluminados y dementes de natural quimérico que ya solo confían en el cuanto peor, mejor, mientras que ERC parece estar en manos de unos posibilistas que han vuelto al autonomismo, pero no se atreven a reconocerlo porque no paran de perder votantes a cascoporro, lo cual los obliga a sobreactuar de indepes, por lo menos, en asuntos que no conlleven excesivos problemas con la justicia española. Véase, sin ir más lejos, el tema de las embajadas de pegolete que la Generalitat tiene desperdigadas por el mundo y que (se supone que) tratan de influir en unos 70 países. Se acaba de inaugurar la numero 21, en Bogotá, con la intención de repartir la (presunta) Acción Exterior del actual gobiernillo en Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú y Venezuela, cosa que ha comentado la portavoz Patricia Plaja con un orgullo digno de mejor causa. El presupuesto previsto para esas parodias de embajadas en el 2023 es de 108 millones de euros, el más alto hasta la fecha. Y la evidencia de que esas delegaciones no sirven para nada (si un catalán tiene algún problema en el extranjero deberá seguir recurriendo a la embajada española) no afecta en lo más mínimo a nuestros gobernantes regionales, obligados como están a demostrar constantemente que son tan independentistas o más que los de Junts (lo que pasa es que ellos aspiran a vivir en el mundo real, y eso tiene sus servidumbres: se delira mucho más a gusto desde Waterloo, evidentemente).
Junts y ERC solo están de acuerdo en una cosa: el independentismo tiene que ir a votar en masa el 23 de julio para plantar cara al españolismo rampante (y para que nuestros políticos indepes puedan seguir comiendo a dos carrillos tres veces al día). Dicha iniciativa ya le ha creado problemas a Puchi en su Consell per la Repùblica, del que se le están dando de baja montones de irredentos. ERC, por su parte, lleva a cabo fichajes que entusiasmen al votante dubitativo, pero no da la impresión de que le estén saliendo las cosas muy bien. Fijémonos en los dos más rutilantes de Barcelona: el catedrático de Derecho Penal (y tertuliano del programa de Xavier Graset, donde imparte lecciones de señorío, sensatez y sentido del humor) Joan Josep Queralt (Barcelona, 1951) y el columnista político Francesc Marc Álvaro (Vilanova i la Geltrú, 1967). El primero es un converso muy tardío al lazismo que de joven intentó hacer carrera profesional y política en Madrid, a la sombra del PSOE, pero le salió el tiro por la culata en ambas pretensiones, acogiéndose posteriormente a los beneficios del régimen catalanista (como Ramón Cotarelo, pero sin el tono locoide que distingue a éste pintoresco personaje y lo hace tan entretenido: el pobre Queralt es un plomo que aparenta andar sobrado de ingenio y de fino humor inglés). El segundo es un convergente de toda la vida, comensal habitual durante años en la mesa de Lluís Prenafeta y actualmente rebotado con el partido que le vio crecer y que, al parecer, se resiste a reconocer sus méritos. En la mejor tradición Juana Dolores (“yo era indepe, pero ahora he madurado y soy comunista”), el amigo Álvaro podría decir: “Yo era convergente, pero ahora he madurado y soy republicano”. En uno y otro caso, ¡menuda manera de madurar!
Tirar el dinero en embajadas falsas y fichajes de desechos de tienta del procesismo es lo único que se le ocurre a ERC, cuyo plan de sustituir a la extinta CiU en el imaginario colectivo separatista (dentro de un orden) no parece estar dando los resultados esperados. Entre otros motivos, porque lo más radical, desquiciado e intolerante del procesismo aún se siente interpelado por fenómenos de feria como Puigdemont, Borràs o Turull. Una vez más, el supuesto seny (ERC) y la presunta rauxa (Junts) se las tienen en la Cataluña catalana por el control de la parroquia soberanista. ¿Le faltarán a ERC esos gramos de locura que a Junts le sobran? El hundimiento de ambos partidos no es inminente, y no podemos saber cuál reventará primero. Atendiendo a una mínima lógica, debería ser JxCat, pero la lógica es algo muy infravalorado en el movimiento independentista. Creen Junqueras y Aragonès que aparentando ser personas serias igual alcanzan sus objetivos, aunque ya nadie sepa muy bien cuáles son, empezando por ellos mismos. Puchi y los suyos, por su parte, reivindican una realidad alternativa, un futuro imposible, un petardismo ruidoso e inútil, una actitud irracional y una desconexión absoluta de la historia de Europa: de ahí su éxito en ciertos ambientes (recordemos el reciente fichaje de Fredi Bentanachs, de terrorista a concejal por cortesía de Junts x Puchi).
¿Sensatez o locura, por falsas o meramente aparentes que sean? Ahí está la cuestión para el lazi medio. Para mí, evidentemente, como si Junts y ERC se autodestruyen mañana mismo. De hecho, creo que ésa sería su mejor contribución al futuro de Cataluña.