Aragonés: El nacionalismo español no tardará en adquirir carta de ciudadanía

Aragonés: "El nacionalismo español no tardará en adquirir carta de ciudadanía"

Pensamiento

Aragonés: "El nacionalismo español no tardará en adquirir carta de ciudadanía"

El senador del PP y ex jefe de gabinete de José María Aznar asegura que la desconexión entre Madrid y Barcelona "derrocha energías" en un país con pocos recursos

4 febrero, 2018 00:00

Carlos Aragonés Mendiguchía (Leganés, 1956) contesta la pregunta, pero tras un rodeo en el que surgen más incógnitas, inquietudes nuevas y dos o tres referencias que consiguen la complicidad con el interlocutor. Es senador del PP y atesora toda la experiencia que ofrece haber sido el jefe de gabinete de José María Aznar en sus ocho años de gobierno. Colaboró con Aznar desde años atrás y formó parte de aquel famoso clan de Valladolid. Licenciado en filosofía y letras, analiza la realidad y resulta imprescindible para cualquier político catalán que desee, realmente, lograr el desbloqueo de la actual situación. ¿Por qué? Por su apego a cuestiones que siempre se dejan de lado, como la geografía. Aragonés incide en que Cataluña debe mucho a su lugar estratégico en la península ibérica. Y eso simplemente se tiene, pero se debe ser consciente de ello, desde una mayor predisposición a conocer idiomas, por ser zona de paso, hasta una mejor situación económica de partida por los flujos comerciales históricos. Lee e interioriza las lecturas, algo poco frecuente en estos tiempos. Quiere comprender a su adversario pero pide que éste también sepa ponerse en la piel del otro, algo también poco común. Y tiene claro que sí ha existido un nacionalismo español y que puede resurgir con nuevos ropajes. “El nacionalismo español no tardará en adquirir carta de ciudadanía”, responde, para lamentar que Madrid y Barcelona no hayan sido capaces de trabajar conjuntamente por el bien de toda España, algo que se pudo haber conseguido con la oferta que presentó Aznar a Pujol, y que éste rechazó en dos ocasiones. En una entrevista con Crónica Global, en Madrid, Aragonés lanza reflexiones que el independentismo podría aprovechar, pero también el Gobierno de su propio partido, con Mariano Rajoy al frente.

-El soberanismo tomó carta de naturaleza con la Diada de 2012, con el argumento de que era necesaria una reacción tras la sentencia del Estatut de 2010. ¿Es para usted ese el detonante real?

-La famosa sentencia usa un lenguaje cuidadoso con el nuevo Estatut, lo interpreta, le invita a decir lo que no afirmaba taxativamente, el tribunal quiere encajarlo en la Constitución, se nota que le habla a una ley fundamental ya refrendada. No se tuvieron esos miramientos con otra norma clave, la LOAPA de 1981. 

-Entonces, ¿lo ve como un elemento que encaja en el populismo que se ha desarrollado también en otros países? 

-Protestar que la sentencia fuese un pronunciamiento contra el pueblo, fue populismo de manual, como bajar las escaleras de las instituciones a la calle. Pero ese desliz le pasa a cualquier gobernante, lo malo fue que la Generalitat, la de José Montilla y de Artur Mas, se encontró con que la calle agitada no era suya, y quedó atrapada en una espiral hasta el 1-O. Ha sido una suerte de populismo identitario, muy influido por el proceso inglés hacia el Brexit, con en esa fijación por el referéndum como técnica de ruptura con el poder central, sea Bruselas o Madrid.

Sin contar con el PP en el Estatut, no hace falta ser maquiavélico para imaginar lo que haría un actor con capacidad de veto

-¿Es una reacción al desdén del PP, que gana las elecciones en 2011?
-Si el Alto Tribunal no podía hacer apenas otra cosa que guardar la compostura del defensor de la Constitución, tampoco el Partido Popular dispuso de mucho margen, mesas petitorias al margen. Porque ese Estatut no se quiso consensuar con quien tenía capacidad y representación para frenarlo, no se quiso en Barcelona, pero es que tampoco se reconoció en Las Cortes, donde éramos la oposición mayoritaria. No hace falta ser maquiavélico para imaginar lo que hará un actor con derecho a veto, en tal caso.

