Aunque intenten disimularlo, los partidos independentistas se han llevado una bofetada con la mano abierta en las últimas elecciones municipales, muy similar a la encajada por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, quien, como es el más listo de todos los trepas españoles que es fan i desfan, se ha apresurado a convocar elecciones generales para el mes de julio, como todos ya sabemos. La coyuntura poselectoral de Pere Aragonès es muy similar a la de su socio de gobierno, pero la manera de abordarla no tiene nada que ver: el Niño Barbudo (también conocido por el entrañable alias de El petitó de Pineda) no quiere saber nada de un posible adelanto electoral y aspira a resistir con sus menguadas tropas, aunque no se sabe muy bien cómo, hasta el 2025, cuando tocan las elecciones autonómicas. Es como si su partido, ERC, al ver que por fin tocaba cacho presidencial, se resistiera a perderlo: más cornás da el hambre, incluso en los correbous.
Para hacer como que tomaba nota de los 300.000 votos perdidos en las recientes elecciones, Aragonès se ha sacado de la manga una remodelación de su gobiernillo, que es lo que suele llevarse a cabo cuando te resistes a mirar de frente a la realidad y crees que igual cuelan unos cambios apresurados y chapuceros. Así se han quedado sin su respectiva consejería Teresa Jordà (Acción Climática), el ínclito González Cambray (Educación) y el lechuguino Juli Fernández (Territorio). A la primera la envían a Madrid por motivos no muy claros, a no ser que se haya impuesto en ERC la vieja costumbre, interrumpida con Gabriel Rufián, de mandar a la capital del reino a alguien que tuviera serias dificultades para expresarse en castellano. El cese de González Cambray (esta vez no le ha servido de nada lucir siempre el lazo amarillo más grande y vistoso de todos los cargos oficiales) ha sido acogido con gozo por la comunidad educativa, harta de la hostilidad, las malas maneras y el ordeno y mando que distinguían al Hombre del Súper Lacito. En cuanto a Juli Fernández, nadie sabe muy bien qué ha hecho durante los ocho meses que ha sido consejero, pero todos esperamos que aproveche el tiempo libre que se le viene encima para pintarse las uñas con esmero y renovar su colección de corbatas multicolores y chalecos pintones.
Si la reacción de ERC a las municipales ha sido como de no darse por enterados, la de Junts se ha revelado, directamente, cochambrosa, como corresponde a cualquier partido dirigido a distancia por un zumbado: la nueva presidenta del Parlamento catalán se ha consagrado como presidenta del Paripé Independentista, yéndose a Waterloo a hacerse unos selfis con el zumbado en cuestión y a prometerle que hará todo lo posible para su regreso a Cataluña en olor de multitudes; de Borràs a Erra, uno de esos viajes para los que no hacen falta alforjas y uno de esos cambios que no cambian nada, todo muy convergente; y pese a los intentos de La geganta del pi por evitar el cordón sanitario en Ripoll contra Sílvia Orriols, mandamás de uno de esos partidillos a lo Vox que empiezan a aparecer como setas por toda Cataluña, se acaba de comprobar que ya no manda tanto como antes de que la justicia se encargara de ella, pues se le ha rebotado el iluminado Turull con la habitual milonga de que hay que combatir el fascismo venga de donde venga y bla, bla, bla.
¿Y la CUP? Pues lo de siempre: amagar con no presentarse a las elecciones generales porque son para españoles y ellos no lo son, para acabar montando una consulta entre las bases que, casualmente, coincide con los deseos de sus líderes, que quieren seguir cobrando del perverso Estado español mientras hacen como que lo boicotean desde dentro.
La impresión que trasladan los partidos lazis es la de aquel viejo comentario irónico que rezaba: “La situación es desesperada, pero no preocupante”. Se impone el business as usual. ERC sigue con su independentismo autonomista. Junts cambia a una talibana por otra y continúa obedeciendo al Zumbado de Waterloo, aunque los acabe llevando al hoyo a todos. La CUP opta por seguir chupando del bote español. De puertas afuera, eso sí, todos insisten en que siguen batallando por la independencia de Cataluña y por el cumplimiento del (supuesto) mandato del 1 de octubre. El principal problema de todos ellos es que ya no se los toman en serio ni sus propios votantes.