A Pablo Casado le han entrado las prisas tras la victoria epatante de Ayuso en las autonómicas de Madrid. Le faltan ruedas de prensa para anunciar el fin inminente de Pedro Sánchez. Sin embargo, el líder de la oposición no tiene la manija de la legislatura. El gobierno de PSOE-Unidas Podemos está en manos de sus múltiples, contradictorios y minoritarios apoyos parlamentarios. Mayormente de ERC que acaba de ganar un tiempo precioso para seguir con su complicada política de diálogo con el gobierno central tras el acuerdo alcanzado con JxCat para seguir gobernando la Generalitat autonómica. El partido de Puigdemont le ha concedido oxígeno al diálogo, esperando eso sí que todos los que lo practican se ahoguen en la falta de resultados, pero indirectamente la ha dado cuerda al ejecutivo de Sánchez, mal que le pese al presidente del PP.

Sánchez a estas horas debe estar mucho más preocupado por lo que sucede o vaya a suceder en el sur que por lo que ocurrió hace unas semanas en el centro. El episodio de la playa del Tarajal, provocado por el reino de Marruecos al permitir durante 48 horas que miles de personas franquearan sin mayor oposición policial la frontera de la Unión Europea por el enclave de la ciudad autónoma de Ceuta, es solo un aviso más de las limitaciones de la vieja política europea de inmigración.

La práctica de pagar al gendarme pobre para evitarse disgustos internos a la rica Europa ya fracasó estrepitosamente en Libia, lo está haciendo en Turquía y lo hará con Marruecos. Esta política solo consigue enriquecer a las élites de estos países, no hay más que recordar los 100.000 millones de dólares que se atribuyeron al clan de Gadafi cuando cayó. La crisis del Tarajal responde seguramente también al pantano diplomático del Sahara y a la hospitalización en Logroño del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali; en todo caso, la tensión con Marruecos se mantendrá porque hay que esperar nuevas oleadas de inmigrantes subsaharianos desesperados por los estragos del coronavirus en sus países.

Marruecos tiene para la derecha española el regusto del peligro exterior a la integridad nacional. Realmente infundado pero muy propicio para discursos alarmistas sobre la supuesta debilidad del gobierno de izquierdas en esta materia. Las tanquetas mandadas a la playa donde llegaban exhaustos los inmigrantes de todas las edades por el gobierno Sánchez son una exageración defensiva ante la inflamación patriótica previsible.

España no ha corrido peligro alguno durante estos dos días ni ha habido ninguna repetición de la Marcha Verde de 1975 y todavía es la hora de que el PP explique que habría hecho de diferente de estar en el gobierno ante la llegada de las 8.000 personas franquiciadas por la monarquía alauita, sobre todo sabiendo que Perejil ya fue reconquistada. ¿Tal vez habría negado el gesto humanitario con el enfermo polisario o cree como Vox en la existencia de muros infranqueables y militarizaciones fronterizas?

En sus prisas por acelerar el fin de Sánchez con cualquier motivo, Casado no contaba con que la Unión Europea ofreciera todo su apoyo al gobierno Sánchez, subrayando el carácter comunitario de la frontera sur de España y asumiendo su competencia en política de inmigración, ni calculó que su reciente reunión con el partido marroquí del Reagrupamiento Nacional Independiente pudiera comprometer su posición en esta crisis o poner en contradicción su argumentario preferido para desprestigiar la actual mayoría parlamentaria.

El RNI tiene en su ideario la recuperación de “la tierra ocupada de Ceuta y Melilla”, un objetivo que para el PP debe ser un sacrilegio contra la santa unidad de España y, sin embargo, Casado se reunió con ellos con total normalidad. Por el contrario, el líder del PP considera que la relación de PSOE y Unidas Podemos con los secesionistas catalanes descalifica a Sánchez para defender con autoridad las fronteras españolas, especialmente la africana. La agenda le ha pasado una mala jugada a Casado, aunque no es difícil intuir el tono y el discurso del PP si el PSOE se hubiera reunido la semana pasada con el RNI.

El principal dolor de cabeza electoral de Sánchez no es Casado (los largos meses de espera y las inversiones europeas le bajarán las pulsaciones), ni el rey Mohammed VI (la Unión Europea asumirá el papel que le corresponde). El dolor de cabeza está en el sur, sí, pero de este lado del estrecho. Andalucía. El PSOE no puede permitirse en las próximas elecciones a la Junta un fracaso como el cosechado en Madrid; entraría en depresión organizativa aguda. Para evitarlo, Sánchez confía en que Susana Díaz no gane las primarias, aunque esto está por ver.