Sorprende que no sea motivo de una fuerte controversia pública los datos de la evolución del coronavirus en Cataluña. Mientras en el resto de autonomías se observa una evolución netamente descendente tanto de nuevos contagios como de fallecimientos, las cifras catalanas no son solo peores desde hace unos días sino que presentan una gran irregularidad. Desde el pasado 15 de abril el número de fallecidos dibuja unos sorprendentes dientes de sierra. Mientras Madrid evoluciona positivamente y sin grandes altibajos, Cataluña experimenta subidas y bajadas muy marcadas con una evolución negativa.

El resultado es que esta última semana se ha situado a la cabeza de muertes en toda España. Este lunes y martes murieron 133 sobre 331 (el 40%) y 109 sobre 301 (el 36%), respectivamente, cuando hace unas semanas se situaba alrededor del 23%, siempre por detrás de Madrid. Pero no solo acumula ahora más fallecidos, sino también una cifra de nuevos contagios que algunos días es muy alta. Por ejemplo, el pasado 27 de abril, de los 1.831 nuevos casos confirmados por PCR, la mitad estaban en Cataluña.

Ahora mismo es el territorio que peor progresa, con un índice reproductivo de casos que todavía no está por debajo de 1, lo que significaría que la pandemia aún avanza, mientras Madrid se sitúa ya en el 0,7. La evolución no solo no es tan positiva como en otros territorios sino que presenta unos datos discontinuos y, por tanto, poco fiables, inservibles para valorar la evolución de la pandemia en el conjunto de España. Así pues, la pregunta es a qué obedece este desbarajuste de cifras. Si se trata de un problema de incompetencia en la gestión o de mala fe política por parte de la Generalitat.

Antes de nada hay que recordar que fue justamente el 15 de abril cuando Quim Torra optó por desmarcarse de la metodología que sigue el Ministerio de Sanidad sobre cómo contar los fallecidos y contagiados por Covid-19 (solo con prueba PCR). La Generalitat pasó a incluir en sus comunicados todos los casos “sospechosos”. No lo hizo por un deseo de transparencia ante el hecho evidente de que en marzo hubo muchos fallecidos que quedaron fuera de la estadística oficial, sobre todo en residencias de ancianos.

Este es un debate legítimo y necesario, pero que no puede romper una serie estadística consolidada ya que entonces estaríamos sumando cosas diferentes. Si hubiera querido solo ser más transparente habría creado dos listas separadas, los confirmados por prueba de laboratorio y los “sospechosos”. Su motivación, en cambio, fue puramente política, llevar la contraria al Gobierno español y reventar los datos de Sanidad. La nueva fórmula de la Generalitat ha llevado a doblar la cifra de muertos en Cataluña hasta casi 10.000 y a situar los nuevos contagios por encima de 105.000.

Pero lo que hace dos semanas fue otra forma de desafío independentista, en un momento en que Torra vertía palabras muy duras contra la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de permitir la vuelta de las actividades económicas no esenciales, se ha convertido ahora en una piedra en el zapato para el propio Govern. Primero porque ese cambio de metodología ha comportado un desorden mayúsculo en la recogida de datos que se efectúa a diario desde las siete regiones sanitarias de la Generalitat, con retrasos que desde la propia consejería de Salud se reconocen e incluso no hay que descartar la posibilidad de que se esté dando al Ministerio de Sanidad información errónea (¿muertos duplicados?)

Y, segundo, porque todas esas cifras calamitosas penalizan a Cataluña de cara a la desescalada en el confinamiento y, por ejemplo, merman las posibilidades de atraer al turismo del resto de España en verano. Si a todo ello añadimos la instrumentalización política de la crisis del coronavirus que se hace desde el Govern Torra o las declaraciones del presidente de la Cámara de Comercio, Joan Canadell, diciendo que “España es muerte”, el daño a los intereses de los catalanes es absoluto. En definitiva, una suma de mala fe política e incompetencia.