Sarkozy refundó el neogaullismo creando, en sustitución de la UMP de Jacques Chirac, el partido de Les Republicains que ahora, por un efecto de compresión entre dos bloques extremos, anda por lo suelos, necesitado de liderazgo y dividido en cuanto a la aproximación al poder de Macron, si gana hoy las elecciones presidenciales, y de cara a las legislativas de junio. Con la candidata Valèrie Pécresse, mujer de gestión razonable, pero sin capacidad de seducción, LR no llegó al 5% en la primera vuelta. En comparación con este declive aparatoso, el PP de Núñez Feijóo no está en el peor de los mundos posibles ni parece posible que pueda eclipsarse como ocurrió con la democracia cristiana en Italia. Desde luego, todo daría un vuelco abismal si esta noche Marine Le Pen resulta más votada que Macron.
Quien asistiera hace años a los encuentros del European Ideas Network –la red de think tanks de los partidos que conforman el Partido Popular Europeo— se encontraba con un panorama de ideas renovadoras, a la altura de los tiempos, aunque por lo general reacio a plantear políticas de inmigración menos laxas o a entrar en las guerras culturales que actualmente reprenden con fragor. Entrados ya en el nuevo siglo, el centroderecha europeo padece una acumulación de complejos e inercias que van paralizándolo. Gobierna o hace oposición sin nuevas ideas, inmerso en el detalle de las policies, pero sin un gran horizonte. Se diría incluso que el antes activo European Ideas Network hoy está en el limbo.
Lo que suele suponerse es que el consenso elemental entre centroderecha y centroizquierda urdido después de la Segunda Guerra Mundial ha ido resquebrajándose y así han ganado terreno los extremos. El caso de Francia es espectacular porque el partido fundado por Le Pen y refundado por su hija Marine en dos elecciones presidenciales consecutivas ya ha llegado a la segunda vuelta. Después de Merkel, en la democracia cristiana alemana ¿habrá un bajón permanente?
Macron parece haber recogido los restos de un naufragio, como una suerte de Tony Blair a la francesa. Ocupa un vacío, pero no tiene la consistencia de algo perdurable. De ganar, si emprende reformas, tendrá una segunda edición de los “chalecos amarillos” en la calle. A un amplio sector del electorado, Macron le cae mal. El hecho es que entre los dos extremos a derecha e izquierda sacaron hace dos semanas el 55% del voto. Según Marcel Gauchet, las victorias de Macron se deben al hundimiento del sistema clásico de partidos que es causa-efecto de que centroderecha y centroizquierda, tan divididos, no tenga ya “vocación mayoritaria”. Por eso –dice Gauchet— Macron ha podido ocupar un “populismo de centro”. En realidad, se diría que el movimiento que lidera Macron no funda nada, sino que, además de tener rasgos tópicamente elitistas, solo recoge los votos que reaccionan ante la tenaza de los extremos. Francia sigue sin saber lo que le pasa.