Pensamiento

Cataluña, asunto interno

17 diciembre, 2013 08:12

Aunque durante las últimas semanas las aguas del nacionalismo catalán bajaban turbias debido a la falta de acuerdo sobre la pregunta de la consulta, los principales impulsores del llamado proceso soberanista han conseguido, finalmente, dar con una solución de compromiso que les permitirá seguir adelante. Lo que parecía difícil, casi imposible, se ha resuelto de una manera inteligente, lo que ha permitido a todos los que apoyan el proceso aceptar la solución.

Tendremos no una, sino dos preguntas: una referente a convertir Cataluña en un Estado y la otra a su independencia. De esta manera los independentistas, los federalistas y hasta los confederalistas pueden darse por satisfechos. Si son consecuentes con lo que propugnan, unos deberían votar que 'sí' a las dos y los otros 'sí' a la primera y 'no' a la segunda. Adicionalmente, la fecha elegida, el 9 de noviembre, tiene su miga pues en 2014 se celebrará el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín; mi impresión es que no es casual: celebrar la caída de un muro para tratar de erigir uno nuevo.

Se evitó hacer el ridículo, un ridículo espantoso, como muy bien había señalado Homs, demostrando de esta forma una actitud profundamente española: tener un miedo atroz a hacer el ridículo

Habían llegado demasiado lejos como para que todo se viniera a abajo por una diferencia semántica. Se habían roto demasiados puentes y arriesgado mucho en el envite como para que todo implosionara desde dentro. Un fracaso de esta magnitud habría enterrado el proceso por muchos, muchos años. Y si se me perdona la digresión, se evitó hacer el ridículo, un ridículo espantoso, como muy bien había señalado Francesc Homs, demostrando de esta forma una actitud profundamente española donde las haya: la de tener un miedo atroz a hacer el ridículo.

Además, y en vista del más que probable veto por parte de Mariano Rajoy, el nacionalismo necesitaba, como el agua de mayo, echar la culpa de la no celebración de la consulta al enemigo exterior, a la España que nos oprime. De esta manera, podrían seguir insistiendo en su legitimidad democrática (dejen a los catalanes votar para decidir su propio futuro) frente a la actitud cerril del Gobierno español parapetado tras la Constitución para negarla. A la espera, claro está, que la comunidad internacional alzara su voz contra tamaño atropello.

Pero sobre este último punto, pintan bastos, si tenemos en cuenta la falta de apoyos internacionales. Como sabemos, todos los indicadores apuntan hacia esta dirección: la Comisión Europea, a través tanto de su presidente como de su portavoz, ha manifestado de una manera clara que la secesión de una parte del territorio de un Estado miembro supondría su salida de la UE y la suspensión de la aplicación de los tratados, punto asimismo confirmado por el presidente del Consejo Europeo por si hubieren dudas; Artur Mas no ha sido recibido por ninguno de los dos presidentes de la UE (Barroso, de la Comisión Europea, y Van Rompuy, del Consejo Europeo) desde que se lanzara en su particular cruzada soberanista; aparte de alguna que otra expresión indirecta de interés (que no de apoyo) por parte de algún Estado miembro de la UE (en concreto alguno de los países bálticos), el resto de países de la UE y del mundo desarrollado así como las potencias emergentes oficialmente no han dicho esta boca es mía.

Por el contrario, algunos han expresado su preocupación en público de una manera sutil, como por ejemplo los EEUU al hacer hablar al presidente de su Cámara de Comercio en España, Jaume Malet, en el sentido que las empresas de origen norteamericano viven con "una preocupación muy grande y creciente" la "inestabilidad política" generada en Cataluña por la intensificación del independentismo.

Sin embargo, lo también expresado por la portavoz de la Comisión Europea (lo que sucede en Cataluña es un asunto interno de España) se ha querido interpretar en algunos medios de comunicación como una actitud ambigua (de lavarse las manos) y hasta cierto modo comprensiva hacia el proceso soberanista. En el mismo sentido se expresó el presidente de la República Francesa, François Hollande, ante Mariano Rajoy en su reciente visita a España. A primera vista, esa podría ser la impresión; sin embargo, para los conocedores del código diplomático, la respuesta es bien distinta.

