En una sustancial parte, el milagro europeo de la posguerra tuvo su origen en el plan Marshall. Un programa de reconstrucción vigente entre 1948 y 1951, creado y financiado exclusivamente por EEUU, con tres principales objetivos: mejorar el nivel de vida de los ciudadanos del viejo continente, frenar la expansión del comunismo en Europa y aumentar los vínculos económicos y comerciales entre los países subvencionados, así como los existentes entre ellos y Norteamérica.

Los tres propósitos se cumplieron plenamente. En sus cuatro años de vigencia, la producción industrial europea aumentó un 35% y la agrícola superó los niveles previos al inicio de la contienda bélica. No obstante, su mayor legado probablemente fue la gran expansión económica de los años 50 y 60. Sin duda, la más larga e intensa del siglo XX.

El importe invertido ascendió a 12.471 millones de dólares. A 31 de diciembre de 2020, dicha cuantía equivalía a 109.170 millones de dólares, después de contabilizar la inflación acumulada en EEUU durante el período señalado. Un monto muy inferior al plan de recuperación europeo post Covid, pues éste tiene una dotación de 750.000 millones de euros procedentes de la emisión de deuda comunitaria.

El nuevo programa supone un giro de 180 grados en la política económica de la Comisión Europea (CE). En muy poco tiempo ha pasado del neoliberalismo al keynesianismo, siendo la última una ideología que guio las actuaciones de la Administración Truman (1945-1952). Si hubiera imperado el neoliberalismo, el plan Marshall muy probablemente no hubiera existido.

Constituye una gran oportunidad para nuestro país, incluso más importante que la que supuso la entrada en la UE hace 35 años. Los principales motivos son tres: un elevado importe de las subsidios recibidos, un distinto contexto económico y un diferente destino de los fondos obtenidos.

Entre 1986 y 2019, España recibió subvenciones netas de la UE por valor de 89.292 millones de euros. Por tanto, una media de 2.706 millones de euros al año. Entre 2021 y 2027 logrará 72.700 millones de transferencias a fondo perdido procedentes del programa extraordinario Next Generation EU.

Si las provenientes de capítulos ordinarios le permiten no ser receptor ni aportador de recursos, nuestro país obtendrá de la Unión 10.386 millones de euros anuales. En términos comparativos, bastante más que en la etapa anterior, pero sustancialmente menos del 283,8%, debido a la inflación acumulada, que saldría de la realización de un simple cálculo.

En 1986, la economía mundial dependía considerablemente de la evolución del precio del petróleo, la industria principal era la automovilística y la emergente estaba representada por la electrónica de consumo. El despegue de España no fue generado primordialmente por la inversión pública, sino por la privada extranjera, pues la magnífica combinación entre salarios y productividad de los trabajadores hacía muy competitiva casi cualquier nueva fábrica.

En la segunda mitad de los 90 aparecieron numerosas empresas cuyos modelos de negocio estaban basados en las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Éstas generaron un gran cambio técnico, y especialmente desde la pasada década, relegaron a la industria a un papel secundario en la economía mundial y otorgaron una importancia creciente a los servicios especializados.

En la actualidad, la consecución y el tratamiento de los datos posee la relevancia que antes tuvo el petróleo, la industria automovilística necesita un profunda renovación y la banca está en un agudo declive. Las actividades emergentes son las generadas por una potente plataforma informática que hace sumamente fácil escalar a nivel mundial los modelos de negocio creados y las que tienen como finalidad la generación de energías renovables, pues los últimos avances han convertido en competitivas la eólica, fotovoltaica y termosolar.

En los últimos trece años, la economía mundial ha cambiado notablemente, pero España lo ha hecho muy poco. La factura causada por la explosión de la burbuja inmobiliaria y financiera ha sido impresionante y ha hecho que nuestro país no haya podido subirse al tren del progreso, pues los sucesivos gobiernos se han centrado en la disminución del déficit público y las familias y empresas en la de su endeudamiento.

Los fondos europeos nos pueden permitir coger el anterior tren. Su cuantía (140.000 millones de euros) es muy importante, pero incluso es posible que lo sea más el uso realizado. A diferencia de los recibidos desde 1986, su destino no será financiar principalmente la construcción de infraestructuras, sino dos actividades con previsiblemente mayor impacto sobre la productividad y el PIB: la transición ecológica y digital. A ellas deberemos destinar, obligados por Bruselas, como mínimo el 37% y 20%, respectivamente, del capital recibido.

Si realizamos una buena gestión, el nuevo programa nos permitirá alcanzar un gran crecimiento del PIB durante el resto de la década, modernizar nuestras empresas, Administraciones Públicas y equipamientos, invertir en sectores con elevadas expectativas de crecimiento de los beneficios y generar una considerable creación de empleo. Al depender mucho menos del petróleo, incluso puede desaparecer nuestro eterno déficit comercial.

No obstante, para conseguir dicho éxito, es imprescindible un elevado consenso entre las formaciones políticas y los interlocutores sociales sobre el destino de los fondos, una agencia público-privada que gestione su adjudicación y supervise su buen uso y los beneficios generados por ellos deben llegan a un gran número de pymes y no sólo a las grandes compañías. Y es que las pymes constituyen el principal tejido empresarial del país.

En definitiva, en el siglo XX, por ser una dictadura fascista, España no se benefició de las subvenciones del plan Marshall. Debido a ello, el progreso en los años 50 pasó de largo. En la nueva centuria, vamos a tener acceso a un programa con mucho más dinero y oportunidades de las que nos pudo proporcionar aquel plan.

Si acertamos en la gestión y el destino de los fondos recibidos, a la “nueva normalidad” le sustituirá un gran prosperidad. Para numerosas familias, la década de los 20 será tan feliz como lo fue para muchas americanas la del pasado siglo. No obstante, tendrá un final mucho mejor. El general americano ha llegado disfrazado de burócrata de Bruselas. Con o sin disfraz, setenta años después de lo esperado, toca decir: ¡bienvenido Mr. Marshall!