Ayer tuvo lugar en Waterloo una de esas cachupinadas indepes que en TV3 suelen definir como cumbres, pero que, en realidad, solo son unos encuentros entre diferentes desocupados del movimiento nacional instalados dentro y fuera de la catalana tierra. Es del dominio público que Puchi no tiene nada que hacer durante todo el día --salvo cuando predica en el parlamento europeo para una audiencia reducida o selecta, según se mire-- y que agradece mucho las visitas. Me contaba una amiga que unos conocidos suyos que andaban de viaje por Bélgica tuvieron la idea, para hacer una gracia, de acercarse por Waterloo y tomarse unas fotos ante la Casa de la República. No siendo lazis, no pretendían más que eso y ni se les había pasado por la cabeza entablar conversación con el actual inquilino de la mansión (como esa gente que se hace fotos en el zoo ante el foso de los chimpancés, pero no baja a abrazarlos, para entendernos), pero fueron avistados por un escolta de Puchi, quien se dirigió amablemente a ellos y les preguntó si no les apetecía charlar un ratito con el hombre del maletero. Gente educada, estas pobres víctimas del aburrimiento presidencial acabaron accediendo a la Casa de la República y aguantando un ratito la tabarra que les administró el glorioso fugitivo. En cuanto pudieron, se despidieron cortésmente del pelmazo y salieron corriendo de allí.

A falta de poder recibir a mandatarios internacionales, Puchi se apaña con lo que se le pone a tiro. Los días buenos, igual aparece un autobús de jubilados de Manlleu que lo admiran y se pirran por hacerse unos selfis con él. Los malos hay que cazar a incautos que pasaban por ahí, como los conocidos de mi amiga, y darles la chapa: de hecho, el escolta se portó como esos sujetos que hay a la puerta de los restaurantes y que tratan de captar clientes a lo bestia, tratando incluso de meter en el local a la gente en contra de su voluntad a base de tirarles del brazo.

A Junqueras no ha habido que obligarle a entrar en la Casa de la República, pero casi. Se le veía francamente a disgusto participando en ese paripé que solo servía para aparentar una unidad sin fisuras en el independentismo que todo el mundo sabe que no existe. Para hacer más llevadera la cosa, el beato se había traído a Romeva, Forcadell y algún otro secundario más, personas todas ellas de natural expansivo (por no decir charlatán) que le ayudarían a atravesar el encuentro de manera más suave (aunque el mano a mano con el hombre del maletero no se lo quitaba nadie). Puchi, por su parte, apareció rodeado de sus secuaces habituales y de una especie de armario ropero con pinta de portero de discoteca de pueblo que al principio pensé que estaba allí por si el beato se ponía desagradable y corría peligro la integridad física del anfitrión. Cuando me fijé mejor, observé que se trataba del rapero Valtonyc, mascota oficial de la Casa de la República, a quien, al parecer, Puchi suma a todos esos jolgorios a los que él, como TV3, llama cumbres. Teniendo en cuenta que se trataba de una reunión de supuestos políticos, yo no entiendo muy bien qué pintaba allí el robusto zagal mallorquín. Ya sé que hace poco terminó un tuit con la expresión Puta España y que eso te hace ganar muchos puntos en el universo indepe (que se lo digan a Jair Domínguez, que se ha construido su carrera de graciosillo oficial del régimen gracias a ella), pero su presencia contribuía notablemente a convertir la supuesta cumbre en una comida de (supuestos) amigotes en la que el rapero ocupaba una posición no muy distinta a la del perro de la familia, que siempre sale a saludar a las visitas y a lamerlas, si se dejan.

Todos sabemos que Puchi y los suyos se tocan los huevos a dos manos --como dijo de Toni Cantó el alcalde de Valladolid-- y se aburren lo indecible, pero cuentan con la excusa de que, en teoría, se dedican a la política. Creo que a Valtonyc le han dado un cargo de técnico informático o algo así --¡será por dinero!--, pero da la impresión de que el chaval se ha venido arriba y se considera prácticamente un miembro del gobierno legítimo de la Generalitat en el exilio. Reticente a saltarse ni que sea un papeo, el hombre se sumó a recibir a las visitas, a hacerse fotos y, probablemente, a emitir su autorizada opinión de rapero antisistema que vive a costa de la derechona catalana --mientras su colega Pablo Hasél se pudre en la cárcel y ya nadie se acuerda de él ni se manifiesta en su defensa, aunque después de las célebres algaradas le cayeron de propina dos años más de trullo-- a lo largo de todo el encuentro. No me extrañaría que, a la hora del mano a mano entre Puchi y el beato, hubiera que decirle que no podía sumarse y que, si se había quedado con hambre, se fuera a la cocina a darle a la sobrasada con galletas de Inca.

Recibir a los invitados en compañía de tu perro es un detalle que los políticos consideran simpático y campechano. Hacerlo junto a un gorrón que se te ha incrustado en casa porque no tiene donde caerse muerto resulta más bien ridículo. Pero así funcionan las cosas en la casa de la república que no existe, idiota.