-¿Y la entrevista entre Mariano Rajoy y Artur Mas, era posible otro resultado?
-Mas, que le había salido bien la cumbre con un Rodríguez Zapatero bien dispuesto a desapoderar el Estatuto de ERC, esta otra cita dos años después no podía ganarla. Daría escalofríos en Moncloa oírle hablar de un acuerdo marco, que erigiera la Hacienda propia, con el dragón de la autodeterminación rampante, y sin poder lucir el caballero a espada las victorias siderales de Pujol sobre ERC, que permitiera hacerse ilusiones de controlar el proceso en marcha.

-Por tanto, para usted no podía haber otra respuesta por parte de Rajoy.

-Quizá, lo dejamos para leerlo en sus memorias. Los jefes de gobierno disponen de información puntual que a los demás nos está vedada. 

-Mirando al futuro inmediato, se dibujan dos posibilidades, por lo menos. Un no definitivo a la llamada política del contentamiento o una apertura hacia una reforma constitucional. ¿O queda alguna otra alternativa?

-A futuro, salta a la vista el retroceso, en derecho y convivencia, de los cambios operados por gobiernos tan heterogéneos como el tripartito y parlamentos divididos en mitades polarizadas. Son demasiados padres, demasiadas manos para un acomodo constitucional duradero. Como también que, a las normas del bloque de constitucionalidad, les sienta bien la participación de la oposición, adversario hoy y futuro mandamás.

Sin América Latina, España aportará al eje europeo no mucho más que la frontera sur

-¿Entonces?

-Vale imaginarse que, sin el fallo del Tribunal Constitucional, una catarata de recursos suspensivos de las otras Comunidades Autónomas, incluso por los nuevos partidos llegados al Gobierno, habría entorpecido el desarrollo legislativo y administrativo del Estatuto catalán, en un clima de discordia creciente en la España territorial. 

-¿Aguantar, como salida, y ganar tiempo?

-Hagamos cambios a cotas más bajas. Sin ir más lejos, la financiación territorial es una de ellas, la sostenibilidad de la deuda pública catalana y española merecerían la incorporación y el acuerdo. 

-El catalanismo se ha volcado siempre en la construcción y desarrollo de España. ¿Puede recuperar su espacio, o lo da por superado y fallecido?

-Depende, el espíritu de la autodeterminación seca de raíz los afanes constructivos. De los meses camino a la perdición del 1-O me llamó mucho la atención el desentendimiento profundo porque la Agencia Europea del Medicamento viniera a Barcelona. Difícil pero posible, su I+D es un maná en el desierto del presupuesto para desarrollo científico. Caray, bien hubiera venido una tregua olímpica, apaciguar el contexto político de la candidatura de Barcelona, "disimular un poco" el catalanismo “enragé”. Nada de ello, en esas semanas de presentaciones en las capitales europeas. La Generalitat airada dio el salto cualitativo de enfrentarse directamente a una Unión Europea, como si del imperial segregacionismo inglés se tratara.

El acuerdo entre Aznar y Pujol era un compromiso histórico que claro que hubiera cambiado el pulso español

-Intuyo, por tanto, que no le ve mucho futuro a ese catalanismo histórico. ¿Fue determinante, usted que lo vivió, el no de Pujol a Aznar en 1996 y en 2000 como una fórmula para corresponsabilizarse de la gobernabilidad de España?

-Ese compromiso histórico lleva pendiente cien años, y claro que cambiaría el pulso español. El ofrecimiento de Aznar fue sincero pero senequista de fondo, y no menos la respuesta de un incómodo Pujol. Lo interesante fue la resignada decepción de otros dirigentes de CiU a esa entrada en el Gobierno central.

-Pujol pensó en el fracaso de Cambó. Siempre quiso evitar ese compromiso. ¿Lo entiende?

-Lo entiendo, porque quien, como Cambó, tantea una coalición en Madrid sufre el  fuego amigo inmediato en Barcelona. Los palos por la espalda duelen siempre más. Hay que añadir que no sería el catalán el único mandatario afectado por fuego amigo, también el socio castellano de esa coalición arriesgaría su reputación patriótica por Valladolid, Sevilla, etc., a derecha y a izquierda. Esa diferida desconexión entre Madrid y Barcelona lleva a un derroche de energías formidable en un país de pocos recursos naturales. A nuestra modesta escala, debería valernos la imagen aquella del gran Papa polaco acerca de los dos pulmones con que respira una Europa verdaderamente entera.

El nacionalismo tiende a las guerras, por eso hay que civilizarlo y moralizarlo, combinarlo con otras patrias

-Ese no de Pujol a Aznar llevó al líder del PP a proyectar su idea de España, sin cortapisas. ¿Existe el nacionalismo español?

