A diferencia del 2015, en que las fuerzas separatistas dieron a las elecciones del 27S un carácter plebiscitario, esta vez las autonómicas son claramente pluripartidistas en ausencia de ninguna gran coalición que aspire a obtener por si sola una mayoría absoluta. Es revelador que Junts pel Sí no se haya reeditado pese al discurso sobre los “presos políticos” y el deseo anunciado de restablecer al Govern “legítimo” cesado mediante la aplicación del 155. Y, sin embargo, llegamos a las elecciones del 21D en un contexto aún más excepcional que hace dos años, con una sociedad mucho más polarizada en torno a la cuestión territorial e identitaria, y con una participación electoral presumiblemente mayor que en 2015. Este hecho, junto a la existencia de una bolsa importante de votantes indecisos (la encuesta del CIS la cifra alrededor del 30%), hace que toda prudencia sea poca a la hora de ofrecer vaticinios. Dicho esto, es conveniente delimitar dónde residiría el éxito y dónde empezaría el fracaso de unos y otros en una paleta de colores con muchos grises.

El éxito rotundo para los independentistas sería obviamente obtener más del 50% de los votos entre sus tres candidaturas. Todo lo que fuese progresar por encima del 47,7% de los sufragios obtenidos en 2015, no solo les garantizaría una cómoda mayoría absoluta en el Parlament, sino que haría ganar legitimidad a la opción secesionista y la acercaría a tan cacareado mantra del “mandato democrático”. Pero el realismo se ha impuesto y, ahora mismo, a lo que aspiran tanto ERC como la lista de Junts per Catalunya es a regresar a los despachos de la Generalitat, aunque sea de forma precaria (ya veríamos si con el apoyo de los comuns en lugar de la CUP). El objetivo no sería otro que sobrevivir y establecer una nueva estrategia soberanista desde el poder. Habrá que ver cómo se desarrolla la lucha entre las listas del Junqueras y Puigdemont, sobre todo después del sorprendente giro de guión que ha dado el juez Pablo Llarena con la retirada de la orden europea de entrega de los políticos fugados en Bruselas a la justicia española. En cualquier caso, lo que alejaría a los separatistas del fracaso absoluto es si recuperasen el Govern, más allá de quién finalmente lo encabece, cuestión difícil de saber porque es probable que los diputados elegidos el 21D en prisión o huidos tengan que acabar cediendo sus actas al siguiente de la lista. Eso explicaría la prisa que se dio Junqueras en nombrar a Marta Rovira como candidata suplente hace ya unas semanas, y el equívoco con el que juega Puigdemont para acrecentar sus votos, cuando sabe que su reelección es imposible aunque ERC quisiera.

Lo más probable es que el escenario político sea de empantanamiento, sin ganadores rotundos ni vencidos claros, y que vayamos a nuevas elecciones

En el otro lado, el éxito de las fuerzas constitucionalistas pasaría por un escenario principal y otro secundario. El mayor triunfo sería alcanzar 68 diputados entre Cs, PSC y PP. Significaría un éxito incontestable en votos absoluto, enterraría el independentismo por mucho tiempo y abriría una etapa para desprocesar a Cataluña del nacionalismo. Es una hipótesis difícil a causa de la sobrerrepresentación de Lleida y Girona, que beneficia a los nacionalistas, pero no imposible si Cs cumple con las expectativas que le dan las mejores encuestas y el PSC logra progresar sustancialmente en la captación de un elector moderado que había votado siempre a CiU. En ese contexto Inés Arrimadas sería presidenta porque su partido sería el claro vencedor de los comicios. Ahora bien, lo más probable es que el aumento de Cs y PSC sea insuficiente para gobernar con el apoyo externo del PP. Ahí es donde el socialista Miquel Iceta intentaría una singular carambola que lo aupase a la Generalitat mediante una fórmula de Govern técnico formado por independientes. Se trataría de una salida temporal, que difícilmente iría más allá de un año, con el objetivo de poner punto final al 155 y evitar que la incertidumbre política se prolongue. Si la mayoría constitucionalista resulta muy difícil, a no ser que haya un fuerte vuelco electoral, el segundo escenario parece también improbable en términos de pactos. Podría contar con el apoyo de los comuns e incluso del PP, obviamente por razones diferentes, pero exigiría el sacrificio político de Cs.

En definitiva, del éxito al fracaso hay muchos grises porque lo más probable es que independentismo retroceda en votos y diputados, e incluso que los partidos constitucionalistas ganen en apoyos populares pero les sea imposible formar gobierno. Lo más probable es que el escenario político sea de empantanamiento, sin ganadores rotundos ni vencidos claros, y que vayamos a nuevas elecciones.