Pongamos que es usted un político español al que le ha dado por crear un partido situado ideológicamente a la izquierda del PSOE. Como no está para rechazar a nadie, se le engancharán un montón de partidos, partidillos, subgrupos, grupúsculos, tendencias, mareas, oleadas, tsunamis y hasta terremotos (unos para contribuir al bienestar y el progreso de la nación; otros para pillar cacho: ya se las apañará usted como buenamente pueda para diferenciarlos). Una vez haya reunido a su propio ejército de Pancho Villa, solo hay una cosa de la que puede estar absolutamente seguro: algún catalán (aparentemente de izquierdas, pero nacionalista en el fondo) le saldrá con lo de que hay que convocar un nuevo referéndum de autodeterminación para encauzar el conflicto entre Cataluña y España (no hay duda: los que establecen diferencias entre Cataluña y España son siempre filoseparatistas disfrazados de militantes de extrema izquierda).
Con esa tesitura se encontró Pablo Iglesias cuando se hartó de ejercer de tertuliano en Intereconomía y dio el salto a la política nacional. Los filoindependentistas catalanes del momento tuvieron suerte con él, pues el aspirante a bolchevique se tragó todas sus patrañas y hasta acabó convencido de que los separatistas del nordeste no eran, como sosteníamos algunos, unos cochinos burgueses insolidarios, malcriados y racistas, sino los socios privilegiados para proceder al asalto de los cielos. Y con esa tesitura se acaba de encontrar Yolanda Díaz, que está armando su proyecto personal, Sumar, con lo que buenamente puede pillar. O sea, con una nueva andanada de corrientes, agrupaciones, mareas, oleadas, volcanes y los inevitables desechos de tienta del PC de toda la vida.
Iglesias depositó su confianza (que Marx y Engels le conserven la vista) en Jaume Asens, uno de los ejemplos más logrados de separatista que posa de izquierdista (y de antisistema, como demostró, aunque metiendo la gamba hasta el corvejón, defendiendo a Rodrigo Lanza, aquel energúmeno supuestamente antifascista que dejó parapléjico a un guardia urbano en Barcelona y luego se cargó en Zaragoza a un señor que lucía unos tirantes estampados con la bandera española, asunto sobre el que siempre ha mantenido un silencio sepulcral y que no ha sacado a colación ni para pedir disculpas por su miopía social y política). A Yolanda Díaz le ha tocado la diputada de los comunes Aina Vidal Sáez (Barcelona, 1985) quien, el otro día, volvió a salir con el temita del referéndum, que a la señora Díaz, lógicamente, le sentó como un tiro, aunque hiciese lo posible por disimular.
En el mismo discurso (en presencia de Díaz), la señora Vidal pronunció una frase muy mal construida, pero que presagia lo peor: “Defender Cataluña es Jaume Asens”. Frase que permite intuir la admiración que siente por el abogado del siniestro chileno emparentado, por cierto, con el general Pinochet, y cuya madre gozó de los favores de Ada Colau cuando estaba al frente de la asociación supuestamente humanitaria Iridia. Puede que Asens se retire de la política, como ha anunciado, pero todo parece indicar que se ha reencarnado en Aina Vidal. Aquí, lo fundamental es que cuando aparezca una formación de izquierdas de ámbito nacional, salga un catalán que se autopercibe como progresista a incordiar con sus tics lazis, a sabotear un proyecto común y, en última instancia, a echarles una mano a nuestros buenos burgueses comprensivos con el procesismo.
A Pablo Iglesias se la dieron con queso, pero no estoy seguro de que la situación se repita con Yolanda Díaz, comunista acogida al socialismo de rostro humano (o, por lo menos, sonriente) que llegó a Madrid amparada por un partido que no ha parado hasta desintegrar. En su Galicia natal aún se recuerda su propensión a decapitar a los que se le ponían de canto. Y viendo cómo han acabado los de Podemos por, entre otras cosas, prestar excesiva atención a los separatistas catalanes (facilitándoles la entrada en el Congreso, como a Asens y su gran amigo Pisarello), algo me dice que Díaz va a tener que desempolvar más pronto que tarde la guillotina si no quiere que un lazismo soterrado le amargue la vida política: no se juega con la Fashionaria y la pobre Aina Vidal no sabe dónde se ha metido.