Efectivamente, ante un proceso de secesión de carácter pacífico y que se reclama mayoritario (por parte de sus promotores), los países que juegan un papel en el mundo están obligados a analizar la situación y a tomar posición, en particular cuando éste se produce en su misma frontera o dentro de su zona de influencia y, por lo tanto, puede tener repercusiones a nivel político (creación de un nuevo Estado), económico (flujos de comercio e inversiones) y de seguridad (inestabilidad). En el caso de Cataluña, no es de extrañar que los que han emitido algún tipo de reacción pública hayan sido fundamentalmente Francia y la UE. Este análisis se lleva a cabo desde el doble punto de vista de los valores y de los intereses nacionales.

La traducción en términos diplomáticos de la expresión "el proceso soberanista en Cataluña es un asunto interno de España" no es la ambigüedad, sino todo lo contrario

En cuanto a los valores, de lo que se trataría es de analizar tanto lo que proponen los impulsores del proceso soberanista como la reacción del Gobierno de España desde el punto de vista del respeto del sistema democrático y los Derechos Humanos y el cumplimiento del Estado de derecho. El hecho que el proceso se haya llevado a cabo, hasta el presente, de una manera pacífica y dentro de los cauces marcados por las leyes y las sentencias de los tribunales no permite plantear objeciones mayores a lo sucedido hasta ahora. Es objetivamente cierto que los promotores del proceso han optado por utilizar los medios políticos y legales a su alcance para promoverlo (incluyendo el reciente acuerdo sobre la pregunta de la consulta) y que éste es de carácter pacífico. Asimismo, el Gobierno de España no ha utilizado la fuerza en ningún momento y se ha servido de los medios legales que le proporciona el Estado de derecho para impedirlo. Esta conclusión podría cambiar en el caso en que la situación evolucionara hacia la violencia y la ruptura del Estado de derecho, en particular si tenemos en cuenta las llamadas de determinados sectores soberanistas a saltárselo (ya sea vía la organización de una consulta ilegal, vía una declaración unilateral de independencia, o de cualquier otra forma).

En cuanto a los intereses nacionales, ni a la UE como tal, ni a la inmensa mayoría de sus estados miembros, ni a Francia en particular, le puede interesar un proceso de secesión que podría tener consecuencias negativas, como ya expliqué extensivamente en un artículo anterior ("Por qué Europa dice No").

Ante esta situación, el proceso secesionista está siendo conducido dentro de los límites del Estado de derecho (no hay conflicto en relación a los valores) pero no es percibido positivamente desde el punto de vista de los intereses nacionales, no hay otra opción en términos diplomáticos que señalar que la cuestión es un asunto interno de España. En el fondo, este posicionamiento se traduce en un apoyo al Gobierno de Rajoy: su actuación está dentro de los límites razonables. Y de varapalo a las tesis independentistas: si bien su actuación no ha traspasado dichos límites (al menos, no todavía), no interesa que se consuma la secesión. Y si no, miren la reacción (por solo citar un ejemplo) de la UE y de sus estados miembros ante lo que está sucediendo estos días en Ucrania, donde tanto los valores democráticos como los intereses nacionales (atraer al país hacia la órbita de la UE y alejarla de la de Rusia) están en juego; en este caso, la cuestión no es un asunto interno de Ucrania y las declaraciones públicas por parte de la UE y de sus estados miembros son de un apoyo claro a las posiciones defendidas por los opositores al presidente Yanukovich.

Lo dicho, la traducción en términos diplomáticos de la expresión "el proceso soberanista en Cataluña es un asunto interno de España", no es la ambigüedad, sino todo lo contrario. Créanme, yo mismo la he tenido que utilizar en casos similares en otras partes del mundo.