El anuncio de la disolución de ETA ha sido ampliamente contestado desde la perspectiva de sus víctimas. No reiteraré argumentos que se pueden leer en editoriales y artículos de opinión de buena parte de la prensa española y que pueden resumirse en ni olvido ni perdón sin arrepentimiento explícito. Mis reflexiones van en otras direcciones.

La primera es poner de manifiesto que la disolución de la organización terrorista destruye todos los argumentos de la banda para mantener la lucha armada durante la democracia y deja a sus propias víctimas, muertos, encarcelados y familiares sin ninguna autojustificación para su sacrificio por la patria. Ni independencia, ni incorporación de Navarra ni de Iparralde, ni salida de las fuerzas de ocupación. Ninguna diferencia sustancial entre el estatus político de Euskadi de hace veinte anos --por poner una fecha-- y el de 2018. ¿Qué pensaran de su sacrificio las familias de los gudaris muertos, o los propios heridos o encarcelados de la organización? Ningún objetivo ha sido alcanzado. ¿Para qué tanto sufrimiento?

El fracaso de la lucha armada de ETA debería ser una vacuna contra tentaciones violentas en Cataluña

La segunda reflexión hace referencia a la situación política catalana. Afortunadamente no tenemos en Cataluña una organización terrorista activa. No obstante, el clima de deterioro de la convivencia y el acoso a los disidentes no auguran nada bueno si no somos capaces de restablecer un clima de convivencia y respeto a la pluralidad y la discrepancia. Ahora que en el País Vasco nadie quiere oír hablar de violencia de ningún tipo y que se está rehaciendo la convivencia, parece que en Cataluña algunos sienten fascinación por la lucha armada, por la confrontación civil. Hasta la radio y la televisión públicas catalanas se prestan de altavoz a exterroristas, de ETA o de Terra Lliure, que ni tan siquiera piden perdón o se arrepienten de sus actos. Desde distintos ámbitos se pretende banalizar, cuando no justificar o alentar, la violencia psicológica que va implícita en los escraches, los señalamientos de personas como "traidores" o "colonos", y el acoso en redes sociales. Y la intimidación psicológica es una forma de violencia que puede llegar a ser tanto o más grave que la física, y que, en ocasiones, es su preludio.

El fracaso de la lucha armada de ETA debería ser una vacuna contra tentaciones violentas en Cataluña. Parece que en el seno del independentismo se esta librando una batalla entre quienes asumen la vuelta a la normalidad y la asunción del marco constitucional --lo que no implica renunciar a su modificación-- y quienes apuestan por seguir con la confrontación a cualquier precio, pensando que se benefician políticamente manteniendo esta postura. Las próximas semanas veremos quién se lleva el gato al agua. Pero de triunfar esta segunda opción, los riesgos para la paz civil serán muy elevados. Es hora de exigir responsabilidad a todos los dirigentes políticos pero especialmente a quienes se han saltado la ley y alardean de continuar haciéndolo. Deberían leer Patria de Fernando Aramburu, les ayudaría a reflexionar.