Pensamiento
Eso no es democracia
Hay que admitir que no resulta fácil saber de qué hablamos cuando hablamos de democracia. Al respecto, existen distintos índices -Polity, Freedom House o The Economist- para evaluar la naturaleza y calidad de la democracia. En cualquier caso, hay un consenso de mínimos sobre el tema según el cual la democracia es 1) un método de representación que permite que los diversos grupos e intereses en juego se manifiesten libremente y 2) un conjunto de reglas de procedimiento para tomar decisiones a través del debate libre y el cálculo de mayorías. La democracia son formas. La democracia es el arte de mediación entre las partes de acuerdo a unas reglas de juego previamente acordadas. La democracia no es un programa. La democracia permite que todos los programas se manifiesten y compitan libremente en el marco de unas reglas de procedimiento. En buena medida, la democracia es una racionalización técnica del conflicto que hace posible que el ciudadano mida sus fuerzas sin recurrir a la violencia.
En España, y en Cataluña por partida doble –el hecho diferencial, supongo-, se está socavando la democracia. Y se hace –aseguran los promotores del socavón- en beneficio de la propia democracia. Vayamos por partes.
El nacionalismo catalán, al reivindicar el inalienable derecho a decir del pueblo, está dando vida a la entelequia de un derecho natural que se ejercería más allá del marco jurídico legal propio y característico de la democracia
Se socava la democracia cuando se postula la denominada "democracia verdadera". Una cierta izquierda que procede del viejo comunismo todavía sin reciclar, los denominados nuevos movimientos sociales, así como los nuevos y novísimos indignados, socavan la democracia cuando sostienen que la nuestra es una democracia formal que no representa al pueblo, que no responde ante los ciudadanos, que no convoca referéndums populares para aprobar leyes y revocar políticos. Veamos. ¿Quizá el político no ha sido elegido democráticamente y con todas las garantías en las urnas? ¿Quizá la democracia y el político no responden ante el ciudadano en el Parlamento y en los comicios electorales que se celebran periódicamente? ¿Qué representatividad democrática poseen los nuevos movimientos sociales y los indignados? ¿Quién ha votado a esos señores y señoras que se permiten el lujo de darnos lecciones de democracia? ¿En una democracia la pancarta y el referéndum han de substituir a la vía y la vida parlamentarias?
Se socava la democracia –hecho diferencial catalán, decía- cuando se reclama el denominado "derecho a decidir". El nacionalismo catalán, al reivindicar el –arguye- inalienable derecho a decir del pueblo -ídem-, está dando vida a la entelequia de un derecho natural –inexistente- que se ejercería más allá –la reglas del juego previamente establecidas y acordadas, señalaba antes- del marco jurídico legal propio y característico de la democracia. Si este derecho a decidir natural existe, ¿por qué no convocar una consulta en la cual el pueblo español decida si quiere derogar el modelo autonómico existente en beneficio de otro –a la francesa, para entendernos- de inspiración y carácter centralistas? ¿Por qué no convocar a los ciudadanos de Badalona –o de Palamós o del Ensanche barcelonés- para decidir si quieren o no constituirse en una ciudad Estado o en un barrio Estado independiente dentro de la Unión Europea? Aquellos que defienden el "derecho a decidir" están reivindicando el "poder de decidir" lo que más les conviene. Y tiene su gracia que quien propone incumplir las normas democráticas –quien eso hace no es un demócrata- hable de la "intolerancia y poca convicción democrática" de quienes sí cumplen la legalidad democrática. En pocas palabras, el nacionalismo catalán –aunque presuma de ello y descalifique al adversario- va corto de democracia. Y no es cierto que el Otro tenga miedo o alergia a la democracia: es el nacionalismo catalán quien tiene miedo o alergia a la democracia.
La llamada "democracia verdadera" y el llamado "derecho a decidir" brindan un buen ejemplo de la demagogia y el populismo que socavan los fundamentos de la democracia y la convivencia
La llamada "democracia verdadera" y el llamado "derecho a decidir" –la democracia no es eso- brindan un buen ejemplo de la demagogia y el populismo –uso y abuso de la palabra, tergiversación de la realidad, fustigación sistemática del adversario, desprecio de la legalidad, deslealtad institucional- que socavan los fundamentos de la democracia y la convivencia. ¿Que en una democracia el pueblo es soberano y se manifiesta a través del voto y la urna? Por supuesto. Pero la soberanía del pueblo está garantizada, salvaguardada y regulada por la Constitución para evitar los abusos de poder y proteger al débil frente al fuerte. Cosa que ocurre en toda democracia y debe ocurrir también en España y Cataluña.
La "democracia verdadera" y el "derecho a decidir" abren la vía que conduce a un proyecto de ingeniería social deliberada que pretende conformar ciudadanos de acuerdo al modelo diseñado por quienes –imbuidos de superioridad moral- se consideran a sí mismos los verdaderos representantes del "pueblo". Fuera bromas: la democracia formal -la democracia parlamentaria o representativa- es la única democracia existente; el respeto de la legalidad democrática es consubstancial al régimen democrático. Cualquier alternativa a la legalidad democrática –por bienintencionada que aparente-, puede suponer la dilución o cancelación de la democracia y las instituciones democráticas. Un nuevo ataque a la sociedad abierta.