-Claro que existe, lo natural es propender al nacionalismo en todas partes Que el nacionalismo tienda a la guerra y la rapacidad solo significa que hay que civilizarlo y combinarlo con otras patrias, moralizarlo. Por ahí nos gustaría que fuera la Unión Europea, ¿no? Al español le faltaba, por causa del militarismo de Franco y su Estado confesional, una reelaboración, pluralista y constitucional, la que se ha ido gestando en estos 40 años de libertades, y que no tardará en adquirir carta de ciudadanía. Algo de ese futurible hemos visto llegar por la antigua estación de Francia. En el Congreso he convivido con nacionalistas catalanes moderados que articulaban con facilidad el sentimiento de cuna con el patriotismo constitucional. En el Senado todavía no he tenido la misma suerte.

-¿Tiene proyecto el PP de hoy?

-Conozco más de cerca el proyecto del Aznar. Rajoy tiene mucho más de administrador de unas magras rentas y muchas deudas. Pero juzga mal el que olvida que el PP ha hecho un aprendizaje entre una salida traumática del poder, la del 11-M, y la vuelta a la Moncloa en otoño del 2011, en un país minado por el paro masivo. Rajoy, un moderado a ultranza, es elegido para templar el clima electoral por un Aznar, bastante más excitator hispaniarum que el sucesor, cuyo papel queda varado en esos tres días fatídicos de marzo de 2004.

-¿Por qué?

-Porque al perder las elecciones y de mala forma, mi partido no disponía de alternativa personal ni programática para la nueva circunstancia, ni se permitió el lujo de improvisar líderes y pescar ideas, como veíamos que le estaba aquejando al PSOE desde el difícil relevo de Felipe González por un Almunia sobradamente preparado. 

Bienvenido un rival, Ciudadanos, que nos invite a salir de las viejas rutinas (en el PP)

-¿Cree realmente que puede haber un sorpasso o reemplazo del PP por Ciudadanos?

-Creíamos que el intocable sistema electoral del 77 era un mayoritario encubierto, pero, tras dos elecciones consecutivas, resulta que puede acoger a cuatro partidos. La ley electoral, pieza esencial del sistema, es más imprevisible y elástica de lo que cabía suponer. Mientras la izquierda se ha subdividido en dos fuerzas parejas, Albert Rivera podría llegar a lo mismo en el hemisferio de la derecha, por más que duela a cuantos seguimos al PP. Pero, para un sorpasso a lo Julio Anguita, las siglas de Rivera no han dispuesto del tiempo de crecimiento orgánico muy provincial que tuvo el PP en su larga espera del poder. Bienvenido un rival que nos incite a salir de las viejas rutinas, pero, mientras jugamos esa carrera electoral, vale mirar atrás, a otra partitocracia en problemas, la italiana de los años 90, para contemplar que la mala reputación que colapsó la Democracia Cristiana de allí ha sido reemplazada por epónimos como Berlusconi, Renzi y Grillo ¿Dónde está el progreso democrático con tales hombres fuertes? 

Mientas jugamos la carrera electoral, deberíamos mirar a Italia y pensar en quién ha reemplazado a la Democracia Cristiana

-Usted vivió y colaboró con Aznar en su idea de que España tuviera una proyección internacional anclada al eje atlántico. ¿Fue un error o una gran oportunidad perdida, visto ahora con perspectiva, y teniendo en cuenta que tampoco se ha logrado un papel decisivo en la Europa que ahora recupera el tándem franco-alemán?

-A ese dossier le ha caído toda la corrección política del mundo encima. Más bien, el error fue verse arrastrado por la fuerte dinámica de la Administración de Bush en respuesta al desafío del 11-S. Pero fue una oportunidad como pocas, y el fondo del asunto espera a un presidente de vocación internacional. Sin América Latina, España aportará al eje europeo no mucho más que la frontera sur. El Muro berlinés cayó para todos. Si el factor español apalanca al continente no una, sino algo de las dos Américas, damos una profundidad impagable a la política exterior, comercial y de seguridad, de la UE, y a su cultura, como pocos Estados europeos, con la excepción de Alemania, por supuesto. Tuvo algo de hermosa oportunidad rechazada por el otro presidente, a fuerza inexperto en la arena internacional. Otro factor poderoso fue que el mandato no solo coincidió con Bush, sino con la presidencia nacionalista del gaullista Chirac. Está muy por discutir y contar la política exterior que incitaba Aznar.