El pozo sin fondo de TV3 y Catalunya Ràdio es antológico. Acaba de saberse que los presupuestos del Govern de 2023 reservan una subvención de nada menos que 336 millones para la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, sociedad holding y cabecera de ambos medios.

Si comparamos esa suma con la del año anterior, resulta que el coste de mantener en pie ambos andamiajes empresariales supondrá a los parroquianos un 18% más, que se dice pronto.

Valgan dos escuetos datos para calibrar las dimensiones del agujero negro que significan los órganos de autobombo y propaganda sustentados por la Generalitat a pan y cuchillo. Sólo una de las partidas de gasto, el pago de las nóminas de sus 2.300 empleados, absorbe la bagatela de 180 millones. Pues bien: frente a tamaño dispendio, la facturación del mastodonte apenas ronda los 50 millones.

No hay que ser un lince ni un experto en economía para concluir que TV3 y su hijuela radiofónica son unas entidades absolutamente inviables y en situación de quiebra latente. Si el fallido no se materializa es porque la CCMA está ligada a la ubre de las cuentas autonómicas por un privilegiado cordón umbilical. Gracias a él, dispone de recursos prácticamente ilimitados.

La Corporació es la antítesis de una sociedad mercantil corriente y moliente, ya que dispara con pólvora del rey, o mejor dicho, con los impuestos apoquinados por los contribuyentes.

En tales circunstancias, la búsqueda de rentabilidad y de servicio a los ciudadanos, convertidos en accionistas forzosos de la casa, son conceptos totalmente ajenos a la colección de espabilados que la mangonean.

Sus repletas plantillas se componen de profesionales del periodismo y la comunicación más o menos acreditados. Pero los jerarcas supremos son unos meros comisarios políticos nombrados a dedo por el Govern, que se limitan a seguir a pies juntillas las consignas emanadas de la cúpula del partido dominante del cotarro.

Desde julio último, dirige TV3 un veterano informador, Sigfrid Gras, de la escudería de ERC. La llegada del flamante mandamás ha supuesto una inyección de aire fresco. De entrada, ha dejado claro que prohíbe los ataques e injurias a quienes no comulgan con las ruedas de molino de los separatistas.

Como el movimiento se demuestra andando, la semana pasada expulsó sin contemplaciones al humorista Manel Vidal, que entre otras lindezas no había tenido reparo alguno en tachar de nazis a los votantes del PSC.

Curiosamente, al señor Gras le parecen escasas las gigantescas mamandurrias que se dispensan a la CCMA. Por el contrario, opina que la dotación crematística aun tendría que ser mayor.

O sea que, tras cuatro décadas de absorber y dilapidar ingentes sumas de dinero oficial, una cosa está meridianamente clara para el establishment del régimen vernáculo.

Se trata de que los juguetes de la televisión y la radio son intocables, incluso en el improbable supuesto de que a los gobernantes les diera por acometer el recorte, a todas luces imperativo, del desorbitado dispendio presupuestario.

La razón de semejante desafuero es obvia. Para los políticos con mando en plaza, la labor de agitación y propaganda de TV3 reviste la condición de sacrosanta.

Las cotas de populismo antiespañol y de sectarismo exhibidas por los medios públicos de estas latitudes llegan a tales extremos, que el grueso de los habitantes está ya hasta la coronilla, ha desertado en masa y ha dejado de sintonizarlos.

TV3 ha devenido, así, una televisión provinciana y pedestre, apta solo para los moradores de la Cataluña profunda más retrógrada y para los estómagos agradecidos y los vividores.

Desde que inició sus emisiones en 1983, Televisió de Catalunya lleva deglutidos cerca de 8.000 millones de euros, equivalentes a 1,3 billones de pesetas. Otro gallo nos cantaría si esa inmensa montaña de fondos se hubiera empleado en impulsar el bienestar y la prosperidad de la población.