La sobredosis de la palabrería en catalán y en castellano es de tal magnitud que puede pasar que se nos escapen las reflexiones de algún que otro sabio. Josep Maria Bricall ha estado muchos años callado, después de hablar contra el pujolismo triunfante cuando la mayoría callaba. Ahora lleva un par de meses promocionando sus memorias, tituladas Una cierta distancia, en homenaje a la expresión más tarradellista de todas, aquella cierta manera de hacer las cosas. En pocos días, ha sido entrevistado la mar de bien en TV3 (Els Matins) y TVE (Debat a la 1) porque la gente inteligente es de buen entrevistar, como saben los buenos entrevistadores.

No les voy a contar lo que dice el libro ni tampoco me atrevería a aventurar que vayan a estar de acuerdo con todo lo que allí dice el exconsejero de Tarradellas y exrector de la Universidad de Barcelona. Cuando se encuentra a alguien a quien escuchar, no hay que compartir todas sus opiniones, o sus decisiones, simplemente hay que aprovechar su experiencia razonada para hacerse una idea del presente.

En una interpretación libre de sus diversas reflexiones frente a los muchos periodistas con los que ha conversado últimamente, podríamos situar el origen de la horrorosa situación en la que estamos en esta paradoja: los nacionalistas no supieron o no quisieron ver las posibilidades de la Generalitat como una cierta construcción estatal de largo recorrido y optaron unilateralmente por crear un Estado inviable, enterrando prematuramente la Generalitat.

No puede sorprender a nadie que Bricall sea partidario de un gobierno de unidad para salir del desastre político en el que estamos instalados. Es un tarradellista y todo le parece posible

Bricall, en términos de la gobernación de las cosas, se mueve entre el resultadismo anglosajón y la apuesta francesa por la formación de los que nos tienen que administrar. Lamentablemente, aquí, no tenemos una École Nationale d’Administration y creemos que la sovereignty es poca cosa comparada con las unidades de destino en lo universal y las soberanías milagrosas.

No puede sorprender a nadie que Bricall sea partidario de un gobierno de unidad para salir del desastre político en el que estamos instalados. Es un tarradellista y todo le parece posible, aunque, siendo sinceros, cuando habla del presente, más bien le parece improbable que vaya a darse tal acto de responsabilidad política. Su pesimismo parece estar plenamente justificado.

La política catalana está condicionada por la desorientación de los partidos independentistas, por el egotismo triunfante de Puigdemont, por la debilidad social de Ciudadanos y por el escaso peso parlamentario de PSC y los comunes. La política española está instalada casi en su totalidad, a excepción de Podemos, en el propósito de aislar al independentismo para ahogarlo institucionalmente y penalmente, como represalia por el susto propinado a un Estado inerte, hasta que se les vino encima la tormenta.

Así las cosas, ya me dirán de dónde van a salir los defensores del gobierno de unidad en Cataluña, llámenle de reconciliación, de técnicos, de apaciguamiento de los ánimos o de homenaje a Tarradellas. Aquella cierta manera de hacer las cosas desapareció como también el liderazgo imprescindible para hacer razonar a tus partidarios y a tus oponentes.