La irrupción de Ciudadanos supuso una gran sacudida, y fue interpretado como muestra de una sociedad viva, de la que surgían partidos con una manera distinta de entender el ejercicio de la política. Y los resultados le acompañaron.
Dos fueron los ejes sobre los que se consolidó como alternativa de gobierno. En sus inicios, con un contundente anti-independentismo que, sin los lastres que acarreaba el PP, le facilitó situarse como la formación más votada en las últimas elecciones al Parlamento catalán. A su vez, su rigor en la lucha contra la corrupción y otras prácticas arraigadas en los partidos tradicionales, le abrió las puertas del Parlamento español.
Alcanzada una posición ya relevante, se esperaba que Ciudadanos acabara por consolidarse como un partido de corte liberal, equidistante del conservadurismo y de la socialdemocracia. Un partido con un discurso y una forma de proceder distinta, lejos de las rigideces propias de los aparatos de los partidos, capaz de entenderse con unos y otros. Pero no ha sido así.
En Cataluña no se ha percibido que fuera el partido más votado. Se entiende la dificultad por conformar un discurso más allá del procés, pero durante estos años ha mantenido una actitud exclusivamente resistencialista que, si bien en su momento resultaba meritoria, ya no responde a la dinámica del país. Quien mejor ha entendido el sentido del momento ha sido Manuel Valls con su apoyo a Ada Colau. Ello le ha supuesto su ruptura con Ciudadanos.
De otra parte, no se percibe la orientación económica propia de un partido genuinamente liberal. Sus grandes propuestas económicas giran sobre una reducción generalizada de impuestos, en línea con lo que se espera de una formación política conservadora. No se trata de ser socialdemócrata, la cuestión es hacer suya, por ejemplo, la línea editorial de The Economist, que de revolucionaria tiene poco.
Por otra, no entiendo su rotundo rechazo a pactar con el PSOE en ninguna parte. ¿Cuál es la razón por la cual puede pactar con PP, e incluso con Vox, y no con los socialistas? Más allá de incompatibilidades personales con Pedro Sánchez u otros dirigentes socialistas, lo relevante es que el Partido Socialista ha sido el más votado, no sólo en las legislativas sino que, también, en muchos municipios y comunidades autónomas. En Europa, los partidos liberales más consolidados tienden a pactar con derecha e izquierda. Aquí, y hoy, solo con la derecha.
Finalmente, todo ello lleva a una situación curiosa. El escenario resultante de las elecciones legislativas, autonómicas y municipales, resultaba idóneo para Ciudadanos. Éste hubiera podido alcanzar una gran cuota de poder y presencia de haber sido capaz de pactar con unos y otros, decidiendo en función de cada coyuntura y territorio. Y, además, hubiera favorecido la estabilidad general del país. Sin embargo, se limita a ejercer de acompañante del PP, conjuntamente con Vox.
Las fracturas y dimisiones en Ciudadanos no se han hecho esperar. Su situación, especialmente en Cataluña, adquiere tintes dramáticos. Los líderes de Ciudadanos se lamentan de que se les exige más que a los otros partidos. Es cierto. Pero no deberían olvidar que nació para modernizar nuestra política. Para reproducir actitudes ya conocidas, ya estábamos bien los partidos tradicionales. Que, quizás, tampoco estaban tan mal.