Oigo y leo en ocasiones comparar a los políticos de antes, es decir aquellos que destacaron entre 1977 y 2000, con los de ahora, y resaltar que existen grandes diferencias cualitativas entre unos y otros. Se alega que los que comenzaron en la Transición se habían forjado primero en un trabajo profesional al margen de la política, mientras que los actuales han hecho de ella un medio de vida profesional. La política, entonces, se habría convertido en un medio para conseguir un puesto de trabajo, ante la escasez del mismo, generalmente con una remuneración aceptable. Muchos concejales de grandes y medianas ciudades cobran un sueldo, junto a dietas en algunos casos. Los diputados, senadores y miembros de los parlamentos, Cortes o Asambleas de las comunidades autónomas también tienen percepciones adecuadas que les permiten llegar a final de mes. Todo ello ha provocado debates en los medios, en unos casos con el argumento de que los políticos en España no están bien pagados, y eso provoca que muchos profesionales no dejen sus trabajos para embarcarse en una actividad por la que, en varios casos, perciben menos beneficios que en sus actividades profesionales, a lo que se añade estar siempre escrutados por la opinión pública. Además, volver a la actividad privada tiene sus costos para adaptarse a la evolución que haya experimentado el mercado, la investigación y la tecnología. Pensemos, por ejemplo, en un cirujano que esté unos años dedicado con exclusividad a la vida política, o un investigador bioquímico, la dificultad que les supone una vuelta a su trabajo originario. El funcionario lo tiene mejor, y de alguna manera también el abogado, que se ha puesto al día de la legislación y captado los matices de los debates producidos.

No es casual que exista una mayoría de funcionarios docentes, o de otras ramas de la Administración, que pueden desempeñar sus actividades políticas estando en servicios especiales, que les cuenta como si estuvieran en activo y siguen generando trienios. De igual modo los abogados suelen representar un porcentaje alto de miembros en la actividad legislativa en un país que tiene uno de los índices más altos, en Europa, de licenciados o graduados en Derecho por cada 100.000 habitantes. También se hace mención a la “metafísica de la vocación” política como la disposición a intentar solucionar los problemas del país, las comunidades o los municipios, lo que resulta siempre una declaración imprescindible para los que están en el asunto.

Todas las profesiones consideradas “honorables” alegan lo mismo (el médico, el juez, el abogado del Estado, el arquitecto, el profesor, el escritor, el empresario, el ingeniero, el investigador…) pero todavía no encuentro testimonios parecidos entre los peones del campo, los recogedores de basuras, albañiles u otros oficios no cualificados socialmente. En un lugar intermedio hay actividades bien consideradas en función de sus habilidades, como ocurre con el electricista, el fontanero, el camarero, el comerciante, el sastre, el bancario, el administrativo, el cristalero, el transportista, el carpintero…etc. que adquieren buena consideración en el mercado, pero no suelen defenderlas con “vocación metafísica”. Han conseguido salir adelante por la dinámica social consiguiendo, en algunos casos, mejores rentas que en las profesiones consideradas todavía honorables

Algunas de ellas adquieren prestigio por su valor de cambio en función de las demandas sociales, como ocurre con los cocineros o los diseñadores de la moda. Aunque todo ello no tiene líneas infranqueables, y en el mundo actual la consideración de ese álito vocacional está muy marcado por factores ajenos a los propios agentes y a las necesidades que se imponen en las sociedades. El resultado final es salir adelante, con los recursos suficientes para llevar lo que se considera una vida digna, que es también un término metafísico que los economistas suelen medir para señalar los estándares medios de las vidas de una sociedad. Pero con un índice tan alto, cercano al 40%, de paro juvenil (de 18 a 30 años) cada uno se coloca donde puede a pesar de ser licenciado, graduado o doctor. El objetivo es conseguir un puesto de trabajo que permita una cierta independencia (nunca suele ser completa) del ambiente familiar.

En este contexto la política puede ser una salida, a pesar de las tramas internas creadas y los obstáculos para ascender en el escalafón con factores aleatorios para que alguien consiga destacar entre los que dirigen las organizaciones políticas y comience una carrera en la misma. La tradición familiar también cuenta, y EEUU es un ejemplo, como destacan los sociólogos: varios de los congresistas, senadores o miembros de las Asambleas de los Estados federales provienen de familias con antecedentes en las actividades políticas. Los Kennedy, los Rockefeller, los Ford, los Bush son un ejemplo.

En España esta relación es menor por cuanto la política se ha socializado a partir de 1975, y en los últimos tiempos su consideración se ha ido degradando en la opinión pública sin que las comparaciones con el pasado tengan una base sólida. Existe la sensación de que los políticos de la Transición eran mejores que los actuales, recordando el verso de Jorge Manrique que “a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”. Si embargo, no se tienen en cuenta los cambios sociales que se han producido desde el comienzo del siglo XXI y los distintos nuevos elementos que han ido surgiendo, desde la crisis económica a los movimientos independentistas. Y, así, parece que todos los agentes políticos de antaño eran más consistentes que los de ahora ante las dudas del futuro y el malestar del presente, pero para ello habrá que superar las impresiones y delimitar los elementos de la comparación para calibrar el resultado. Tengo la sensación de que lo que ha cambiado es la percepción de los ciudadanos sobre lo que pueda dar de sí la política y como ésta tiene sus limites.