O mucho cambian los republicanos sus condiciones o la investidura de Pedro Sánchez se dirige hacia otro naufragio. Visto en perspectiva, el cambio de actitud de ERC es sorprendente. En cinco meses, ha pasado de ofrecer una abstención gratis et amore --en julio, Gabriel Rufián imploró desde la tribuna del Congreso el acuerdo a PSOE y Podemos-- a exigir una negociación en toda regla sobre la autodeterminación y la amnistía. Puede que por ahora sea una petición de máximos pensando en su militancia, que este lunes fue invitada a participar en una consulta retórica, pese a que la decisión final recaerá en la dirección del partido. Ahora bien, ERC está teatralizando una demanda que sabe imposible, pero de la que le será muy difícil apearse sin elevados costes internos. Los republicanos pretenden obtener a cambio de una abstención lo que el independentismo no ha logrado en todos estos años, es decir, imponer un marco de negociación de tú a tú con el Estado.

La propuesta que el lunes formuló Pere Aragonès, que ejerce ya como sustituto de Oriol Junqueras a la presidencia de la Generalitat, es un disparate que el PSOE difícilmente puede aceptar. En primer lugar, exige un diálogo de reconocimiento político en un marco inasumible para cualquier Ejecutivo español. Los republicanos quieren que la mesa reúna a los dos Gobiernos, al catalán y al español, no para discutir cuestiones competenciales, lo que ya se articula mediante la Comisión Bilateral Generalitat-Estado, sino para negociar la soberanía nacional. Es un punto de partida irreal, pues pretende que ambos Gobiernos se reconozcan de “igual a igual” como representantes de dos comunidades diferenciadas. Aragonès niega con ello algo tan básico como que el Gobierno de España también representa a los ciudadanos de Cataluña, y que el Govern de la Generalitat es solo un Ejecutivo autonómico en el marco de la España democrática. Ese planteamiento es una completa fantasía que vuelve a reproducir los peores vicios del procesismo.

Si bien no es descartable que Pedro Sánchez ofrezca in extremis volver al esquema de trabajo que ya se acordó en la declaración de Pedralbes (diciembre de 2018), ningún referéndum de secesión podrá llevarse a cabo sin reformar antes la Constitución. En la web de la Moncloa está colgado el documento de aquel encuentro, y es interesante constatar las enormes diferencias con lo que ahora plantea ERC. Entonces se establecían dos niveles de diálogo. Primero, una mesa de partidos con representación tanto en el Parlament como en el Congreso. Y, segundo, un espacio institucional en el marco de la citada comisión bilateral con el objetivo de hacer un “diagnóstico sobre el conflicto político” y lanzar “propuestas de futuro sobre las relaciones institucionales”. Es decir, una mesa sin ningún contenido de negociación política y con representantes de segundo nivel, sin consejeros de la Generalitat ni tampoco ministros del Gobierno. Por tanto, nada tiene que ver con lo que ahora pide ERC, que exige una mesa con la presencia de Quim Torra y Pedro Sánchez.

En segundo lugar, Aragonès insiste en el clásico del “diálogo sincero” para poder plantear las demandas políticas que cada parte considere convenientes, lo cual es reiterativo porque sus peticiones son de sobras conocidas, y los independentistas llevan años planteándolas. Tanto es así que con el procés probaron la vía unilateral. Cuando se quejan de que en España no se puede hablar de la autodeterminación, en realidad protestan porque no pueden obtener lo que quieren. Como tercer punto, Aragonès exige un calendario pautado, lo cual es llamativo porque presupone que la otra parte aceptará sus demandas o que las virtudes de la sinceridad les llevarán a todos a alcanzar un acuerdo. Finalmente, para rizar el absurdo, exige “garantías de cumplimiento” y la celebración de una consulta al pueblo catalán para validar el acuerdo que ambos Gobiernos alcancen. Ahí está una de las claves y sin duda el mayor peligro. ERC sabe que no va lograr la autodeterminación, pero quiere un referéndum sobre algo que luego podrá utilizar como más le convenga. Que los republicanos puedan ser pragmáticos no los convierte en moderados.

El diálogo es sin duda necesario, pero tiene que producirse entre partidos tanto en el Parlament como en el Congreso de los Diputados. También con la participación de la sociedad civil, la independentista y la constitucionalista. Aquí sí de igual a igual. Necesitamos tiempo y muchos diálogos para curar tantas heridas en la sociedad catalana. Solo cuando exista un consenso suficiente entre los representantes políticos para reformar el Estatuto se podrá elevar desde la Cámara catalana una petición a las Cortes para ser discutida y aprobada antes de someterse, entonces sí, a referéndum en Cataluña. Pero esto va para muy largo. Todo lo demás está condenado al fracaso, al igual que las actuales exigencias de ERC nos abocan a terceras elecciones. Tal vez los republicanos, que tienen ahora una posición de fuerza negociadora, lo prefieran, dada la proximidad de la cita electoral en Cataluña y la pugna todavía no resuelta por la hegemonía en el campo independentista.